Triple salto

EL MUNDO – 13/04/15 – SANTIAGO GONZÁLEZ

· Felipe González impartió una lección de pragmatismo ayer, durante la clausura de la Conferencia Municipal del PSOE, y dio al joven Sánchez un espaldarazo notable ante una audiencia de más de 3.500 espectadores, que mostraron entusiasmo por el desarrollo de los acontecimientos y las palabras de sus líderes.

Se diría que el acto de ayer era un traspaso de poderes. El viejo padrino le pasaba al novel los instrumentos del mando y todo parecía de lo más natural, entre dos secretarios generales que clausuraron el acto después de que intervinieran como teloneros los candidatos socialistas a la Presidencia de la Comunidad madrileña y a la Alcaldía de Madrid, Ángel Gabilondo y Antonio Miguel Carmona, respectivamente.

Pero había entre ambos dirigentes un gap sorprendente, un triple salto por encima de los tres secretarios generales que les han separado al frente del partido: Joaquín Almunia, José Luis Rodríguez Zapatero y Alfredo Pérez Rubalcaba. Los tres sumaban 17 años, un mes y cuatro días en la galería de retratos del Partido Socialista, pero ninguno de ellos tomó la palabra en la clausura de la conferencia. De hecho, Almunia y Rubalcaba ni siquiera asistieron. Zapatero, sí y se le reservó una silla en la primera fila, que en los eventos de los partidos y en los oficios de la sinagoga, al decir de Woody Allen, es estar cerca de Dios, cerca de donde pasan las cosas.

Era la suya, sin embargo, una actuación sin frase, un papel de mero figurante, en el que no se encontró a su gusto a juzgar por lo carilargón que estuvo durante todo el acto. Zapatero no debió hacer una política exterior alternativa, no ya a la del Gobierno, sino a la de su propio partido, con los espectaculares bolos que se ha marcado junto al inefable Moratinos por la Cuba de Castro y Marruecos. Él seguramente se quejaría de que Pedro Sánchez ha rechazado retrospectivamente la modificación del artículo 135 de la Constitución que el propio Sánchez había negociado con el PP y votado en el Congreso.

Felipe González reconoció paladinamente que él no había votado a Sánchez en las primarias, y esto hay que reconocérselo como un acto de sinceridad extraordinario, porque hace falta mucho amor a la verdad y un pasar del qué dirán para confesar que su candidato era Eduardo Madina. Ésta es una hermosa primera paradoja. La segunda es que para las próximas primarias parece que va a apoyar a Sánchez frente a la presidenta andaluza, si es que ésta se presenta. «Vuestra es la tarea», dijo a unos fervorosos asistentes, «y tú», anunció al joven Sánchez, «vas a tener todo mi apoyo».

Como sabe todo aquel que haya seguido con una mínima atención la vida interna del PSOE desde que Zapatero cambió las reglas del juego, Susana Díaz se jactaba ante quienes quisieran oírla que ella estaba ungida por el dedo de Felipe. No es la única. Carme Chacón reveló al público asistente en la campaña electoral de 2008: «No soy la niña de Rajoy, ¡soy la niña de Felipe!». Pero Felipe ha debido de pensar en la máxima ignaciana según la cual, en desolación, mejor no hacer mudanza. Susana pensará seguramente que no es justo, que la euforia moderada de la conferencia se le debe a ella, a su victoria en las autonómicas andaluzas.