La Zarzuela: «No molesten»

ABC 09/03/16
ANTONIO BURGOS

· «Que arreglen cuanto antes la habitación, patas arriba desde diciembre, y que, mientras tanto, no molesten»

BERNARDO Muñoz Marín. «Carnicerito» de nombre artístico. Torero por la gracia de Dios. Sobrado de gracia. Malagueño de nación. Hecho al arte del toreo y de la flamenquería en Jerez. Los que lo conocieron sostienen sobre él dos cosas: que era el hombre de mayor gracia natural y espontánea, no buscada, que en su vida conocieron; y el más elegante y que mejor porte y jechuras tenía. No se tiene noticia de que en su vida se pusiera unos pantalones vaqueros. Cuando el caballero don Álvaro Domecq Díaz se hizo rejoneador con el exclusivo fin de racaudar fondos para levantar unas escuelas para los niños desfavorecidos de su Jerez, llegando a torear 50 tardes en la temporada de 1944, se llevó en su cuadrilla a dos hombres de arte: como banderillero de confianza, a Bernardo Muñoz; y como mozo de espadas, a otro monstruo del ingenio, al que fue mi catedrático de Gramática Parda, a don Miguel Criado Barragán, «El Potra» en el mundo del toro, donde fue gente, y quien tenga la menor duda, que lo pregunte en Sevilla, Madrid o Pamplona.

Cuéntase que una noche que venían en el coche de cuadrillas de torear una corrida no sé dónde e iban para actuar al día siguiente cualquiera sabe en qué plaza, don Álvaro, hombre de profundas convicciones religiosas, puso a todos sus hombres a rezar el rosario. Terminadas las oraciones finales, les dijo:

–Ea, ya hemos quedado a bien con Dios y le hemos dado gracias…

A lo que Bernardo, en plan «agradaó» de su tierra jerezana, fingiendo fervor y emoción cristiana, así como una guasa grande y de verdad, le dijo:

–Esto ha sido tan bonito que, don Álvaro: ¡vamos a echarnos otro rosario!

Me he acordado del lance de Bernardo y de don Álvaro cuando don Francisco Javier López, alias Pachi, ha salido de La Zarzuela de informar a Su Majestad sobre el segundo revolcón sin consecuencias que en la media plaza de toros del Congreso ha vuelto a sufrir Sánchez en su pretendida investidura. López salió con cara de haberle dicho al Rey como Bernardo a don Álvaro, en plan «agradaó»:

–Don Felipe, ¡vamos a echarnos otra ronda de consultas!

«Nequaquam», le ha dicho el Rey. Y ha sido entonces cuando ha llamado al Jefe de Su Casa, ha abierto una gaveta de la mesa de trabajo donde tiene siempre el ordenador portátil y le ha dado dos entrelargas cartulinas que allí guardaba. Todos nos traemos algo de las que llaman «amenities» en los hoteles buenos, y que levante la mano quien no lo haya hecho: que si el peine maravilloso, que si el gorro de ducha, que si las zapatillas de mullido fieltro. Con lo largo que es, y barruntando la que se le venía encima, Don Felipe pegó el correspondiente mangazo regio en el último viaje. Pero lo que se trajo no tenía importancia más que para él. Fueron esas cartulinas alargadas que cuelgan del interior del pomo de la puerta en los cuartos de hotel, que en una pone «No molestar», y en la otra, «Arreglen pronto la habitación».

Esos dos entrelargas cartulinas fueron las que el Rey sacó de la gaveta del regio escritorio y entregó al Jefe de Su Casa nada más que el presidente del Congreso cogió puerta, camino y mondeño con la comunicación del segundo nanai de investidura. Y le dijo:

–Quiero que me redactéis comunicado de la Casa inspirado en estas dos cartulinas, porque yo no me paso otros quince días recibiendo gente que después hace lo que quiere, sólo marearme a mí y a la perdiz de España, que es mucho más grave. Un comunicado que diga lo que estos dos avisos hoteleros: que estos señores arreglen cuanto antes la habitación, que la tienen patas arriba desde diciembre, y que, mientras, por favor, no nos molesten ni a mí ni a los españoles que los votaron. Y que cuando tengan algo arreglado en firme, que venga el que sea. ¿Qué ronda de consultas ni ronda de consultas? ¿Estamos locos?