La regresión europea

ABC 26/05/14
DAVID GISTAU

En la frontera entre España y Portugal había a mediodía un atasco de tal proporción que los hinchas madridistas abandonaban sus coches para cantar y confraternizar sobre el asfalto de la autopista. Muchos se quedaban rezagados cuando la fila avanzaba medio kilómetro y vagaban por los arcenes. Las autoridades portuguesas abrieron los peajes cuando hubo un conato de motín. Uno, que trataba de mudar la mentalidad futbolística a la política, decidió no ver sino abstencionistas a la fuerza que no llegarían a tiempo al colegio electoral y engordarían las estadísticas previstas de La Desafección.

No hubo tal. El índice de voto no fue menor a la media en las europeas. Al votante español lo animó cierto estímulo que en la hora de la interpretación resultó ser para castigar a las dos siglas que desde hace décadas controlan el cotarro de la partitocracia. Hemorragia de Partido Popular y Partido Socialista, aunque al primero le quedará el escuálido consuelo de haber derrotado al segundo y de poder, con apenas un poco de cinismo, arrogarse la aprobación de las reformas marianistas.

El advenimiento continental de los partidos radicales impregna de melancolía la constatación de que el ideal europeo ha sufrido una regresión que coquetea con los tiempos anteriores a la Segunda Guerra Mundial. Mi parte francesa observa el auge del lepenismo y sufre al recordar el mítico discurso de Mitterand en el Parlamento de Estrasburgo de 1995. Todo cuanto decía el presidente francés que era preciso superar a través de la Unión –los rencores históricos, la introspección de las naciones, los nacionalismos que desembocaban en la guerra– obtiene una resurrección zombi por culpa de la crisis y de los correctivos nihilistas a las fórmulas institucionales. La peor Europa, que creíamos vacunada después del 45 por la osamenta europea, penetra de nuevo en la vida colectiva y nos llena de pavor por lo que uno de cada cuatro ciudadanos europeos del siglo XXI, que no puede haber olvidado las ruinas y las masacres, escoge como propósito de porvenir. De alguna manera, en Europa vuelve a votarse odio.

En lo que concierne a España, este voto de la antipolítica ha deparado el insólito auge de Podemos, que nos permite poner rostro a la sucursal española de Beppe Grillo así como averiguar adónde han ido finalmente a embalsarse las preferencias de la ira, pastoreada por la televisión. Más allá de que quede por comprobar si estas tendencias se repiten en las generales o si esto ha sido una excentricidad consentida por el desapego general con las europeas, no cabe duda de que la política tradicional sufre un zarandeo de régimen agónico. Es curiosa la paradoja que mantiene achicada a IU. En tiempos estables, sus oportunidades se dispersan en beneficio del PSOE. Ahora que todo es volátil, se pierden hacia el otro lado, hacia un extremismo de izquierda ajeno a las rutinas parlamentarias. En todo caso, una hora europea que obliga a añorar a la generación fundacional de Mitterand.