LUIS VENTOSO – ABC – 26/12/15
· Tras Podemos late un inexplicable rencor contra quienes crean riqueza.
Acabo de volver a escuchar una vieja canción de un grupo inglés. Se llamaban Chumbawamba. Eran muy «comprometidos»: antifascistas, feministas, ecologistas, animalistas, pacifistas, igualitaristas… Pero envolvían su sermón izquierdista en buena música. La canción se llamaba «Celebration», un ataque a degüello contra los parques Disney. Aunque volvió a parecerme bonita, mientras la escuchaba me asaltó un pensamiento: ¿Y qué tiene de malo Disneylandia? ¿Por qué condenar una iniciativa que proporciona miles de empleos y hace felices a millones de ciudadanos que viajan allí libremente con enorme ilusión? Luego me di cuenta de que en realidad todas las canciones de Chumbawanba ponen a parir algo. La subcultura de la queja.
Saramago se murió predicando que los centros comerciales son una caverna que nos hace prisioneros. Cuando yo era niño, en La Coruña había un poblado chabolista donde entrar suponía un riesgo. En aquel solar se levantó El Corte Inglés. La extrema izquierda y el nacionalismo pusieron verde la operación. Los vecinos, claro, aplaudían con las orejas ante un futuro mejor. Docenas de coruñeses llevan décadas empleados allí. El centro comercial provocó además una inmensa mejoría en el barrio y ha proporcionado servicios y ocio a varias generaciones. Pero para la subcultura de la queja es una mala idea. Algo sospechoso.
Poco antes se construyó la autopista a Santiago. En mi niñez me parecía un milagro y recuerdo la alegría al estrenarla con mi padre. Para la extrema izquierda era una mala idea, «un navajazo en la tierra». Luego también se opusieron a los aparcamientos subterráneos, a abrir mi ciudad al mar, a su teatro de la ópera y su orquesta… Todo progreso era execrado desde la subcultura de la queja. Todavía hoy una concejala de la Marea desbarra contra Inditex, la empresa que mantiene la ciudad.
La extrema izquierda –muchas de cuyas malas ideas comparte este PSOE en caída libre– arrastra cuatro errores: 1. Una concepción angélica de las personas. No contemplan al hombre tal y cómo es: un ser voluble, que se mueve mayormente por interés. 2. Prefieren repartir lo que ya existe en lugar de aspirar a crear algo nuevo, lo que mutila la creatividad de las sociedades libres, que es lo que a la postre las hace más prósperas y felices. 3. Convencidos de que ostentan la razón moral absoluta, desprecian con encono a quienes discrepan. 4. Ignoran la realidad numérica. Para ellos las matemáticas no existen.
La izquierda, sobre todo la sindical, tuvo su razón de ser como una revuelta correctora contra los lacerantes abusos del primer capitalismo industrial. Pero ya no tiene sentido una enmienda a la totalidad al capitalismo (y en eso siguen Podemos y allegados: son neomarxistas, no les gustan los empresarios ni los bancos, imprescindibles para el progreso general). Es necesario perfeccionar el capitalismo desde dentro, pues como toda obra humana incurre en errores, a veces serios. Pero ponerlo en solfa entre un mar de quejas sin ofertar alternativa mejor no lleva a ningún sitio. Bueno, sí: a la quiebra.
Comprendo que guste la izquierda. La subcultura de la queja es cómoda y la subvención resulta más atractiva que enrolarse en un barco del Gran Sol para traer dinero a casa. La lumbre sectaria junto a los compañeros de ideología resulta confortadora, el grato calorcillo del refrendo mutuo frente al enemigo exterior: el empresario, el «fascista», el sospechoso que aspira a ganar dinero. Destruir es mucho más sencillo que crear. Despellejar a Steve Jobs es más asequible y menos cansado que inventar desde un garaje la primera empresa del orbe.
LUIS VENTOSO – ABC – 26/12/15