GUY SORMAN – ABC – 22/08/16
· A los europeos les preocupa la democracia en EE.UU.; la campaña presidencial, considerada durante mucho tiempo un modelo, en esta ocasión es de hecho un modelo de violencia verbal y de fanfarronadas. ¿Cómo han podido caer tan bajo nuestros amigos estadounidenses?
Los europeos tienen dos presidentes, uno que eligen y otro que no eligen y que aun así influye en su destino: el presidente de EE.UU. Tanto la seguridad militar de nuestro continente como la de Oriente Próximo dependen de la OTAN, pero este pacto militar de protección colectiva solo sirve por el compromiso estadounidense. Un oficial estadounidense dirige obligatoriamente la OTAN, y ningún ejército europeo estaría en condiciones de defenderse solo frente a una agresión, rusa por ejemplo. El Ejército francés, aunque sea el más poderoso de Europa, junto con el británico, no tiene suficientes medios para «proyectarse» en campañas lejanas sin el apoyo logístico de EE.UU.
Por ejemplo, hace cuatro años, cuando François Hollande anunció que la aviación francesa iba a bombardear a las tropas asesinas del presidente sirio, Barack Obama contradijo a Hollande unas horas más tarde; Francia, de repente, se vio privada de la localización de los objetivos que debían proporcionar los estadounidenses. El año siguiente, en enero de 2013, cuando el Ejército francés salvó al Estado de Malí de una incursión yihadista, asistimos a una hermosa muestra de valentía con solo 3.000 hombres, pero estaban protegidos por la aviación estadounidense. En cambio, cuando Jacques Chirac, en 2003, abandonó a George W. Bush (a diferencia del Gobierno español y del británico), Irak fue invadido a pesar de todo.
Por tanto, esta influencia del presidente de Estados Unidos en las estrategias europeas es determinante, mientras que no existe una influencia recíproca, porque los dirigentes europeos ejercen, como mucho, una influencia moral sobre Estados Unidos. Jean-David Lévitte, un exembajador de Francia en la época de Nicolas Sarkozy, comentaba con ironía que los europeos deberían elegir a algunos senadores estadounidenses, porque sería la única manera, según el embajador, de que los escuchasen de verdad. A falta de senadores, los europeos cuentan un círculo de amigos en el Congreso y en el Senado estadounidenses, como la asamblea partidista francesa, que transmite las posturas de París.
Entendemos, por tanto, que en Europa exista una considerable inquietud cuando el candidato Donald Trump anuncia que la protección de la OTAN ya no será automática si se convierte en presidente. El mismo Trump baraja una retirada estadounidense de la OTAN si los Estados europeos no contribuyen más generosamente a la financiación común, pero lo que Trump olvida es que la OTAN también protege los intereses estadounidenses en el mundo. Fue la OTAN la que intervino en Afganistán contra los talibanes después de los atentados del 11 de septiembre de 2001.
La influencia del presidente estadounidense sobre Europa también es decisiva en la economía. Los europeos, mucho más que los estadounidenses, viven de su comercio exterior; EE.UU. exporta relativamente poco por el tamaño de su mercado interior. Sin embargo, el comercio europeo depende de la apertura o no del mercado estadounidense y de la seguridad de las vías marítimas en el mundo, por las que transita el 90% de todos los intercambios de mercancías.
La vía principal pasa por el Mar de China y está, vigilada por la Séptima Flota estadounidense, cuya base principal se encuentra en Yokosuka, Japón. Un presidente proteccionista y aislacionista, Trump por ejemplo, podría asfixiar a Europa, sin que esta disponga de medios para protegerse. La propuesta de Trump de restringir el acceso al territorio estadounidense «filtrando» a los ciudadanos de países afectados por el terrorismo (como Francia, Alemania, España o Bélgica) sería igual de desastrosa para el comercio, el turismo y los intercambios universitarios.
Pero, el 8 de noviembre, la fecha de las elecciones estadounidenses, los europeos no votarán; serán espectadores de su destino, no actores. Las preferencias, que podemos conocer gracias a los sondeos de opinión de los que disponemos, son claras: según un sondeo de la revista Le Point y de The Economist, solo el 9% de los británicos y de los franceses, por ejemplo, quieren a Trump, un electorado que, en Francia, básicamente coincide con los extremistas del Frente Nacional. Su composición sociológica es comparable a la de los partidarios estadounidenses de Trump, que son más bien hombres de cierta edad, no necesariamente con una titulación universitaria, y completamente hostiles a la inmigración.
Ningún candidato a la Casa Blanca ha sido tan impopular en Europa, porque incluso George W. Bush despertaba cierta simpatía entre la derecha europea. Ateniéndonos a la época más reciente, recordemos que Ronald Reagan fue muy apreciado en Europa por su resistencia frente a los soviéticos. ¿Y Barack Obama? Es más popular todavía, no tanto por lo que ha hecho sino por lo que es: cool. ¿Hillary Clinton? Aunque es un personaje público desde hace 30 años, sigue siendo poco conocida, sin duda porque es imposible situarla en nuestro eje derecha-izquierda y porque siempre ha estado a la sombra de su marido, y luego a la de Obama.
Más allá de las consideraciones partidistas, a los europeos, con razón, les preocupa la democracia en EE.UU.; la campaña presidencial, considerada durante mucho tiempo un modelo, en esta ocasión es de hecho un modelo de violencia verbal y de fanfarronadas. ¿Cómo han podido caer tan bajo nuestros amigos estadounidenses? ¿Deberíamos deducir de ello que las democracias son frágiles y que están a merced de los demagogos que se comunican fácilmente a través de las redes sociales? Si EE.UU. es una brújula y señala el futuro, este es preocupante.
GUY SORMAN – ABC – 22/08/16