- El régimen marroquí no se para en barras: echó a España del Sáhara en 1975 con una ‘marcha verde’ aparentemente civil pero dispuesta a comportarse como una invasión. Que es lo que resultó ser. Puede repetirse. Y la OTAN no hará nada
La segunda razón que adjetiva como histórica a esta cumbre consiste en la necesidad de que la OTAN defienda el flanco sur del continente, que no está en la frontera peninsular de España, sino en la de las ciudades autónomas españolas de Ceuta y de Melilla, en el norte de África. Sobre este asunto, pese a su importancia, se pasará de puntillas. Porque el amigo de la OTAN en el Magreb es Marruecos.
La OTAN se constituyó en el Tratado de Washington que entró en vigor en agosto de 1949. Se concibió, y así se ha comportado, como una organización defensiva frente a la amenaza de la derrumbada URSS y en ese acuerdo los Estados firmantes, y luego los que se han ido incorporando, se comprometieron a lo siguiente:
“Artículo 5. Las partes convienen en que un ataque armado contra una o contra varias de ellas, acaecido en Europa o en América del Norte, se considerará como un ataque dirigido contra todas ellas y, en consecuencia, acuerdan que si tal ataque se produce, cada una de ellas, en ejercicio del derecho de legítima defensa individual o colectiva, reconocido por el artículo 51 de la Carta de las Naciones Unidas, asistirá a la parte o partes así atacadas, adoptando seguidamente, individualmente y de acuerdo con las otras partes, las medidas que juzgue necesarias, incluso el empleo de la fuerza armada, para restablecer y mantener la seguridad en la región del Atlántico Norte. (…)
Artículo 6. A efectos del artículo 5 se considera ataque armado contra una o varias de las partes, un ataque armado:
a) Contra el territorio de cualquiera de las partes en Europa o en América del Norte, contra los departamentos franceses de Argelia, contra el territorio de Turquía o contra las islas bajo jurisdicción de cualquiera de las partes en la región del Atlántico Norte al norte del Trópico de Cáncer;
b) Contra las fuerzas, buques o aeronaves de cualquiera de las partes que están en dichos territorios o sobre ellos, o en cualquiera otra región de Europa en la que estuviesen estacionadas fuerzas de ocupación de cualquiera de las partes en la fecha en que el Tratado entró en vigor, o en el mar Mediterráneo, o en la región del Atlántico Norte, al norte del Trópico de Cáncer”.
En 1962 quedaron fuera del paraguas de la OTAN los denominados «departamentos franceses en Argelia». España se adhirió a la OTAN en dos pasos: en 1982, bajo la presidencia de Leopoldo Calvo Sotelo, y en 1986, bajo la de Felipe González. Pero según el tenor literal de los artículos transcritos del Tratado, Ceuta y Melilla están fuera de la protección de la OTAN. No así Canarias, porque es un archipiélago al norte del Trópico de Cáncer.
Tanto el Rey como el Gobierno expusieron el pasado 30 mayo en Madrid a Jens Stoltenberg, secretario general de la organización, con motivo del 40º aniversario de nuestra adhesión, que la OTAN debía proteger el flanco sur de Europa, reclamando implícitamente que se incluyeran bajo su protección Ceuta y Melilla, cuya soberanía reclama Marruecos.
Ambas ciudades autónomas forman parte de España desde el siglo XV (Melilla) y desde el siglo XVI (Ceuta). Entre las dos suman más de 170.000 habitantes de distintas etnias y religiones, pero todos ellos son ciudadanos españoles. Sus superficies son escasas: menos de 20 kilómetros cuadrados en el caso de Ceuta y apenas 13 en el de Melilla.
La OTAN no movió un dedo cuando, cómodamente y sin resistencia, Putin invadió la península de Crimea en Ucrania en 2014: consideraba, como Mohamed VI respecto de Ceuta y Melilla, que era territorio de soberanía rusa. No es en absoluto inverosímil que Marruecos termine por invadir, primero con oleadas de inmigrantes, como ha ocurrido reiteradamente, después militarmente, esas ciudades españolas. Y la OTAN —hoy por hoy— se comportaría como espectador preocupado que instaría al diálogo, con la agravante de que Rabat acaba de integrarse en el Foro del Negev con EEUU, Egipto, Israel, Baréin y Emiratos Árabes Unidos, y cuenta con estrechos lazos con Francia y Alemania. Argelia es su enemigo más recalcitrante en el Magreb, pero con el que hemos roto relaciones por el torpísimo giro de Pedro Sánchez respecto del Sáhara Occidental.
La cumbre de la OTAN en Madrid, sí, es histórica. Mucho más que la que se celebró en la capital de España en 1997. Para los europeos en general, y para los españoles en particular, lo es porque tenemos desguarnecida nuestra frontera meridional que está en el Magreb. Tan perentoria es esa cobertura de la defensa de las ciudades autónomas que ayer se llegó a publicar negro sobre blanco que “La OTAN protegerá por primera vez Ceuta y Melilla”. No es así.
El hecho de que se aluda a la defensa de la integridad territorial de los Estados miembros de la Alianza —cosa en absoluto nueva en sus declaraciones estratégicas— no autoriza a suponer que las dos ciudades españolas están bajo el paraguas de la OTAN, porque el Tratado las excluye y porque el concepto estratégico, además de su naturaleza coyuntural y mutante, no puede cambiar el alcance de los compromisos que en él están plasmados.
El mundo se ha transformado súbitamente. Y ese cambio concierne a todos. De modo muy particular, excita los afanes expansionistas de los regímenes políticos autocráticos como el marroquí. España no ha logrado que Rabat reconozca la españolidad de Ceuta y Melilla. Un régimen alauí que no se para en barras: echó a España del Sáhara en 1975 con una ‘marcha verde’, aparentemente civil pero dispuesta a comportarse como una invasión. Que fue lo que resultó ser. Sin olvidar el incidente agresivo de la isla Perejil en 2002 y las cíclicas remesas de inmigrantes que asaltan, con la aquiescencia marroquí, las fronteras de las dos ciudades.
Tendremos que asumir, pese a los recursos de distracción gubernamentales que tratan de rentabilizar la cumbre atlántica en régimen interno, que Ceuta y Melilla son territorio nacional cuya defensa nos compete en solitario. Y si Marruecos pasa la línea roja, la OTAN no actuará militarmente. Se limitará a instar a las partes a sentarse a una mesa para que adquiramos un compromiso: paz por territorios. Que es lo que terminará sugiriendo a Zelenski frente a Putin. El Gobierno ha creado demasiadas y peligrosas expectativas de una cumbre de la OTAN que mira al este de Europa, pero no al sur. Sánchez sigue equivocándose.