Las intenciones de Urkullu

EL CORREO 23/09/13
TONIA ETXARRI

Al lehendakari le ocurre lo mismo que a Duran Lleida, que no se atreve a plantear la independencia porque sabe que rompería el país… y algo más

De los tres planes que tiene Urkullu, ya ha encarrilado el primero, el de la lucha contra la crisis gracias al apoyo de los socialistas en ese acuerdo que le libera de la minoría parlamentaria que le dieron las urnas. Le quedan dos muy complicados. Si su proyecto de convivencia se le ha bloqueado desde que la ponencia de paz quedó encallada porque UPyD, PP y socialistas exigen a la izquierda abertzale una deslegitimación de la violencia de ETA, la sombra de la soberanía se ha proyectado, muy a su pesar, con una intensidad que le sobrepasa. Cuando hizo referencia al nuevo estatuto (estatus, dice él ) ante los parlamentarios vascos la pasada semana, se adornó con los complementos de la legalidad y pluralidad. A unos les sonó a placebo. A otros les indignó su falta de precisión. A la mayoría le pareció que huía del debate en sede parlamentaria. Y todos coincidían en señalar que el lehendakari no se había atrevido a destapar la caja de los truenos.
Pero el remanso de la ambigüedad calculada duró tan sólo unas horas porque al día siguiente insistió, en la radio pública vasca, que él quiere celebrar una consulta, pactada eso sí, pero consulta que deberá buscar los resquicios legales para poderse celebrar. En cuestión de 24 horas, Urkullu ha logrado despistar a todos los representantes políticos. Le sucede, en el fondo, como a su homólogo en Unió Democrática de Cataluña, Duran Lleida, que no se cansa de repetir que no quiere plantear la independencia porque sabe que es una propuesta que divide.
A Urkullu le ocurre algo parecido. Pero, presionado por los sectores más radicales de la política vasca, no es capaz de mantener su paseo por la legalidad y pluralidad y acaba confesando que él también quiere la soberanía vasca, aunque de forma distinta a cómo la está planteando Artur Mas. En el pleno de política general defraudó a todos los grupos por su imprecisión y, al día siguiente, logró que populares, UPyD e, incluso sus socios de firma en el pacto fiscal, los socialistas, se echaran las manos a la cabeza porque volvieron a temer que el plan de nacionalismo obligatorio de Ibarretxe volvía por sus fueros, de la mano de Urkullu.
Puede ser que el PNV no tenga interés en construir un camino junto a EH Bildu. Pero las coincidencias y alianzas, en política, las marcan la fuerza de las urnas. Mas no logró la mayoría suficiente para gobernar y se apoyó en ERC. Por conveniencia, más que por afinidad. Y con el paso del tiempo, los convergentes se han ido contagiando. ‘Esquerra exige; Mas transige’.
En Euskadi, al lehendakari le ha costado casi nueve meses pedir ayuda después de comprobar que el aferramiento a su soledad parlamentaria sólo le producía melancolía, además de incapacitarle para gobernar. Pero Urkullu suele huir del debate en sede parlamentaria cuando los objetivos van a generar polémica. En estos meses de legislatura ha dado buenas muestras de su querencia por los focos y micrófonos al margen del Parlamento. Si lo hizo para anunciar la retirada de los Presupuestos o la presentación del código ético, razón de más para reservarse un escenario sin contestación para recordar que él es tan nacionalista como su antecesor Ibarretxe.
Cuando dejó la pasada semana la pelota sobre el tejado de los grupos parlamentarios para que aportaran una idea que él no concretó sobre la reforma del Estatuto, muchos observadores cayeron en la confusión de pensar que Urkullu es un nacionalista «moderado». Y maneja un discurso moderado porque sabe que su sueño soberanista generará división. Escarmentados de los tiempos en los que el nacionalismo, con Arzalluz, gobernó con altanería y radicalidad, creen que Urkullu tiene en la cabeza «una construcción moderada de país». Pero la única diferencia que mantiene con sus antecesores es la del manejo de los tiempos.
Muchas veces las exigencias de los demás han forzado la orientación de los partidos. Lo que de verdad importa en política no es cómo empiezan los proyectos sino cómo terminan. Los comienzos de su antecesor nacionalista envolvieron a la sociedad para, luego, dividirla. Cuando quería convocar el referéndum y clamaba a los cuatro vientos que la soberanía residía en el pueblo vasco, y no en el español. El final se recuerda tanto que ahora se utiliza como referencia y recordatorio a los gobernantes de Cataluña. Que Ibarretxe terminó topando con la soberanía del Congreso de los Diputados, que rechazó su plan. Y él convocó unas elecciones anticipadas que no le dieron la mayoría que necesitaba. El actual lehendakari está dividido entre lo que quiere y lo que sabe que puede hacer. Consciente de que, mientras no se cambie la Constitución, la soberanía nacional reside en el pueblo español, en su partido hablan de pacto con el Gobierno español.
Por eso están pendientes de los movimientos de Rajoy en el tablero con Artur Mas. Pero los herederos de aquel PNV que apostó por el pacto excluyente de Lizarra y por el controvertido plan Ibarretxe saben que no pueden volver a hacer experimentos porque se juegan la estabilidad social. Y sin estabilidad, Euskadi entraría en decadencia y confrontación transversal. Si el espacio político del PNV ya jamás será lo que fue desde la llegada de EH Bildu a las instituciones, un paso en falso, ahora, podría polarizar la política vasca y dejarle en tierra de nadie. O juega a la integración con sinceridad o la izquierda abertzale acabará capitalizando su ambigüedad.