GABRIEL ALBIAC, ABC 16/01/13
· ¿Las mujeres? Se acabó: velo completo o violencia más completa aún. La policía moral islámica patrulla por las calles.
Los talibanes no están contentos. Tienen motivo. No bastaba con la liquidación de Bin Laden. Es ahora el gobierno socialista francés el que ha apostado por aniquilar las estructuras de la franquicia de Al Qaida en Malí, el Aqmi, aliada con los salafistas de Ansar ed-Dine. De ese enfado da cuenta el portavoz del yihadismo afgano, Zabiullah Mudjahid. También, del temor al deterioro de su logística hacia Europa: la plataforma tejida en el Sahel de cara a una batalla que habrá de librarse sobre el viejo continente a corto plazo. Los talibanes, anunció anteayer Mudjahid, «condenan este ataque francés contra una nación musulmana». Y lanzan su amenaza: «Tales intervenciones y ataques no son sólo desastrosos para Malí, sino también para Francia». Es la lección que el islamismo extrajo de la rendición zapaterista tras el ataque del 11 de marzo de 2004 en Madrid: que no hay nación europea —continental, al menos— con un ánimo colectivo lo bastante firme para resistir a un ataque terrorista que exceda los límites de crueldad previstos. Esperemos que, esta vez, el islamismo yerre en su cálculo.
François Hollande ha emprendido su operación militar —y su simultáneo ataque a los secuestradores en Somalia— con un respaldo político envidiable: mejor ser Bush que Zapatero. Salvo los marginales comunistas franceses, no hay una sola fuerza parlamentaria que no apoye la operación. Visto desde una perspectiva española, es algo que mueve aún más a admiración que a envidia. Pero, en el rigor de cualquier analista serio, la intervención militar era ineluctable. Y sólo cabe reprochar que se haya retrasado tanto tiempo.
Lo que sucede en Malí es consecuencia de una mala resolución del fin de la dictadura gadafista. No habiendo sido destruido —o, al menos, desarmado— el ejército que puso en pie, a toda urgencia, el dictador libio con mercenarios del Sahel, esas tropas iniciaron, desde enero de 2012, la creación de un Estado propio, de carácter rigurosamente islamista, en el norte de Malí, procediendo a una atroz limpieza étnico-religiosa, bajo la jefatura de Iyad Ag Ghaly y sus «Defensores de la Religión» (Ansar ed-Dine). Fue el principio del fin del régimen moderado de Amadou Toumani Touré en Bamako. Cuando, en abril, la sharía es proclamada en Tombuctú por la alianza de Ansar ed-Dine y Aqmi, tras desplazar a los tuaregs «laicos» del MNLA, Malí queda dividido en dos países. Al norte una República Islámica. En el sur, el presidente Touré cede el poder al ejército. Se inicia una guerra cuya crueldad contra las poblaciones civiles es tan extrema como sólo cabe esperar de una guerra santa.
El paisaje del Tombuctú bajo imperio de la sharía ha sido en estos meses espeluznante. Los organismos humanitarios calculan que la mitad de su población ha huido. Mausoleos e iglesias han sido devastados. Se ha prohibido el alcohol, la danza, la música, la radio y los pantalones que lleguen más abajo de la espinilla. Los barberos que aceptasen afeitar a un cliente serían castigados. ¿Las mujeres? Se acabó: velo completo o violencia más completa aún. La policía moral islámica patrulla por las calles. Los castigos corporales y la amputación toman lugar de usos jurídicos… Fin de toda esperanza.
De triunfar el proyecto, el Malí islamista habría de cumplir, respecto a Europa, la función exacta que Afganistán jugara, en los años noventa, hacia Estados Unidos. No hay fuerza política en Francia que ignore lo que significa eso. Es la guerra: no ganarla, pondría a cada ciudadano francés en riesgo.
GABRIEL ALBIAC, ABC 16/01/13