ABC 24/05/15
IGNACIO CAMACHO
· Lo que hoy se va a evaluar es el alcance de la avería que la crisis ha provocado en la estructura del sistema político
Dado que el fin principal de unas elecciones es el de producir gobiernos, las de hoy son la primera vuelta de un proceso que concluirá el 13 de junio. Sucede que en nuestro sistema electoral la segunda vuelta no la deciden los ciudadanos sino los concejales y diputados autonómicos que salgan electos. (Aunque es probable que sí la decidan los concejales y diputados del partido Ciudadanos, o al menos su líder Albert Rivera). Existen otros sistemas y ninguno es perfecto; en todo caso lo que los hace buenos es el consenso que alcancen y de momento en España no lo hay para cambiarlo. Los resultados de esta convocatoria, pues, sólo podrán analizarse en términos de preferencias de voto; sus consecuencias de poder dependen de los acuerdos y alianzas que se produzcan en el mercado más o menos negro de la política.
En esos términos de preferencia estas elecciones constituyen también una primera vuelta de las generales de otoño. Su principal valor es el de medir el impacto sobre la sociedad española y su Gobierno de tres años de duro ajuste, seis meses de incipiente recuperación y un clima social de deterioro de la confianza en las instituciones. El desgaste causado por la crisis en los mecanismos políticos del país es un hecho objetivo y palmario; lo que hoy vamos a averiguar es si tiene trascendencia para provocar averías estructurales. El baremo de comprobación está en la facturación que obtengan el PP y el PSOE, brazos del llamado bipartidismo, y en su capacidad de resistencia ante el empuje de los dos nuevos actores emergentes, C’s y Podemos. Para una estimación efectiva de este fenómeno es preciso fijarse en la correlación de fuerzas en los comicios municipales, que son los que se celebran en toda España; los autonómicos pueden provocar espejismos habida cuenta de que faltarán en ellos las dos regiones más pobladas. Lo que suceda en Madrid y Valencia tiene gran importancia simbólica y cualitativa pero ninguna extrapolación a escala nacional será precisa si prescinde de los once millones de electores de Andalucía y Cataluña.
La proximidad entre esta jornada y la definitiva de otoño le otorga un carácter casi estratégico. Entre una y otra se registrarán matices y cambios, quizá intensos a tenor de la condición mudable, espasmódica y gaseosa de una opinión pública capaz de eclosionar nuevos partidos en pocos meses, pero la tendencia quedará establecida. Además, en los casos de procesos electorales consecutivos suele producirse un efecto de acumulación que potencia las inercias del voto. La eventual corrección de ese efecto dependerá en gran medida de los pactos de junio, es decir, de la administración de los resultados de hoy. El pronóstico es desfavorable a la estabilidad: con el poder de la nación en juego a seis meses vista vamos a tener dentro de tres semanas en comunidades y ayuntamientos muchos gobiernos provisionales.