Lecciones desde Andalucía

Juan José Laborda-Vozpópuli

La causa fundamental del descalabro socialista en Andalucía no es otra que su errónea visión de la realidad nacional de España; en otras palabras, su relativo alejamiento de la Constitución

El fuerte retroceso electoral del PSOE de Susana Díaz no me ha sorprendido. Nunca he pensado que los gobiernos socialistas andaluces estuviesen creando un “régimen”, como sus adversarios electorales han reiterado años y años, y la prueba está en el vuelco partidario de estas elecciones, que han dejado a los socialistas con tan sólo el 28 por ciento de los votos. Con una participación del 59 por ciento (la más baja de los últimos años), las demás fuerzas políticas se sitúan en porcentajes más reducidos: del 20 por ciento del PP, 18,26 por ciento de Ciudadanos, 16,17 por ciento de la versión andaluza de Podemos, al 10,96 por ciento de Vox. Ciertamente, la prolongada gobernación del PSOE en Andalucía hacía esperable que un día los electores decidieran alternar democráticamente la mayoría  partidaria, confiando en otro partido la gestión gubernamental de los cuatro años siguientes.

PP, Ciudadanos y Vox están forzados a entenderse para formar gobierno porque el principal argumento electoral de los tres fue que había que terminar con el ‘régimen’ del PSOE»

 
 

El PP, Ciudadanos y Vox están forzados a entenderse para formar gobierno, precisamente porque los tres han sostenido, casi como único argumento electoral, que había que terminar con el “régimen” que el PSOE  había construido en Andalucía. Pero esa literatura política sobre el “régimen”, aunque sea un mero argumento fantasioso, contiene argumentos venenosos para los firmantes del posible acuerdo de gobierno. Las palabras, o las frases, aunque se pronuncien  con la levedad propia de los mítines electorales, son una especie de organismos invisibles que infectan el razonamiento político posterior, manteniendo la fiebre electoral cuando después sería necesaria una mayor frialdad lógica. La discusión sobre pactar con Vox centra hoy el debate público y, sobre todo, el publicado. Y casi seguro, los debates internos de  las dos jefaturas  afectadas por el posible pacto, la del PP y la de Ciudadanos.

Al PP no le va a perjudicar, de momento, el pacto con Vox; y a Ciudadanos lo que de verdad puede hacerle daño no es el pacto con los de Abascal, sino con el PP»

Vox es un partido que se califica de extrema derecha, y aunque esa definición sea pronto para  aplicarla a la organización que lidera Santiago Abascal, lo cierto es que ha recibido apoyos y felicitaciones de partidos como el de Marine Le Pen; la prueba de que Vox sea realmente una organización de extrema derecha se comprobará si se convierte en un partido más de la internacional europea de partidos extremistas, donde están los socios alemanes, ingleses, polacos, húngaros, italianos, suecos, holandeses, austriacos, suizos, etcétera, de Marine Le Pen, una internacional que promueve Steve Bannon, el estratega político de Donald Trump, cuya misión en Europa es terminar con la Unión Europea contando con el apoyo de Vladimir Putin y otros dirigentes mundiales contrarios a la democracia representativa y a los Derechos Humanos. Esa será la prueba de que Vox es algo más que un partido nacional-reaccionario.

Mientras tanto, en mi opinión, pactar con Vox no perjudica todavía al PP, y para Ciudadanos será mucho peor el pacto con el PP que con Vox. Aunque Santiago Abascal tenga una mayor enjundia ideológica, comparado con los líderes actuales del PP, el partido de Fraga, Aznar, Rajoy y de Casado tiene suficiente implantación e historia detrás (lo que se ha visto en estas elecciones, a pesar de la falta de entidad de Juanma  Moreno), como para resistir muy bien en contacto con Vox.

La prueba de que Vox sea realmente una organización de extrema derecha la tendremos si se convierte en un partido más de la internacional europea de partidos extremistas»

Para Ciudadanos su peor alianza es con el PP. En España, como en Europa, los partidos equivalentes en programa y en composición social, sobreviven aliados a los socialdemócratas (a los que aportan liberalismo económico y moderación en costumbres), pero cuando se alían con los grandes partidos conservadores las más de las veces son devorados por ellos. Sucedió en España con el CDS de Adolfo Suárez, cuando se alió con el entonces poco conocido José María Aznar, en Madrid y en Castilla y León; en dos años fue deglutido por el PP de entonces. Otro tanto puede verse en Alemania y en Gran Bretaña: sus partidos liberales, muy prósperos pactando con los socialdemócratas, quedaron muy debilitados después de comprometerse con  los conservadores o los demócrata-cristianos.

 El Podemos andaluz se convertirá en una minoría sin futuro, y en cuanto al PSOE, además de los problemas arrastrados de representación social y de falta de control democrático interno (que las llamadas “primarias” han agudizado aún más), la causa fundamental de perdida de apoyos no es otra que su errónea visión de la realidad nacional de España; en otras palabras, su relativo alejamiento de la Constitución. Y por eso, el apoyo que los independentistas catalanes medio dan (irritando a la mayoría de los españoles) al Gobierno de Pedro Sánchez, explica las fuertes pérdidas electorales, y Andalucía no será un caso aislado.