La velocidad de la luz

Ignacio Camacho-ABC

  • Las excusas se van acabando y el dichoso megawatio resulta más caro cada mes, cada día, cada hora, hasta cada rato

La factura de la luz ha amortizado en tres días el significado de la expresión ‘máximo histórico’, un sintagma ya tan devaluado como el de ‘partido del siglo’. La historicidad posmoderna es una hipérbole del periodismo, al que se le agotan los adjetivos grandilocuentes para calificar la vertiginosa subida del recibo. Los récords caen en cuestión de horas, superándose a sí mismos como en esas noches gloriosas del atletismo olímpico, mientras el Gobierno contempla el proceso con una mezcla de impotencia, galbana y hastío a la espera de que amaine el calor, o el viento active los molinos eólicos, o simplemente pase cualquier cosa que le dé alivio en los titulares informativos. Pero no hay respiro. Hasta la tarifa nocturna se ha convertido en una trampa para el bolsillo del consumidor incauto que encendía la lavadora de madrugada a despecho del sueño de los vecinos.

En vista de que ni siquiera ha funcionado la tímida bajada de impuestos que gravan el gasto eléctrico, el Ejecutivo podría probar -además de a seguir reduciéndolos hasta que la medida surta efecto- a decir la verdad y reconocer que el empeño de la transición energética tiene un precio. Que los derechos de emisión de CO2 se han disparado hasta un cincuenta por ciento en los mercados financieros porque la UE ha acelerado la carrera de las ‘emisiones cero’. Claro que eso implica algo a lo que ningún progresista está dispuesto: admitir que el objetivo verde conlleva un esfuerzo que va a pagar, que está pagando ya, el ciudadano medio, el que creyó las demagógicas promesas del PSOE y de Podemos. El coste del gas y el sistema español de tarificación, sobre el que sí es posible actuar, hacen el resto. Pero es más fácil echar la culpa a otros; al PP, por ejemplo, como hizo ayer por mera rutina la ministra Montero. El manual de política populista prohíbe confesar la existencia de problemas complejos de difícil arreglo.

Antes de llegar al poder, hace ya tres años, achacaban la escalada a las puertas giratorias -que por cierto tampoco se han cerrado- y al contubernio entre la derecha y los grandes empresarios. El último invierno alegaron que era por unos fríos inusuales, históricos también, anómalos, extraños. Ahora se trata del calor del verano, el recalentamiento mediterráneo provocado por el cambio climático. Las excusas se van acabando y el dichoso megawatio no sólo no baja sino que resulta más caro cada mes, cada día, hasta cada rato. Los parches no sirven: la fórmula de tramos horarios ha devenido otro fracaso. Y por si no bastara, el Banco de España ya ha advertido del consiguiente efecto inflacionario. El César, entretanto, se tuesta al sol de Lanzarote a costa del contribuyente; que nadie le moleste ni interrumpa las vacaciones que se merece. Ya aparecerá la luz al final del túnel, ésa que según la ley de Murphy siempre pertenece a un tren que viene de frente.