La reforma Wert

JOSÉ MARÍA CARRASCAL, ABC 20/05/2013

· La izquierda y los nacionalistas adoctrinan, no ilustran. Por eso están contra una educación que enseña, sobre todo, a pensar.

Si hay algo que hace avanzar a un país, que mejore su economía y eleve su calidad de vida es la enseñanza, el nivel cultural y técnico de sus ciudadanos. Más que las inversiones extranjeras o las riquezas naturales. Como ejemplos les pondría a Finlandia y Corea del Sur, dos pequeños países que se han hecho un sitio entre los grandes a base de aplicación y creatividad. Nuestra izquierda, sin embargo, sigue aferrada a unos planes de estudio que producen el mayor abandono escolar europeo y más del 50 por ciento de paro juvenil. ¿Puede llamarse a ése un sistema progresista? ¿Puede uno estar satisfecho con él? Es lo que ha dado a entender nuestra izquierda, lanzándose al abordaje contra el Plan Wert y amenazando con liquidarlo en cuanto vuelva al poder.

Un plan rompedor, al cargar el acento en lo fundamental de las letras y ciencias, no en lo secundario, lo ideológico y lo local, como venía ocurriendo. Un plan, por tanto, exigente, pues las nuevas generaciones de españoles tendrán que competir, no ya entre sí, sino con las del todo el mundo, la India incluida, donde aprenden a multiplicar de memoria no hasta diez, sino hasta veinte.

No voy a detallarles el plan, ampliamente difundido, pero quiero resaltar sus ventajas sobre todos los anteriores, desde que se instauró en el Ministerio de Educación la idea de que aprender es una especie de juego o entretenimiento: haber equiparado la formación profesional a la media y graduada, la asignatura pendiente de nuestra enseñanza. Fijar como asignaturas fundamentales la lengua, las matemáticas y un idioma extranjero, sin lo que no se va hoy a ninguna parte. Evitar que pueda pasarse curso con más de dos asignaturas pendientes y establecer evaluaciones periódicas de los estudiantes, externas a su centro de estudio, para garantiza su transparencia.

Entre las carencias, destacaría que no se presta toda la atención que requiere el profesorado, pues ningún plan, por bueno que sea, tendrá éxito sin él. No me refiero sólo a sueldos y medios, sino a la autoridad, el prestigio y respeto que merece. Quienes tuvimos la suerte de tener catedráticos que amaban su asignatura y hacían amarla, nos damos cuenta de que cuanto sabemos lo aprendimos de y con ellos.

Pero de ese cúmulo de buenas intenciones, lo único que destaca la izquierda es que se considera la religión como asignatura puntuable, omitiendo que puede sustituirse por valores éticos o culturales. ¿Es que están también contra ellos? Posiblemente. Como los nacionalistas, que han arremetido con igual furor contra la reforma al ver que peligra el monopolio de su lengua local, la izquierda no está interesada en ilustrar a los niños y adolescentes españoles. Quiere adoctrinarlos en su «verdad», sin dejarles margen para otra.

En la forma, no enseñan, catequizan; en el fondo, buscan apoderarse de las almas, en la que dicen no creer. Son tan enemigos de la cultura como de la libertad porque las temen, y harán cuanto esté en su mano para que las próximas generaciones de españoles alcancen el pleno analfabetismo. Siendo precisamente Rubalcaba, como secretario de Estado de Educación (1988) y ministro del ramo (1992), quien lo dispuso, cargándose la enseñanza media, y con ella, todas las demás.

JOSÉ MARÍA CARRASCAL, ABC 20/05/2013