Las primarias, gran invento

SANTIAGO GONZÁLEZ-EL Mundo

Resulta curioso comprobar cómo las primarias se han impuesto en todos los partidos como método natural de selección. A mí siempre me han parecido modas extranjerizantes desde aquellas históricas en las que Borrell le ganó a Almunia la candidatura a la Presidencia del Gobierno en 1998. Como Almunia era el secretario general, el partido tenía que hacer algo y filtró oportunamente que dos colaboradores de Borrell, Huguet y Aguiar, estaban implicados en fraude fiscal. Hubo un par de meses antes un ensayo general con todo entre Nicolás Redondo y Rosa Díez, que se disputaron la candidatura a lehendakari. Fueron las únicas que salieron bien. La perdedora, preguntada sobre su posición después de las primarias, respondió: «Mi 47%, con el 53 de Nicolás, hacen el 100%».

Pero el invento gustó a la peña, en general, especialmente a la dirección de Cs, que quiso delimitar con él la línea roja de los pactos. Un empeño excesivo el de tratar de establecer el régimen de organización interna de otros partidos que no son el propio. ¿Son las primarias un sistema de elección más democrático que el dedazo? Podríamos decir que sí. Tantas posibilidades hay de que se equivoque el del dedo como las bases, o la militancia, por decirlo con un lenguaje más del gusto de los tiempos, pero en este caso está más repartido entre la peña. Después de todo, el del dedo ha sido elegido en un congreso y nuestro ordenamiento constitucional no pone obstáculos a la elección indirecta o en segundo grado, un suponer la del presidente del Gobierno. Por otra parte, el PSOE ha quitado el poder al Comité Federal para dárselo a las bases (el PSOE nunca ha tenido militantes, sino afiliados). El resultado es que un tipo como Sánchez se ha encastrado en la Secretaría General, en la que se ha hecho inexpugnable.

Este fin de semana ha llegado la hora de la verdad en Castilla y León. Uno, al tener noticia de que la tránsfuga Clemente había ganado por 35 votos a Paco Igea, un gran diputado de la cantera, pensó en la capacidad de equivocarse de las bases. Y resultó que no, que hubo pucherazo.

La página 3 de este periódico parecía apuntar la trampa a la responsabilidad de la candidata. «El fraude electoral perpetrado por su equipo», decía textualmente, pero no parece una hipótesis razonable. Si un candidato recién llegado pudiera manipular el mecanismo electoral interno en su favor, su fichaje debería cotizarse como el de Zidane. No puede ser, salvo que llamemos «su equipo» al aparato de Ciudadanos que era fan. Se da la circunstancia, además, de que, tal como le explican fuentes de Cs a Luis Ángel Sanz, «la dirección del partido puede seguir los resultados en tiempo real». Añadamos que el aluvión de votos que se emitió en la madrugada del sábado, 53, eran todos para ella. La dimisión del responsable de Comunicación, que fue el muñidor del fichaje, no basta. Los votos del fraude procedían, al menos, de dos IP distintas. Es un mal momento para Ciudadanos y su presidente, pero un partido nacido para regenerar la política española no debería conformarse con salir del paso. Es hora de meter mano con decisión al pucherazo.