EL MUNDO 09/08/14
SALVADOR SOSTRES
Marta Rovira es de verdad independentista y sabe lo que dice cuando avisa a CiU de que la consulta debe celebrarse aunque el decreto sea impugnado. Sólo un demente podía esperar que España renunciara a su soberanía; y, por lo tanto, cualquier inteligencia razonadora tenía que saber, desde el principio, que el llamado «proceso» pasaba por saltarse la ley, y dar un golpe de Estado.
La Transición pudo hacerse desde la legalidad, porque el franquismo aceptó suicidarse. Esquerra entiende que la consulta es el alma del proceso, y que son una payasada las elecciones de aire plebiscitario y demás fiestas pijama que está preparando Mas para disimular su inevitable fracaso. Europa sabe, por experiencia, qué es un referendo secesionista y tendría que escucharlo. En cambio, unas elecciones autonómicas que dos de los seis partidos con representación parlamentaria deciden tomárselas de modo plebiscitario no es el tipo de broma por el que Europa suela mojarse.
Mas ni es ni ha sido nunca independentista. Si en el año 2003 se vio empujado por ERC a reformar un Estatut que sobre todo Pujol y, en general, CiU no querían tocar, y acabó pactando con Zapatero para salir del lío en el que se había metido; ahora ha pactado con Rajoy el fin de esta exaltación patriótica cuyo origen fue una manifestación que el presidente de la Generalitat no supo interpretar. Mas carece de personalidad para liderar, y, como todos los mediocres, parasita las ideas de los demás. Pero lo hace con tan poca gracia y es el pobre tan gafe que no sólo se cargó el Estatut, y ahora el proceso, sino que se va a cargar su propio partido; y ERC ganará las elecciones al Parlament, por primera vez desde la recuperación de la democracia. Uno de los trucos para analizar la política catalana es tener claro que Mas va a tomar siempre la decisión que más le perjudique, y la más desacertada.
Ganará Junqueras y será presidente, pero con menos diputados de los que se precisan para tomar decisiones trascendentales. Tal vez le toque hacer lo que siempre ha criticado: autonomismo posibilista de pájaro en mano, y acabar entendiéndose con España.
Cataluña es mucho más diversa de lo que cuatro hooligans quieren creer. Es inmadura políticamente, como queda reflejado en las encuestas que anuncian la irrupción de varios partidos antisistema; y gozamos de un nivel de vida demasiado agradable como para arriesgarlo. Aunque políticos y periodistas creamos que la independencia es el gran y único tema, los catalanes votan y votarán motivados por muchos otros asuntos; y los casos de corrupción que se han conocido, y que se conocerán, serán una tumba abierta para Convergència. Si Duran se presenta en solitario, le bastará con obtener seis o siete diputados para acabar con la muy frágil mayoría soberanista.
El catalanismo político se prepara para asumir su enésima derrota en su conflicto con España. Dos características han permanecido constantes en todas las confrontaciones: que Cataluña ha hecho mucho más por perderlas que España por ganarlas; y esa inagotable superioridad moral desde la que los catalanes despreciamos a los que no hacen más que ganarnos.
Nos humillamos nosotros mismos con tanta eficacia que es normal que España no se tome ya ni la molestia de masacrarnos.