La venganza del Profeta

EL CORREO 08/01/14
ANTONIO ELORZA

· Se han perdido más de diez años en la prevención ideológica, entendida como un control eficaz de enseñanzas y predicaciones que se han traducido en la incorporación de voluntarios europeos al yihadismo

Al lado del inevitable grito de combate, «Allah-u Akbar», los terroristas del atentado contra ‘Charlie Hebdo’, anunciaron supuestamente antes de huir –y de rematar a un policía caído– que su crimen suponía «la venganza del Profeta». El hecho se inscribiría de este modo en la secuencia de ataques contra el semanario satírico, objeto de denuncias por blasfemia y de atentados anteriormente, al haber reproducido en su número de 8 de febrero de 2006 las famosas caricaturas de Mahoma inicialmente publicadas en Dinamarca. Entre los doce muertos de ayer se encontraban dos policías de seguridad y cuatro de los más famosos humoristas y dibujantes inconformistas de Francia: Stéphane Charb (‘Char’), Bernhard Verhac (‘Tignoux’), Wolinski y Jean Cabut (‘Cabu’), el autor de la portada de 2006 donde Mahoma se lamentaba amargamente: «¡Qué duro es ser amado por idiotas!». De los cuatro, Wolinski era el más conocido entre nosotros, por encarnar en sus historias el espíritu izquierdista del 68, y también por sus viñetas irónicas de tema sexual, colocadas bajo el lema de ‘je ne pense qu’à ça’ (no pienso más que en eso’. En el citado número monográfico de 2006, su espléndida viñeta presentaba al propio Mahoma a carcajada limpia, declarando: «¡Es la primera vez que los daneses me hacen reír!».

Apenas el episodio fue siendo conocido en el mundo musulmán, se sucedieron las explosiones de violencia en cadena, en forma de manifestaciones y asaltos. El más destacado portavoz del islamismo moderado, Yusuf al-Qaradawi, presidente de la Asociación Mundial de Ulemas, anunció entonces como protesta «la jornada internacional de la ira», y en el coro no faltaron los portavoces hispanos de la Alianza de Civilizaciones, en nombre de un respeto ilimitado a toda creencia, que de ser vulnerado supondría «una blasfemia». Posteriormente, sin embargo, ante el intento de atentado por las caricaturas que protagonizaran tres yihadistas, dos tunecinos y un danés de origen marroquí, el propio Al-Qaradawi percibió el riesgo que suponía seguir atizando el espíritu de venganza. A su juicio, había que condenar la ofensa, pero al mismo tiempo contener las pasiones, y actuar con racionalidad y sin violencia. Islam y yihadismo trazaban vías divergentes.

De hecho, un examen objetivo hubiera podido dejar las cosas claras ya en 2006. Una cosa era la libertad de expresión y de crítica, irrenunciable en nuestros países, por mucho que un colectivo intentara que el Estado de derecho se sometiese a una norma suya, como la prohibición de reproducir la imagen del Profeta, y otra el contenido de alguna de las caricaturas, que pudieron haber sido denunciadas ya en Dinamarca, no por incluir esta o aquella imagen, sino por el carácter inequívocamente denigratorio de la viñeta. La cara de Mahoma en un creciente de luna verde o el chiste ya clásico –lo encontramos en la España de los años 20 durante la guerra del Rif–, con Mahoma que sale a advertirles a los mártires de que siendo tantos se han acabado las huríes en el paraíso, tienen poco de blasfemia. En cambio, la faz temible del Profeta, cuyo turbante negro esconde una bomba, o la del personaje que avanza amenazador con la gumía en la mano, secundado por dos mujeres con niqab, sí hubieran merecido ser denunciadas a la Justicia, no por la crítica de una religión desde el humor, sino por su contenido denigratorio al identificar islam y terrorismo.

Nada de esto se hizo, y siguió adelante la imagen enteriza de un Occidente que humilla al islam al infringir sus aspectos más sagrados, entre los que figura la representación del rostro de Mahoma. Según el ‘hadith’, los ángeles no entran en la casa donde haya pinturas o perros. Menos cabe adjudicar un rostro humano al Enviado de Alá. Para el islam tradicional, el aniconismo es una regla de oro. De ahí la preocupación que debiera suscitar la transformación de las basílicas bizantinas en mezquitas por el actual Gobierno turco: el espacio interior, tanto en sus esculturas como en pinturas, queda oculto por grandes cortinas metálicas de color negro. Resulta obvio que semejante norma de aniconismo forzoso debe ser rechazada en nombre de la libertad de expresión.

El eco de los acontecimientos de 2006 se habría apagado de no tener lugar el auge en curso del yihadismo, en torno a la formación del Estado islámico. A la cautelosa intervención occidental en el conflicto de Siria e Irak responde necesariamente la dialéctica de destrucción del infiel allí donde este se encuentre. No importa que se produzcan víctimas inocentes. Más aún con el historial de la revista asaltada. La deshumanización es radical: no cabe así hablar de barbarie, sino de cumplimiento de un deber sagrado de acuerdo con la lectura yihadista del Corán. Basta con citar el versículo 8, 60: «Aterrorizarás a los enemigos de Alá, que son tus enemigos, y emplearás contra ellos todos los medios disponibles de destrucción». Dentro de la lógica del Estado islámico, es un conflicto a escala mundial en cuyo marco se trata de universalizar dar al-islam.

¿Qué hacer? De entrada, reconocer que la situación es grave, ya que tales atentados pueden repetirse en cualquie r país occidental, y reconocer también que se han perdido más de diez años en la prevención ideológica, entendiendo por ésta un control eficaz de enseñanzas y predicaciones, ausencia cuyos frutos ya han podido apreciarse con la incorporación de voluntarios europeos al lEstado islámico. Eso no significa rechazar al Islam, sino a la lectura yihadista de la doctrina. Una vez más hay que insistir en la otra cara de la moneda, los contenidos de una doctrina monoteísta, que en la etapa de predicación por Mahoma en La Meca, proponen una yihad como esfuerzo hacia Alá, sin violencia. Y con las ideas claras, hay que volverse hacia la amenaza opuesta al yihadismo, la islamofobia. Tareas difíciles, pero necesarias.