IÑAKI EZKERRA-EL CORREO

  • Los hechos demuestran que, en su confiado y arrogante cálculo, Sánchez se equivocó

Aunque no diga nada a favor de él ni de la sensibilidad política que pretende representar, resulta obvio que Sánchez ha subestimado el poder, la inteligencia y la dignidad del mundo magrebí. Ha pensado que podía torear a los marroquíes y a los argelinos como torea a los partidos que sostienen su Gobierno, ninguneándolos primero y calmándolos después con indultos y excarcelaciones; mandando espiarlos y entregándoles luego la cabeza del CNI; votando contra ellos en las Cortes y con ellos en los parlamentos autonómicos… Con esa táctica del ‘te doy y te quito’, albergó en España al líder polisario Brahim Ghali contentando a Argelia pero enfadando a Marruecos. Con ese mismo espíritu lúdico, intentó calmar a Marruecos más tarde entregándole el Sáhara, pero enfadando a Argelia, a la que trató luego de apaciguar entregándole a Mohamed Benhalima, el exoficial crítico con la corrupción en el ejército de ese país, a sabiendas de que iba a ser torturado y condenado a muerte. La manera que tuvo Sánchez de desdeñar y minimizar el enfado argelino durante su intervención en el Congreso de Diputados sólo unas horas antes de la ruptura oficial del Tratado de Amistad que firmó con España ese país norteafricano hace dos décadas es bien sintomática de esa subestimación a unos socios a los que el presidente considera manejables, volubles y poco sólidos.

Los hechos demuestran que, en ese confiado y arrogante cálculo, Sánchez se ha equivocado. Uno de los factores que dan una imagen de seriedad, estabilidad y fiabilidad a un país es que éste se halle en posesión de una verdadera política de Estado que alcance a su conducta en el plano internacional y que no variará a merced de los cambios que sufra en su política interna. Aunque pueda resultar paradójico, tanto Argelia como Marruecos tienen, en sus relaciones exteriores, una política de Estado de la que España carece. Las mismas fricciones históricas que han marcado la relación de esos dos países con el nuestro responden a ella. La deslealtad clásica marroquí es fastidiosa, pero de una indiscutible coherencia que nos permite saber a qué atenernos: siempre aprovecharán nuestras crisis al servicio de sus intereses. La dureza negociadora de la diplomacia argelina en la cuestión del gas es conocida desde los acuerdos que firmó España para su suministro en 1975. De esa época es también el rebote que Argelia se agarró con el Sáhara precisamente al quedar fuera del Acuerdo Tripartito de Madrid que cedía a Marruecos y a Mauritania la tutela administrativa de la excolonia española. Dicho de otro modo, Sánchez se ha metido sin encomendarse a nadie en un campo de minas. No le vendría mal un poco de verdadera ‘memoria histórica’.