La tierra prometida

Ignacio Camacho-ABC

  • Navarra es más que un mito para el proyecto nacionalista. Es la posibilidad de dotarlo de dimensiones significativas

Pamplona es una especie de Jerusalén del nacionalismo vasco. La analogía es de Otegi, es decir, no la ha creado él pero la ha asumido. La capital simbólica de ese ente fantasmal llamado Euskal Herria, que carece de entidad jurídico-política y nunca ha funcionado como espacio único cultural o lingüístico, pero que en la mentalidad ‘abertzale’ tiene la fuerza fundacional de un mito. Una invención a cuyo servicio derramó ETA la sangre de más de cuarenta víctimas del terrorismo. Aunque hay algo más que mitología en el fondo de ese objetivo anexionista: descartada en la práctica la hipótesis de incorporar a esa entelequia los tres territorios euskaldunes de la Francia jacobina, Navarra es para el independentismo la única posibilidad de sumar masa crítica significativa. En términos de población y de extensión, la agregación del viejo Reino solventaría las limitaciones físicas y demográficas de la reclamación identitaria de una presunta nación vasca que otro modo cabría entera en la provincia de Málaga. Y ése es el fondo de la aspiración que los constituyentes, en aras de una voluntad de consenso bienintencionada, dejaron abierta a través de la Disposición Transitoria Cuarta. El mayor error de la Carta Magna.

Éste es el contexto expansionista que sirve a Bildu para celebrar el Aberri Eguna con una reclamación de soberanía sobre ‘Iruña’ y toda la comunidad que los batasunos -y el PNV, aunque de forma más cautelosa- consideran suya. Ninguna novedad salvo por el detalle de que ahora, tanto en la autonomía foral como en el Estado, son socios del Gobierno. Estaban también la mayoría de los partidos, con ERC al frente, que sirven a Sánchez de costaleros, aunque al menos esta vez faltó Podemos. Los que sí se añadieron, por escrito, fueron los colectivos de etarras presos, sin ocultar su satisfacción por los ‘avances’ en la política de beneficios, traslados y acercamientos. Todos en su salsa, reclamando más democracia -es decir, la puesta en libertad inmediata- con sus manos manchadas. No sabía el propio Albert Rivera hasta qué punto acertaba cuando se refirió al conjunto de aliados de la investidura sanchista como «la banda».

¿Alguna respuesta institucional? Silencio, a los amigos no se les chista. Sin noticias de María Chivite -‘Mariachi’ pone el corrector automático tentando con la errata deliberada al articulista-, ni de la colección de portavoces monclovitas. El 60 por ciento de los navarros no vota candidaturas nacionalistas pero el PSOE se apoya en ellas, les concede la influencia decisiva y normaliza en la enseñanza la propagación del concepto y del mapa de Euskal Herria. El proyecto de anexión no tiene prisa; ahora mismo el referéndum de integración es causa perdida y hay que trabajarlo desde la pedagogía. Pero ahí está, ganando espacio pasito a pasito con la anuencia socialista, la ensoñación política de la tierra prometida.