Los Duran i Lleida vascos

EL CORREO 26/09/13
PEDRO JOSÉ CHACÓN DELGADO

Los Duran i Lleida vascos deberían salir del armario para cuando llegue aquí el tsunami catalán, que llegará, nadie lo dude. Se les necesita para contener la que se está preparando con motivo del referéndum escocés de 2014

La actuación política de Josep Antoni Duran i Lleida, en medio del fárrago delirante en que se ha convertido el escenario catalán, y de rebote español, trasluce un hondo dramatismo. En efecto, su propuesta es contraria al independentismo, lo cual le abocará indefectiblemente, de seguir así la deriva catalana, a un choque frontal con los Mas, Homs y demás rupturistas que controlan ahora la coalición CiU. Pero, por otro lado, defiende con uñas y dientes la singularidad de Cataluña en España, hasta el punto de que no duda en apoyar la consulta siempre que no lleve aparejado un sí o un no enfrentados y excluyentes. Una postura tan sofisticada, que huye de extremismos, que apela al diálogo y que ofrece una ‘tercera vía’ para conseguir el encaje definitivo de Cataluña en España, le resulta muy difícil de entender a una ciudadanía embotada por mensajes radicalmente contrapuestos. Es por ello que Duran i Lleida es seguramente el político catalán, y por ende español, más incomprendido tanto dentro como fuera de Cataluña, lo cual le convierte también, sin duda, en el más interesante y necesario en este momento histórico.
Josep Antoni Duran i Lleida y su partido, Unió, constituyen la ‘rara avis’ del panorama político español, y catalán en particular, porque representan la coherencia histórica, el único resto arqueológico reconocible, con permiso de la derecha navarra, de nuestra historia política fracturada en mil pedazos. Y constituye, además, la prueba evidente del fracaso del Estado español de las autonomías y el aviso para cualquier intento que pretenda perseverar por esa vía equiparadora, caso del federalismo. Las singularidades históricas no las crea un Título VIII de la Constitución: son las que vienen dadas por la historia, ni una más ni una menos.
Es imposible sentirse español sin sentirse primero del rincón de España de donde uno proceda, bien sea de cualquier parte de las Castillas en sentido amplio, que abarcan todas las tierras al oeste del Sistema Ibérico que solo hablan castellano, rasgo compartido con buena parte de los antiguos territorios de la Corona de Aragón, bien sea de cada una de las singularidades donde además del español se habla otra lengua. La cultura y la historia que acompañan al castellano, catalán, gallego y euskera son el factor de singularidad más grande que hay en España. Esto lo supieron entender muy bien todos los defensores de nuestras esencias patrias, tanto de derechas como de izquierdas, a finales del siglo XIX, cuando distinguían entre patria chica y patria grande. Por entonces teníamos una izquierda patriótica sin complejos, igualadora y cohesionadora, y una derecha más inclinada a defender la idea tradicional de las Españas, conformadas por la centralidad castellana junto con sus fuertes singularidades periféricas.
La profunda crisis del primer tercio del siglo XX, precedente inmediato de la actual, trajo consigo el hecho insólito de que el grueso de las derechas se convirtió en centralista y uniformizador, mientras que las izquierdas, en una alianza de intereses con los nacionalismos separatistas que continúa hasta hoy, se hicieron identitarias y diferenciadoras. Los grandes trasvases de población, que marcan la modernización económica en España, desde las zonas rurales solo castellanoparlantes a las zonas súbitamente industrializadas que coinciden, y ya es coincidir, con las que hablan también euskera o catalán, explican las actuales Euskadi y Cataluña, donde las diferencias de clase social y de identidad se entrecruzan de manera inextricable y producen desde el hijo de inmigrantes independentista hasta el hijo de ‘cashero’ de derecha españolista.
Pero lo reseñable es que una postura como la de Duran i Lleida eclosionara y se mantuviera en un tipo de partido como Unió, que no fue posible en el País Vasco, a pesar de que aquí se dieron también los mimbres necesarios y suficientes. La derecha vasconavarra era, en su generalidad y en plena II República, autonomista a fuer de foralista, euskalzale y católica, nada de lo cual impidió que acabara fulminada por la Guerra Civil y que en la Transición sus herederos culturales y políticos, que haberlos haylos, tampoco pudieran levantar cabeza ni reivindicarse como vasquistas no independentistas: prefirieron mantenerse refugiados, discretos y silenciosos, la mayoría bajo el paraguas protector del PNV, donde no les alcanzara el zarpazo terrorista.
Los Duran i Lleida vascos deberían salir del armario para cuando llegue aquí el tsunami catalán, que llegará, nadie lo dude. Se les necesita de manera imperiosa, en un escenario sin violencia, para contener la que se está preparando con motivo del referéndum escocés en 2014. Con su desistimiento, los Duran i Lleida vascos han permitido que el nacionalismo radical se apropie de figuras históricas de la cultura vasca a las que se convierte en independentistas, cuando nunca lo fueron: caso de Azkue, de quien se silencian sus años al frente de Euskaltzaindia, entre 1937 y 1951, en pleno régimen franquista; caso de Campión, a quien se le ensalza desde la prensa y el nabarrismo abertzales y se le proclama nacionalista antes incluso de que existiera el PNV, cuando en realidad don Arturo se tenía a sí mismo por nacionalista en idéntico sentido a como se tiene hoy el líder de Unió.
Y al PP, que dirige el gobierno y muchas de las autonomías, le cabe la responsabilidad de tejer complicidades con los Duran i Lleida vascos y catalanes: es su única garantía para salir airoso de este duro trance. El reciente discurso de Arantza Quiroga en el Parlamento vasco va en la buena dirección: foralidad y euskera. Y por supuesto, falta también que la Monarquía, imprescindible para darle soldadura a las singularidades en España, se recupere por fin de su particular y profunda crisis.