Lealtad o ingratitud

EL CORREO 30/03/15
TONIA ETXARRI

· Con la crisis en UPyD no sólo el liderazgo de Rosa Díez está en cuestión

Después de siete años y medio de trayectoria, Rosa Díez –que puso en marcha la primera organización que se atrevió a presentarse como el ariete que rompía el clásico bipartidismo, cuando huyó escaldada de su militancia en el PSOE– acaba de comprobar, en carne propia, que su tripulación no es tan sólida como ella creía. Y compañeros a los que ella misma había colocado en la dirección, y a los que nunca se les oyó decir que querían confluir con Ciudadanos, por ejemplo, se rebelan ahora contra ella para intentar salvar la cara.

En los micrófonos y focos se habla de «deslealtad» pero en las redes sociales, los 140 caracteres permiten sintetizar la contrariedad de muchos seguidores del partido magenta que hablan de «ingratitud». Que viene a ser lo mismo pero explicado con las vísceras. Recuerdo cuando Antonio Basagoiti empezaba a preparar su relevo en el PP y le pregunté por qué motivos había pensado en Arantza Quiroga como su sucesora. Me respondió que «por su lealtad». Esa debe ser una actitud que en los partidos, en donde se libran luchas intestinas por el poder (externo e interno), cotiza al alza. Por encima de la capacidad de liderazgo o la facilidad para la persuasión, en muchos casos. Que mantengan todos el rumbo en la misma dirección cuando están gobernando o cuando las elecciones les resultan favorables, no tiene mayor mérito. Es cuando el viento sopla en contra cuando se mide la fortaleza de los partidos en cuestión.

Y en el caso del partido de Rosa Díez, al primer revés electoral, a parte de la tripulación le ha dado por huir a la bodega sin atreverse a lanzarse al mar abandonando su escaño. Con la petición de su dimisión por parte de algunos de sus compañeros de dirección, su liderazgo está ya cuestionado, por mucho que haya logrado un apoyo del 67% en el Consejo político. Porque se ha aferrado al cargo. Sin querer dimitir. Como dimitió Adolfo Suárez la misma noche electoral de los comicios municipales de 1991, cuando el CDS sólo obtuvo 731.331 votos.

Pero el liderazgo de Rosa Díez no es el único que ha quedado cuestionado. Porque Irene Lozano, criticando ahora cuestiones que nunca antes había formulado, queda en el lugar más destacado del club de los ingratos y desleales. Todavía su nombre se asocia a la purga que sufrió Sosa Wagner por atreverse a criticar la falta de democracia interna y por proponer una convergencia con Ciudadanos. Su artículo, que contenía un cúmulo de descréditos hacia la persona de su compañero eurodiputado, podría circular como uno de los manuales de las escuelas de formación estalinista. Pero ahora, con el aplazamiento de sus problemas hasta después de las elecciones municipales y autonómicas, hasta los más incondicionales dudan de su posibilidad de movilizar el voto porque los electores suelen huir de los problemas internos de los partidos.

UPyD ha tenido el mérito de ser el adalid de la lucha contra la corrupción (del PSOE no se puede decir lo mismo porque tiene lo suyo en Andalucía) pero no ha sido recompensado en las urnas. Su denuncia en el ‘caso Bankia’, en su salida a Bolsa y con las preferentes, figurará con oropel en su expediente político. Pero ya hemos visto que no existe un comportamiento lineal en las urnas frente a la corrupción. Ha habido voto de castigo para el PP pero no para el PSOE, aunque estos fraudes preocupen cada vez más a los ciudadanos. Al menos eso dicen en las encuestas. Incluso en Euskadi.

En el último Sociómetro, la corrupción va ganando puestos en la ‘pole’ vasca, con un 49% de ciudadanos que la sitúan como uno de los tres problemas que más les preocupan. No por casualidad es Álava donde se registra el mayor porcentaje de preocupados. Un territorio en donde el ‘caso de Miguel’ ha puesto al descubierto, salvada la presunción de inocencia, una trama de comisiones ilegales dirigidas por desalmados que estuvieron vinculados al PNV. Pero de la preocupación a la votación, como ya hemos visto en Andalucía, va un trecho.

En los grandes partidos se suelen aguantar mejor los grandes temporales en forma de reveses electorales. En el PP, ni Bárcenas en particular, ni la Gürtel en general, han provocado fisuras entre sus dirigentes. Más bien al contrario, Esperanza Aguirre, que presumía de «verso suelto», se ha tomado con la intensidad que otros de sus compañeros no saben utilizar, su campaña a la Alcaldía de la capital. En el PSOE, más de lo mismo. Una vez ‘fulminado’ Tomás Gómez, con el dedo de Pedro Sánchez y su ejecutiva, el éxito electoral en Andalucía les permite maquillar las diferencias notables que mantiene Susana Díaz con Pedro Sánchez. En CiU han tenido que renegar de Pujol, una vez que ha quedado destapado que el ‘ladrón’ no era España sino que lo tenían en su propia casa.

Y en Euskadi juegan dos nuevos partidos en las próximas elecciones. Ciudadanos, que ya ha dicho que quiere ocupar el hueco de UPyD, y Podemos, que se va sacudiendo el polvo de la independencia. Y el PNV, impasible. Como una sola estatua. Desde que se fue Josu Jon Imaz, que, por cierto, fue leal hasta su último minuto de su militancia en el partido, Urkullu mantiene su rumbo sin turbulencias. Con el ‘caso de Miguel’, ‘Hiriko’, ‘Epsilon’, y lo que haga falta. Incluso cuando estuvieron durante una legislatura fuera de Ajuria Enea, tuvieron la habilidad de saber que su adversario, siempre, está fuera.