Dada la ausencia de propuestas políticas propias en ZP, probada en el episodio catalán, y de la posibilidad de pactos oscilantes con PNV y ETA/Batasuna, los nacionalistas no van a conformarse con una ampliación del Estatuto. Evitarán el reto frontal y jugarán a fondo una baza: el reconocimiento, con todos los eufemismos que se quiera, de la autodeterminación.
En uno de sus lúcidos comentarios, Florencio Domínguez Iribarren destacó la obsesión mostrada por utilizar la palabra proceso en la entrevista-declaración de ETA que Gara publicó el 14 de mayo. Los encapuchados ven en todo componente de la vida política vasca un proceso. La consigna central -«debemos poner en marcha el proceso democrático que plasmará ese cambio»- da lugar a un poblado haz de procesos. Tal vez sean ecos del lejano juicio de Burgos que tanto marcó la historia de la organización terrorista. Lo malo es que estas cosas se contagian y es así como el presidente Zapatero, puesto a ejercer el oficio de pescador en el campo léxico nacionalista, al mismo tiempo que propone «la paz» y reconoce con un sí pero «la capacidad de decisión» del pueblo vasco, tal y como le pide Ibarretxe, anuncia que en junio, con la premura que le solicita Otegi, dará comienzo «el proceso de diálogo con ETA». Así que no nos quedemos atrás; vale la pena procesar el proceso, intentando esclarecer el significado de las distintas posiciones políticas y apuntar posibles desarrollos del juego en la partida que ahora se abre.
Ante todo, estamos ante una buena noticia por lo que tiene de confirmación de lo que casi todo el mundo creyó leer en el comunicado de ETA declarando el alto el fuego. Por encima de sobresaltos de primera hora con los dos atentados, brotes de kale borroka y declaraciones de Otegi en tono de Casandra, lo que en buena ley debiera llamarse diálogo, esto es, los contactos entre representantes del Gobierno y de ETA, parecen refrendar la visión optimista en cuanto a la prioridad asignada por los etarras a la actuación estrictamente política. No es poca cosa. Y tampoco constatar una vez más que si la claridad de ideas y de fijación de objetivos no es precisamente el principal atributo de Zapatero, su capacidad para dirigir maniobras y negociaciones en la sombra, con la ayuda inestimable de Rubalcaba, es en cambio más que notable. Y como en el asunto que nos ocupa esa habilidad resulta imprescindible, y la finalidad perseguida beneficia a todos, vale la pena de entrada saludar lo logrado. La vía de la descalificación primaria, elegida por los voceros del PP, únicamente sirve para poner de manifiesto su desinterés por el fondo de la cuestión, debilitando de paso a quienes suman a la aprobación una reserva crítica en defensa del orden constitucional. Por el momento, ETA no está imponiendo nada; Zapatero sigue ocupando el papel de la banca en esta partida.
Como en el caso de Cataluña, las dificultades pueden comenzar a surgir, y de forma exponencial, cuando se ponga en marcha el complejo procedimiento de las dos negociaciones. Supuesto que en las condiciones actuales el Gobierno (o sus delegados socialistas vascos) no podrá contar con apoyo alguno, difícilmente está en condiciones de mantener su promesa de no pagar precio político alguno y de preservar la legalidad constitucional. En la entrevista del 14 de mayo, los encapuchados se atuvieron a las reivindicaciones tradicionales de autodeterminación y territorialidad, con la independencia como meta inequívoca. Por su lado Ibarretxe insiste en la exigencia de reconocer la capacidad de decisión de los vascos, esto es, el ejercicio del derecho de autodeterminación. Juiciosamente, Imaz insiste en que lo primero es el fin de la violencia, pero tal declaración sólo podrá ser arrancada de ETA mediante concesiones que bien sean hechas directamente a la banda o, lo que es más probable, dado el apoyo que recibirían del nacionalismo democrático, serían canalizadas a través de la mesa de partidos, una vez acordadas en secreto durante la fase de negociación bilateral.
En este punto, ETA no está sola. La acompaña incluso Ezker Batua, entregada a una táctica de pujar cada vez más alto temiendo el regreso de Batasuna. El Gobierno sí va a estarlo, aunque controle mejor al PSE que al PSC. De atenerse a sus promesas de resistencia constitucional, aparecería como culpable ante todos de lo que luego ocurriera. ZP está obligado a presentarse como ganador de la paz en Euskadi ante la sociedad española, y los nacionalistas lo saben. Así que tratarán de no desgastarle, adoptando una conducta opuesta a la seguida contra Aznar: fortiter in re, suaviter in modo. Le permitirán incluso enfatizar al máximo el homenaje a las víctimas del terror, con tal de que no las reconozca papel alguno. Y ZP no pensó nunca en tal reconocimiento.
Dada la ausencia de propuestas políticas propias en ZP, probada en el episodio catalán, y de la posibilidad de pactos oscilantes con PNV y ETA/Batasuna, los nacionalistas no van a conformarse con una ampliación del Estatuto. Evitarán el reto frontal tipo plan Ibarretxe y jugarán a fondo una baza: el reconocimiento, con todos los eufemismos que se quiera, de la autodeterminación. Con la paz en el bolsillo, ZP feliz si se dan con las oportunas expresiones de doble uso. Algo así como: «Los ciudadanos vascos ven reconocida su plena capacidad de decisión de acuerdo con la legalidad vigente y en el marco histórico que configura su identidad» (¡no olvidemos Euskal Herria!). Por el momento una relación confederal basta; desde las experiencias del siglo XIX al caso de Montenegro, puede servir de plataforma de ruptura cuando la misma se juzgue oportuna. De ahí que la relación sobre temas de Estado para Euskadi entre los partidos constitucionalistas siga siendo una absoluta necesidad, y no sólo para suscribir el diálogo. Cuentan las metas.
Y una vez citado Montenegro, conviene admitir que los nacionalistas vascos tienen plena razón al subrayar la importancia del referéndum del pasado domingo. Hasta ahora, la versión oficial consistía en que el derecho de autodeterminación se restringía a las situaciones de dependencia colonial. Pero es la UE, con la aquiescencia de este curioso ministro que es Moratinos, ignorante tal vez de lo que significa el precedente, la que se convierte en tutor y notario de un ejercicio en sentido separatista de la autodeterminación, fijando incluso los porcentajes de voto. ¿Por qué respecto de Serbia sí y de España no? Zapatero habla de capacidad de decisión de los vascos dentro de la legalidad. Ahora bien, si hemos contribuido a crear una nueva legalidad en Europa, ¿por qué no aplicarla cuando la mayoría de los vascos respalda el ejercicio de la autodeterminación? Una última pregunta: ¿no sería mejor pensar antes de hablar, olvidándose del márketing político? Propongámonos encauzar al nacionalismo radical, pro-ETA o del PNV, hacia la democracia, no jugar con un doble lenguaje que lleve a un callejón sin salida por contentar a todos y ganar las próximas elecciones.
Antonio Elorza, EL CORREO, 23/5/2006