TONIA ETXARRI-EL CORREO

Y llegó Argelia y mandó parar. Un revés de profundo calado, un estorbo muy inoportuno para el presidente del Gobierno que está navegando con el viento en contra por las procelosas aguas de la campaña electoral andaluza. Bastante esfuerzo le estaba suponiendo dedicarse a esta cruzada de la carrera de la Junta, con los sondeos tan poco favorables a la izquierda, para tener que lidiar ahora con la enemistad declarada de Argelia. Es una medalla que Sánchez se puede colgar porque ha logrado meterse (y meternos) en este embrollo por méritos propios. Si sus alianzas con los secesionistas catalanes y EH Bildu no se entienden en la comunidad más poblada de España, el atolladero en el que nos ha metido el presidente Sánchez queriendo jugar a dos bandas entre Argelia y Marruecos es de aurora boreal.

La memoria flaquea en los colectivos de parte, por eso hay que recordar que esta anatomía del disparate empezó con la acogida clandestina del líder del Frente Polisario, Brahim Gali. Le hizo un gran favor a Argelia provocando el enojo en Marruecos, que reaccionó con la conocida avalancha de inmigrantes en Ceuta. El resto, vino rodado. El espionaje telefónico de Pegasus. El giro de Sánchez inclinándose ante el rey alauita pretendiendo reducir a Argelia al papel de mero suministrador de gas. Craso error. Argelia no es recomendable como país enemigo. No es un ‘tigre de papel’. Si no reaccionó bien al cambio de política de Pedro Sánchez con el Sáhara Occidental, maldita la gracia que le hizo que el Gobierno de España hiciera ese movimiento de regate corto pidiendo amparo a la Unión Europea.

Ahora Rabat acaba de dejar sobre la mesa de la Moncloa otro regalo envenenado acusando a Marruecos de estar librando una guerra sucia contra España utilizando el espionaje y la emigración como método de presión. Si ésta es la crónica de un chantaje anunciado, Sánchez debería desmentirlo. Pero no parece estar dispuesto a aclarar las cosas. Su ego le impide ser transparente y le imposibilita actuar con la prudencia que requieren las políticas de Estado.

Queda una semana de campaña electoral en Andalucía y Sánchez está utilizando el escenario electoral como altavoz para su autodefensa. Se siente víctima de una conspiración global y arremete contra la derecha. El primer alineado de Argelia fue él y ahora es él quien culpa al PP de utilizar al país magrebí para desgastarlo. Pero Sánchez se desgasta sólo. Argelia ha roto el acuerdo de Amistad y Cooperación que, por cierto, fue firmado por José María Aznar, presidente del Gobierno en 2002, por su inexplicable bandazo. Ha sido la polémica sobre la que han pivotado los mensajes de los líderes nacionales en el último fin de campaña electoral en Andalucía. Nadie quiere desaprovechar la ocasión de criticar la torpeza estratégica del Gobierno que aleja la posibilidad de convertir a España en un centro de distribución energética mientras Italia se beneficia de la situación.

El final de la legislatura de Sánchez suena a ritmo de un reloj de pared. La tormenta del desierto del Sáhara no amaina. La oposición sigue preguntando y Sánchez dando la callada por respuesta. El 19-J será un examen decisivo para el presidente del Gobierno. Después de las elecciones andaluzas, si se confirma el acercamiento del PP a la mayoría necesaria para gobernar en solitario, ni la cumbre de la OTAN podrá tapar las chapuzas del Gobierno en política internacional. Si a Argelia le da por relajar su control sobre las avalanchas de inmigrantes, nos espera un verano para recordar.