Editorial-El Español
Pedro Sánchez ha aprovechado la manifestación de ayer en Cibeles, en la que unas 30.000 personas protestaron por la «deriva anticonstitucional» del Gobierno, para erigirse como el representante de «la inmensa mayoría» que no se moviliza en las calles.
El presidente se sirvió de los exabruptos y ataques que lanzaron algunos manifestantes, como los que tachaban a Sánchez de «traidor», para mostrarse como el líder de la España «sin ruido».
Es cierto que la eficacia de la protesta callejera se ha demostrado cuestionable. Y que acostumbra a degenerar en una profesión de exageraciones e insultos. Pero la estrategia de equiparar a quienes pidieron una España rota el jueves en Barcelona con los unionistas del sábado en Madrid resulta problemática, por razones que van más allá de las obvias.
En primer lugar, porque el argumentario que Sánchez ensayó ayer en Valladolid («Quien quiera saber cómo sería un Gobierno entre Feijóo y Abascal, no tiene más que ver lo que están haciendo Mañueco y Vox en Castilla y León») queda falsado por realidades como las de esta semana.
Porque no es solo que el PP, acertadamente, se desmarcase de la ocurrencia de Vox en Castilla y León, desinflando la sobreactuación del Gobierno y dando garantías de que no se dejarán lastrar, como Sánchez con los suyos, por socios extremistas.
También ha sido inteligente Feijóo evitando una nueva foto de Colón, que Vox sin duda habría capitalizado. Sin la asistencia de ninguna gran figura del PP a la concentración de ayer, cae por su propio peso la tesis de que los populares son parte de esa España «excluyente» que quiere introducir a la ultraderecha en las instituciones.
En segundo lugar, tampoco se sostiene el discurso centrista con el que Sánchez, súbitamente, quiere ahora presentarse, si se considera quiénes son sus compañeros de viaje.
Porque no puede olvidarse que a esos «nostálgicos de la España rota» a los que alude Sánchez debe el presidente sus Presupuestos. Tal vez sea verdad que la inmensa mayoría de españoles son los que no salen a la calle. Pero sí lo hacen, precisamente, sus socios, quienes en la protesta contra la cumbre hispano-francesa acosaron a Oriol Junqueras hasta el punto de forzarle a abandonar la manifestación.
Pero el discurso moderado del jefe del Ejecutivo queda aún más en evidencia con las palabras de sus propios socios de coalición. Apenas cinco días después de que el presidente se reuniese con los grandes empresarios del Ibex en Davos para recomponer relaciones, Ione Belarra lanzaba una vejatoria arenga contra el sector de la distribución.
Resulta cuanto menos contradictorio que el mismo día que Sánchez se arroga un fomento de la «prosperidad» una ministra de su Gobierno cargue contra el presidente ejecutivo de Mercadona, tildando a quien crea 500.000 puestos de trabajo de «capitalista despiadado».
Más allá de la palmaria inoperancia de las medidas de intervención de los precios de la cesta de la compra (como las que ya intentó fallidamente Yolanda Díaz hace cuatro meses), es incomprensible que, adhiriéndose Belarra a un discurso teóricamente tan contrario al de Sánchez, la ministra de Derechos Sociales no sea destituida fulminantemente. Si bien es cierto que este Gobierno ya ha tolerado que quedasen impunes las humillaciones a otros empresarios y estamentos de la sociedad.
Si Sánchez realmente quiere dirigirse a quienes no pertenecen ni a la «España uniforme» ni a la separatista, que se proponga dejar de ser rehén (como parece que pretende hacer Feijóo) de un bloque de alianzas cuyo único interés parece ser arrastrar a los españoles moderados al guerracivilismo y a la discordia.