ISABEL URKIJO AZKARATE / Licenciada en Historia y Militante Pacifista, EL CORREO – 12/04/15
· Lokarri ha permitido que personas cercanas a la izquierda abertzale cuestionen la violencia. Corta aportación para compensar tanto error.
En su discurso en el último acto ‘in memoriam’ de la Fundación Fernando Buesa, Pello Salaburu describió las distintas miradas en tiempos de paz: la mirada social, la mirada de las víctimas, la mirada cínica de quienes han apoyado y ejercido la violencia terrorista… y la que vino a denominar la mirada aséptica, a la que parece «importar el procedimiento y la metodología en sustitución del contenido». De ahí la crítica que realizó al Plan de Paz del Gobierno vasco, en el que «no aparecen palabras como asesinato, secuestro, amenaza o extorsión», mientras que lo que «la sociedad espera de sus responsables es claridad de ideas y conceptos, no verborrea confusa». En relación con esta mirada aséptica, me gustaría remontarme a 1988, cuando comenzó el movimiento antiautovía de Leizaran; en principio, un movimiento ecologista.
Como tantas otras veces, ETA aprovechó el humus del descontento de un sector de la sociedad para entrar en acción y, además de los estragos característicos, asesinó a cuatro personas. A partir de entonces, el tema de la autovía tuvo dos perspectivas: la de una mayoría del país que avalaba la gestión de las instituciones democráticas y la de ETA y HB, de la cual había surgido la coordinadora Lurraldea. Esta coordinadora, más para propios que para extraños, se convirtió en adalid de la mediación. Pero, ¿eso era realmente mediar? Tengo mis dudas. En primer lugar, porque ni siquiera cuestionaron la injerencia de ETA. En segundo lugar, porque transformaron una reivindicación ecológica en una batalla política que terminó con un nuevo proyecto para Leizaran que ya nadie sabía si era el mejor o no. Y en tercer lugar, porque toda esta estrategia sirvió para poner en tela de juicio la legitimidad de las instituciones democráticas y engrandecer para sus acólitos el papel de ETA, que aún consideran ese trazado como una victoria de la organización.
Casi sin interrupción, surgió a finales de 1992 Elkarri. No es de extrañar que tras el ‘éxito’ de Lurraldea pensaran que dicha estrategia se podía probar con el problema vasco. Elkarri, gobernado prácticamente por las mismas personas que Lurraldea, convocó, con muchos apoyos externos, varios congresos de paz a los que principalmente acudieron los partidos nacionalistas vascos. No seré yo quien diga que de nada sirvieron, porque para eso está la Historia. De lo que parece que algunos ya han sacado conclusiones, y no muy positivas, fue del Pacto de Lizarra en el que Elkarri tuvo especial relevancia.
De la unidad de los demócratas frente al terrorismo, la defensa de las instituciones democráticas, el respeto al Estatuto, la defensa de un final dialogado para conseguir el final de la violencia «respetando en todo momento el principio democrático irrenunciable de que las cuestiones políticas deben resolverse únicamente a través de los representantes legítimos de la voluntad popular», que había defendido el Pacto de Ajuria Enea, se pasó a una plataforma de unidad nacionalista con el objetivo, fundamentalmente, no de cuestionar el terrorismo de ETA, sino el modelo político de relación entre Euskadi y España. El diálogo ya no se tenía que desarrollar en las instituciones. Los representantes electos ya no eran tan legítimos y, en su lugar, un conglomerado de siglas servía, además, para argumentar la representación de la pluralidad. El problema ya no era ETA, sino España. ¿Otro éxito de este espacio social?
Creo que esta idea perversa de que el problema no era ETA, ni estaba entre los vascos, sino con España, provocó una de las etapas recientes más tristes, la cual tuvo probablemente su reflejo más doloroso en la división vivida en la manifestación por el asesinato de Fernando Buesa y Jorge Díez. Pero no quedó ahí. Esa idea cuajó en Lehendakaritza, donde casualmente había aterrizado un destacado dirigente de Elkarri. A partir de entonces, proliferaron iniciativas del lehendakari Ibarretxe que hicieron crujir hasta al propio PNV. Fue la época en la que con más claridad se pudo palpar una tensión política y social entre quienes hasta hace bien poco compartían pancarta y serios acuerdos frente a la violencia. ¡Cuán agradecidos estarían quienes apoyaban el terrorismo a semejante estrategia!
En 2006, Elkarri decidió cambiar, pero no solo cambió de nombre. Pasó de ser una organización social –Lokarri– a ampliar los ámbitos de actuación, una especie de extensión de la tela de araña. Así trabajarían, además, desde la majestuosa escuela de Baketik y desde la política, con la influencia bien asentada en Lehendakaritza. Lokarri fue más clara que Elkarri en relación a la violencia –es verdad que ya eran otros tiempos– y se definió como una organización que trabajaba por la paz, pero a Lokarri se le recordará sobre todo por impulsar la Declaración de Aiete de octubre de 2011. Muchos interpretaron que fue la pista de aterrizaje para que ETA zanjara su actividad armada y quizás fue eso: un caro escenario con potentes altavoces para anunciar un final que era más que seguro.
Hace unos días, Lokarri cerró sus puertas. Al margen de que no comparta el planteamiento de este espacio social, reconozco que sí ha tenido un papel importante al permitir que personas cercanas a la izquierda abertzale cuestionaran la violencia. En este sentido, mi más sincero reconocimiento, aunque me parece una aportación corta para compensar tanto error, máxime cuando dirigentes de este espacio en estos momentos están preparando la recomposición de nuestra sociedad a través de la Secretaría de Paz y Convivencia. Me gusta más la mirada crítica de Salaburu, en la que prevalecen los planteamientos éticos y prepartidarios.
ISABEL URKIJO AZKARATE / Licenciada en Historia y Militante Pacifista, EL CORREO – 12/04/15