Los ‘destroyers’ de la Monarquía

EL MUNDO – 07/10/15 – VICTORIA PREGO

· Si no el mayor, porque ha habido otros asuntos que han contribuido grandemente al proceso, este episodio de la involucración de la familia directa del Rey Juan Carlos en las oscuras operaciones delictivas que se empiezan a juzgar el próximo mes de enero es uno de los que más ha dañado la imagen de la Monarquía parlamentaria que la Constitución estableció en 1978 como forma de Estado.

Y no sólo porque nada menos que la hija del entonces Rey esté implicada directamente en el caso y vaya a proporcionar próximamente la foto sensacional y nunca vista ni sospechada de una Infanta de España sentada en el banquillo de los acusados, sino porque buena parte del círculo que rodeaba entonces a la Casa del Rey tendrá que declarar ante el tribunal juzgador, cosa que inevitablemente esparce sombras de ceniza sobre el anterior Monarca y sobre su comportamiento en este caso concreto.

Comportamiento sobre el que flotan algunas dudas pero no sobre un aspecto fundamental: que Don Juan Carlos intentó primero alejar de España a la pareja por ver si el asunto quedaba al final en nada, y que después, y visto que las investigaciones dejaban cada vez más clara la actuación de su yerno, hizo lo imposible para que su hija se desligara de su marido o, al menos, se separara institucionalmente. Esfuerzo inútil. La pareja, terca y ciega como pocas, se ha mantenido en sus trece hasta culminar en el último episodio, en el que la Infanta intentó encararse con su hermano, el Rey Felipe, por el ramplón procedimiento de sostener que había sido ella la que ¡por fax! había renunciado a su título de duquesa de Palma del que el Rey la había desposeído unas horas antes.

No ha sido el único episodio, es verdad, porque paralelamente a la revelaciones periodísticas que destapaban el llamado caso Nóos, el prestigio de la Corona había caído estrepitosamente en pocos años. Y de esa caída del prestigio de una institución hasta entonces muy bien valorada por los españoles era responsable, mayormente, el propio Rey. Lo que sucede es que el comportamiento desvergonzado y abusivo de su posición por parte de Iñaki Urdangarin, muestra también de una supina ignorancia sobre a lo que su posición precisamente obligaba, contribuyó de manera dramática a empujar a la Monarquía al borde del desprecio nacional. Y el hecho de que la abdicación del Rey Juan Carlos y la asunción de la Jefatura del Estado por su hijo Felipe VI haya logrado detener la curva descendente y haya logrado recuperar el buen nombre y el aprecio a la Corona por parte de los ciudadanos, no se debe en ningún modo a que el matrimonio Urdangarin-Borbón haya hecho el menor gesto para dejar de seguir hundiendo a la Monarquía.

Antes al contrario, este es uno de los casos más notables de empecinamiento y de burricie que se recuerda en la vida pública española. Que Urdangarin es un tipo avispado pero muy ignorante y tosco en su comportamiento es algo de lo que caben ya muy pocas dudas. Pero que su mujer, la hija del Rey, le haya secundado en ese enroque disparatado en el que no han tenido el menor reparo en arrastrar consigo el prestigio de la Corona y, apurando un poco más, la pura supervivencia de la institución, es algo que produce un inmenso estupor y una indignación colectiva.

El prestigio de la Monarquía se ha salvado porque Felipe VI es un Rey impecable que ha dejado claro repetidamente que esta pareja está fuera de todo lo que tenga que ver con la Casa. De no haber sido así, las escenas que vamos a presenciar a partir del mes de enero se habrían llevado por delante a la Monarquía española y a la estabilidad constitucional que de ella se deriva.

EL MUNDO – 07/10/15 – VICTORIA PREGO