La tacha política de la izquierda abertzale

LUIS HARANBURU ALTUNA, EL CORREO 15/02/13

· Es necesario que la verdad de lo acontecido resplandezca y que los últimos en llegar no pretendan haber inventado la democracia.

La izquierda abertzale está a punto de organizarse en un partido político que con el nombre de Sortu cuenta con el beneplácito de las instituciones democráticas. Esta misma izquierda que hasta hace poco jaleaba, amparaba o justificaba la violencia terrorista de ETA hoy afirma que el fin del terrorismo es irreversible y se felicita por ello. Incluso afirma que todas las víctimas habidas han sido inútiles. Solo hace un año que ETA desistió de su empeño criminal y quienes un día lo aclamaron hoy gobiernan en muchas instituciones y tienen una presencia importante en los parlamentos de Vitoria y Madrid. Últimamente, incluso un partido como el PSE ha establecido acuerdos significativos con quienes hasta hace poco han callado ante los crímenes cometidos contra militantes socialistas… Es evidente que algo ha cambiado en la izquierda abertzale y en cuantos aplauden la normalización que su regreso institucional representa. Y sin embargo, existen dudas razonables sobre la sinceridad y la honestidad de la conversión política de la izquierda abertzale. Existen razones para pensar que una tacha democrática afecta a los recién llegados al juego democrático.

En los recientes homenajes a Gregorio Ordóñez, así como en las tomas de posición de las distintas asociaciones de víctimas del terrorismo se perciben quejas y suspicacias en torno al trato que los partidos políticos y las instituciones democráticas ofrecen a la reconvertida izquierda abertzale. Y lo cierto es que no les faltan razones. Al menos hasta la fecha, la izquierda abertzale no ha formulado ninguna autocrítica sincera por su contribución al despliegue del terrorismo, tampoco ha solicitado el perdón ni por su silencio cómplice, ni por su necesaria colaboración en la supervivencia del régimen de terror instaurado por ETA. La izquierda abertzale se comporta como si nada tuviera que ver con el horror político que ha asolado el País Vasco en las últimas décadas. Incluso pretenden construir un relato donde su responsabilidad histórica quede diluida y absuelta.

A quienes tenemos la suficiente edad para ver en perspectiva la historia de este país nos sorprende la reiterada intención de quienes pretenden encarar la historia sin tener que pagar los débitos contraídos. Hace casi cuarenta años fueron los franquistas que habían protagonizado o arropado cuarenta años de dictadura quienes accedieron a la democracia sin renunciar a su pasado. Aquello terminó por conocerse como una transición ejemplar. Hoy, otros de distinto signo, pero responsables también de una historia indigna y contraria a los usos democráticos, pretenden acomodarse en el sistema democrático sin haber solicitado el perdón ni haber reparado el mal.

Uno de los motivos por los que la izquierda abertzale se empecinó, tras morir Franco, en proseguir con su presunta lucha, fue la imperfecta Transición política a la que tachaban de constituir un franquismo sin Franco. Ahora son ellos quienes están protagonizando una conversión a la democracia sin efectuar el obligado descargo de su culpa histórica. La historia se repite, ya que tan solo cambian los protagonistas, pero los abertzales conversos de hoy equivalen políticamente a quienes cambiaron la camisa azul por el uniforme de la democracia. Aquella fue una Transición donde el pragmatismo se impuso a la estética y a la razón histórica. Sin embargo, la derecha española hubo de penar su tacha política durante largos años. Prácticamente hasta el primer Gobierno de Aznar, la derecha española estuvo bajo sospecha. Sospecha que hoy es extensible a la izquierda abertzale mientras no dé muestras inequívocas de su regeneración democrática.

Del mismo modo que la imperfección de la Transición política posterior al franquismo tuvo la cualidad de su pragmatismo, la actual situación de imperfecta asunción de la democracia por parte de quienes hasta poco la hostigaron tiene en su funcionalidad su principal virtud. Lo importante es que el terrorismo haya cesado. Lo fundamental es que nadie asesine al adversario político. Lo esencial es que todos podamos hacer valer nuestras ideas y nuestros proyectos. Pero, pese a todo, es necesario que la verdad de lo acontecido resplandezca y que los últimos en llegar no pretendan haber inventado la democracia. La historia tal vez los absuelva, pero antes deberán solicitar el perdón por su anterior extravío.

El principal líder de la izquierda abertzale se ha referido a la herencia de la que su formación política es acreedora, pero olvida decir que junto a los presuntos créditos heredados, tienen la onerosa carga de sus débitos. Unos débitos contraídos con la sociedad vasca en general y con las víctimas del terrorismo en particular. La tacha política les será imputable mientras no asuman su terrible pasado.

La democracia pura no existe. Solo existen aproximaciones al modelo. Pero la democracia no se reduce a los modos y a las formas, la democracia son también los contenidos. La honestidad, la empatía, la ética convivencial y la decencia son algunos de los contenidos que nuestro sistema ha cultivado. No todo se reduce al cómputo de votos, existe también la calidad de los valores democráticos.

Todo sería más fácil y más sencillo si la izquierda abertzale fuera consciente de su tacha política y obrara en consecuencia, pero en ningún sitio está escrito el que la democracia sea una tarea ni fácil ni sencilla. Algunas naciones europeas contemplan en sus leyes el delito del negacionismo. Negar el Holocausto o los crímenes contra la humanidad son delitos contra la convivencia democrática. Salvando las distancias, sería oportuno el que, también aquí, entre todos formuláramos una norma vasca que evitara la negación y el olvido.

LUIS HARANBURU ALTUNA, EL CORREO 15/02/13