Las víctimas y su responsabilidad ante el fin de ETA

Federico Quevedo, EL CONFIDENCIAL, 28/4/12

Mi amigo y admirado compañero Raúl del Pozo se quejaba ayer, y con bastante razón, de que muchos de los que hace no tanto criticaban aRodríguez Zapatero por su política antiterrorista, muchos de los que incluso llegaron a llamarle traidor o cosas peores, ahora se tienen que tragar sus palabras cuando resulta que es un Gobierno del Partido Popular, del mismo Partido Popular que durante la primera legislatura de Zapatero no dudó en secundar las manifestaciones de las víctimas del terrorismo contra el llamadoproceso de paz, el que está dando pasos que hace un año se hubieran considerado casus belli. Tiene razón, insisto, aunque me permitirá Raúl del Pozo un pequeño matiz que permita situar los hechos en su justa medida: en la primera legislatura de Zapatero, el Gobierno adoptó unilateralmente la decisión de romper el Pacto Antiterrorista que le unía con el PP e iniciar la senda de una negociación face to face con la banda terrorista ETA, en la que sobre la mesa se pusieron –y así ha quedado constatado en las actas de esas reuniones y lo ha contado el propio Eguiguren– cuestiones que afectaban a la naturaleza misma de la Constitución como la anexión de Navarra al País Vasco y otras muchas más no menores.

Todo lo que entonces dijimos muchos sigue siendo válido, porque aquel Gobierno traspasó las líneas rojas. Luego vino el atentado de la T4, el final de aquel proceso y el cambio de actitud de Zapatero, que a partir de las elecciones de 2008 contó con el apoyo del Partido Popular, aunque es verdad que costó reconstruir la relación de confianza que se había cimentado sobre la base de aquel acuerdo que rompió el mismo que lo propuso. Pero es aquí donde muchos, y yo desde luego lo hago, debemos entonar un mea culpa,porque durante ese tiempo mantuvimos la suspicacia y fuimos críticos hacia algunos gestos del Gobierno, a veces extremadamente duros en nuestras apreciaciones, y hoy es justo reconocer el error, porque es más que evidente algo que debería convencernos a todos de una vez por todas: la gestión del final de ETA debe hacerse con la cabeza, no con el sentimiento, y debe hacerla la política sin que nada ni nadie pueda alterar el único final del camino al que conducen todos los pasos que se vienen dando desde los tiempos de Rubalcaba como ministro del Interior, y que no es otro que la desaparición de la banda terrorista.

Perdón. Lo siento. Me avergüenzo ahora de algunas de las cosas que he escrito y que he dicho, y no lo hago porque gobierne el PP, sino porque creo firmemente en que nos encontramos ante la cercanía del final definitivo y tenemos que trabajar todos juntos para consolidarlo. Por eso no entiendo las dudas de las víctimas del terrorismo, aunque comprendo que quienes han sufrido en sus carnes el zarpazo de la violencia sientan cierto desasosiego ante un final que seguramente no es como esperaban, pero que básicamente cumple con el guión escrito en otros finales que ya conocemos de situaciones similares en Europa. Digo que no las entiendo porque creo que las víctimas del terrorismo y la sociedad democrática están en el mismo bando, y no puede ser que las primeras se estén distanciando como lo están haciendo de la segunda. Siempre he dicho, y lo mantengo, que el principio del fin de ETA se firmó en aquella explosión de unión cívica con las víctimas que se produjo durante el secuestro y el asesinato de Miguel Ángel Blanco, que seguirá siendo, probablemente, la víctima más universal de cuantas ha acumulado ETA y que nos hizo a todos víctimas por igual de su violencia.

Pero aquel espíritu se diluyó con el tiempo, sobre todo porque hubo quienes de manera muy interesada quisieron apropiarse del sentimiento de las víctimas para convertirlo en arma política y en motivo de confrontación, arrebatando a éstas su mayor fuente de supervivencia: la pertenencia a toda la sociedad española, independientemente de etiquetas partidarias e ideologías. Las víctimas, que eran de todos, empezaron a dejar de serlo, y esa fractura que se ha abierto entre ellas y la sociedad española tiene culpables. Quienes de verdad han sentido el hachazo del terrorismo deberían de hacer algún ejercicio de reflexión sobre el modo y la manera en que se ha conducido a las víctimas del terrorismo a convertirse, no en un factor de unidad como lógicamente deberían ser, sino en un motivo de confrontación política e ideológica.

Ningún gobierno democrático ha actuado con la mala intención de querer dañar ni la memoria ni la dignidad de la víctimas, ni mucho menos sobre la de evitar que se haga justicia. Es verdad que eso se ha dicho del Gobierno de Zapatero, pero es aquí donde debemos reconocer nuestros errores, aunque también sería positivo que el PSOE reconociera los que cometió en la primera legislatura. Pero es necesario partir de la base de que la voluntad de todos los gobiernos ha sido la de acabar con esta pesadilla, y hoy estamos todos los demócratas de acuerdo en que hemos logrado derrotar a ETA y que ese final está más cerca, y que es un final sin concesiones políticas, pero que sí requiere de gestos por parte de la democracia y del Estado de Derecho que contribuyan a afianzar ese proceso.

Y en ese contexto es en el que hay que enmarcar el anuncio hecho por el Ministerio del Interior –penosamente hecho desde el punto de vista de la comunicación, como ya viene siendo tradicional en este Gobierno, que convierte sus errores de comunicación en marca de la casa– de un nuevo plan de reinserción de presos que va más allá de eso que se llamó la vía Nanclares y que quedó en punto muerto tras el comunicado de cese definitivo de la violencia de ETA en octubre pasado. Probablemente, éste sea uno de los pocos motivos de cohesión y consenso en un país dividido, a veces hasta el extremo, a causa de una crisis económica que se está llevando por las alcantarillas del paro las esperanzas de muchísima gente. Pues si es así, démosle un voto de confianza al Ejecutivo, y confiemos en que al menos al final de este túnel sí veamos alguna luz, pero sería mucho más fácil para todos, nos daría mucha más fuerza moral a los demócratas, si supiéramos que para recorrer ese camino contamos con el empuje de las víctimas del terrorismo, y no con su suspicacia.

Federico Quevedo, EL CONFIDENCIAL, 28/4/12