Cuando se convocan unas elecciones nunca pueden descartarse las sorpresas. Por mucho que los sondeos de opinión tiendan a acertar en sus pronósticos cada vez más, que no siempre. Estamos a cuatro meses para los comicios municipales, autonómicos –en varias comunidades– y forales –en el País Vasco– de mayo y a diez para las generales de diciembre. Y todo sigue abierto. En especial la identidad del futuro inquilino de La Moncloa.
La mayoría de las encuestas, con la excepción del CIS de Tezanos, colocan a Alberto Núñez Feijóo como el mejor colocado. Nada menos que eso. Pero sólo eso. Pero también dicen que el líder conservador dependerá de la ultraderecha, de Vox, para alcanzar La Moncloa. Todo un fenomenal quebradero de cabeza para los populares, para su líder. Vista, por ejemplo, la reciente tormenta sobre el aborto desatada por los ultras en Castilla y León, a la que el PP respondió tarde y con demasiadas dudas.
Sólo ese dolor de cabeza llamado Vox parece explicar que Núñez Feijóo desempolvara en Cádiz una vieja propuesta de los conservadores: que el partido que gane en las urnas sea el que gobierne. Y ello a sabiendas de que ninguna formación está por el cambio. Lo que parece acertado a la luz de la diversidad política española. Nos gusten mucho, poco o nada determinados pactos.
Por mucha tinta de chipirón que insista en arrojar Feijóo día sí día también sólo los muy desinformados albergarán dudas de qué hará el PP tras las elecciones. Gobernará en solitario si le alcanza, lo que no parece sencillo, aunque ahí está lo ocurrido en Andalucía para no dar nada por sentado a priori. Y con apoyo de los de Santiago Abascal o incluso en coalición con ellos si lo necesita.
En la otra orilla tampoco existen demasiadas dudas. Pasados los tiempos en los que Pedro Sánchez aseguraba que no podría dormir si tuviera que cogobernar con la izquierda de la izquierda, el líder del PSOE tan sólo suspira porque su partido salve los muebles en las urnas y porque a su izquierda Yolanda Díaz encabece una lista única con IU y Podemos dentro que logre un número suficiente de escaños para sumar con los actuales socios de investidura.
Que Ione Belarra carga contra el dueño de Mercadona casi al tiempo que Sánchez comparece en Davos con algunos de los grandes del Ibex 35 no hay problema. Al fin y a la postre hace sólo unos meses el presidente sostenía sin sonrojo que si Ana Botín o Sánchez Galán criticaban algunas medidas de su Gobierno es señal de que van en la buena dirección. Otro tanto cabe decir del rechazo de Podemos, ERC y la izquierda abertzale a que España, junto a otros países de la OTAN, entregue carros de combate Leopard a Ucrania. Ningún peligro de que el Ejecutivo salte los aires por ello antes de tiempo.
Lo único que de verdad provoca dolores de cabeza a Sánchez es la posibilidad de que seguir en La Moncloa dependa de los independentistas catalanes y estos le exijan imposibles como el referéndum de autodeterminación para apretar la llave del sí. ¿Respaldar a EH Bildu para que se haga con la Alcaldía de Pamplona o compartir el Gobierno de Navarra con los herederos de Batasuna si los de Otegi lo exigen tras los comicios de mayo son sendas líneas rojas para los socialistas o ya no?