Ignacio Marco-Gardoqui-El Correo
Primero lo que sabemos. Sabemos que las exigencias sanitarias para luchar contra la propagación de la pandemia nos han obligado a interrumpir la actividad económica en muchos sectores de manera radical y en otros muchos, parcial. Sabemos que ese parón va a producir daños muy graves a la economía, dado que existe una asimetría profunda entre la interrupción de los ingresos por ventas y el mantenimiento de muchos de los gastos imposibles de obviar. Sabemos que ese parón afecta a las cadenas de producción, al transporte y a la distribución, lo que complica aún más la actividad. Sabemos que esa interrupción tiene ya un triple efecto negativo: manda al paro a millones de personas; reduce los ingresos fiscales e incrementa severamente la necesidad de los gastos sociales. Sabemos que, en consecuencia, se producirá un gravísimo deterioro de las cuentas públicas, con aumento de los déficits públicos e incremento de la deuda.
Sabemos que serán necesarias ingentes cantidades de dinero público para cumplir dos objetivos: uno, inmediato, evitar el desamparo vital de amplias capas de la población y, dos y a poder ser pronto, reconstruir los daños producidos en el tejido económico. Sabemos que no tenemos ese dinero que necesitamos, en parte porque era imprevisible y, en otra gran parte, porque nos hemos negado a ahorrar cuando crecíamos. Sabemos que una buena parte de ese dinero tendrá que venir de Europa. Sabemos que los planes de ayuda europea serán grandes -se habla de billones, no de cientos de miles de millones -, pero serán lentos. La maquinaria administrativa europea se mueve con gran calma, pero la política, lo hace de manera exasperadamente lenta. Sabemos que, además, hay problemas graves, algunos invencibles, a la hora de fijar el origen de los fondos, su financiación y su reparto.
No sabemos si nuestros dirigentes estarán a la altura de las circunstancias. En lo que respecta al ámbito vasco, la pandemia ha demostrado que los problemas se identifican mejor desde más cerca, pero también que, ante un problema de esta magnitud, resulta escaso el tamaño de las comunidades autónomas para encararlo por sí solas y de manera aislada. A nivel del Estado, los problemas padecidos en la gestión sanitaria, algunos inconcebibles, despliegan una sombra espesa sobre la capacidad del actual gobierno socio-comunista para liderar la reconstrucción. Las suspicacias que despierta en las instituciones europeas constituyen una dificultad añadida para recibir las ayudas que necesitamos. Y, aquí, no sabemos, si Europa exigirá responsabilidad antes de ofrecer solidaridad. Es decir si condicionará las ayudas a la adopción de medidas que serían inasumibles para la parte comunista de nuestro gobierno. Si es así, no sabemos que hará Pedro Sánchez, obligado a elegir entre la ruptura de su actual alianza y el retorno a una coalición más centrada o el rechazo numantino a las ayudas.
Para terminar, lo que tememos. Tememos que todo esto nos conduzca a una situación tan grave que se haga inevitable la intervención de la economía española. ¿Es previsible? Como dicen ‘los enterados’ este no es el escenario central, pero tampoco se puede descartar del todo. A día de hoy no le daría más de un tercio de probabilidades. Eso es mucho, así que, por si acaso, vigile de cerca la evolución d e la prima de riesgo que condiciona el precio que pagamos por nuestra deuda. Y no se olvide de que cada punto que suba, eleva en el tiempo el coste de su financiación en 12.000 millones de euros. Bueno, ahora olvídese de todo esto, que aunque no lo parezca, ahí fuera, ¡es domingo! y los niños han salido a la calle.