Ignacio Camacho-ABC
- Las patotas son las brigadas de choque del populismo, reclutadas entre marginales violentos y el lumpen futbolístico
A Gistau, que había vivido en Argentina, le gustaba llamarlas patotas, que es como allí y en media Suramérica dicen a las brigadas camorristas del populismo. La acepción está recogida en el DRAE, aunque desprovista de su sentido político. Las patotas son la fuerza de choque que cierta izquierda radical utiliza como partidas de la porra a su servicio, bandas de marginales reclutados entre el lumpen de los distritos deprimidos y los grupos más violentos de hinchas futbolísticos. Sí, exactamente como los ‘bukaneros’ del Rayo, esos tipos que han conseguido rodear a uno de los equipos más populares de España con un halo antipático. Justo allí ha ido Podemos a fichar su cinturón pretoriano, la ‘garde du corps’ del líder, el aguerrido círculo de seguridad donde militan energúmenos con antecedentes vandálicos que el entorno de Iglesias reputa como emblemas de la identidad del barrio. El trasunto de las cuadrillas de intimidación peronistas o de los siniestros matones motorizados del régimen bolivariano.
El día del mitin de Vox en Vallecas iban dispuestos a pegarse con los osados invasores de un territorio que consideran suyo. Pero se interpuso la Policía y les brotó el impulso natural de liarse a mamporros con los antidisturbios. Veinte heridos dejaron entre los guardias, siguiendo el ejemplo del jefe que en cierto vídeo no demasiado antiguo se declaraba «emocionado» de ver cómo un agente era literalmente molido a patadas por una heroica escuadra proletaria. Iglesias se desmarca alegando que desde que entró en el Gobierno son funcionarios públicos quienes ejercen de guardaespaldas pero al menos uno de los detenidos está en nómina de su organización y ha patrullado de vigilancia en los alrededores de su casa. Por decirlo en el lenguaje de Puzo y Coppola, se trata de gente de confianza. El Ministerio de Interior había silenciado el asunto, ocupado como estaba en divulgar a todo trapo las amenazas de las cartas con balas. El candidato se pregunta por qué sale la noticia al final de la campaña, pero la cuestión clave es por qué el Gobierno la ha callado durante dos semanas. Otra medalla para Marlaska.
Para el caudillo de piel fina, el que predicaba en las herrikotabernas y ahora se levanta de los debates cuando una condena de la violencia le parece insuficiente o ambigua, estos fulanos constituyen un paradigma de valores solidarios y compromiso antifascista. Son «lo mejor de la ciudad» (sic) para quien representa lo peor de la política: la invención de enemigos, el veneno extremista, la agitación resentida, la guerrilla antisistema de barricada y gasolina. Ésa es su cantera, su fraternidad, su cofradía. Nunca ha disimulado la esencia agresiva, pendenciera, de su proyecto. Lo inexplicable es que dirigentes y votantes honestos de izquierda caminen a su lado haciéndose los ciegos y se degraden a sí mismos llamándole compañero.