Los intereses de Mas hunden a Cataluña en la parálisis

EL MUNDO – 01/12/15 – EDITORIAL

· El laberinto político generado en Cataluña a raíz del resultado en las elecciones del 27-S sigue sin resolverse por los mismos que lo provocaron. Han pasado más de dos meses desde los comicios y Artur Mas aún no ha sido capaz de pactar su investidura. La negativa de la CUP a hacer presidente a quien considera el símbolo de los recortes y la corrupción está provocando una situación insólita en Cataluña. Desde la recuperación de la democracia, nunca antes esta comunidad había estado sometida a un bloqueo institucional tan grave. El egoísmo de Mas –cuya prioridad es mantenerse en el poder aun a costa de pactar con una formación antisistema– ahonda en una falta de estabilidad que aboca a Cataluña a consecuencias imprevisibles, tanto si Mas consigue ser reelegido como si convoca nuevas elecciones.

Las bases de la CUP, en coherencia con lo que esta formación defendió en campaña, decidieron el domingo dar la espalda a Mas. El pulso en las negociaciones con Junts pel Sí aún no tiene un final a la vista, y es probable que no lo tenga hasta que no pasen las próximas generales. La correlación de fuerzas surgida de las elecciones catalanas (10 escaños de la CUP frente a 62 de la lista unitaria integrada por CDC y ERC) puede quedar echa trizas después del 20-D, una cita que en Cataluña será escrutada como una segunda vuelta de las catalanas.

Una encuesta publicada ayer en La Vanguardia arrojaba un resultado pésimo para el soberanismo: CDC y ERC –que concurren por separado– sumarían 18 escaños, mientras que los partidos que rechazan la independencia (C’s, PSC y PP) obtendrían 23. El portavoz de la CUP, Antonio Baños, no descartó ayer investir a Mas y puntualizó que la votación del domingo no era «vinculante», por lo que aplazó la decisión final a otra asamblea. No es descartable, por tanto, ni el apoyo de la CUP a Mas ni tampoco que, tras el 20-D, Junts pel Sí ceda y articule una presidencia alrededor de una figura de consenso en el bloque nacionalista como Raül Romeva.

Desde la Asamblea Nacional Catalana –una de las entidades que orbitan dentro del soberanismo catalán– censuraron ayer la intransigencia de la CUP y lamentaron que cada día sin investidura la independencia está «más lejos». En realidad, el principal responsable de la incertidumbre actual es el propio Mas. Su ambición por conservar el sillón de presidente le llevó a suscribir la resolución independentista del 9-N, que declaraba abierto el proceso de creación de un Estado catalán independiente y proclamaba la desobediencia al TC. Dos aberraciones jurídicas con las que Mas se ha permitido situar a Cataluña fuera de la legalidad, a cambio de pagar un peaje –hasta ahora estéril– a los sectores más radicales del nacionalismo.

El estrambote para el cabeza visible del centro derecha catalán estriba en buscar su supervivencia política mediante un impúdico cabildeo con la CUP, un partido que propugna la salida de la UE y del euro. La paradoja grotesca de Mas es que pretende liderar la independencia mientras la Generalitat subsiste con respiración asistida del Estado, tras recibir una financiación de más de 49.000 millones de euros entre 2012 y 2015. Precisamente, el auxilio reciente de Hacienda permitirá al Gobierno catalán recibir 319 millones a cambio de aceptar el control diario de sus facturas. Moncloa refuerza así acertadamente la tutela de un Ejecutivo acostumbrado a destinar los recursos para sanidad o bienestar social a la puesta en marcha de «estructuras de Estado».

De los efectos de la torpeza de Mas no se salva ni su propio partido. A la defunción de CiU se suma ahora la profunda división abierta en el seno de CDC, rebautizada con el nombre de Democràcia i Llibertat, en un intento infructuoso de regeneración. Resulta notorio el rechazo a la secesión unilateral por parte de Mas-Colell y otros dirigentes convergentes. La liquidación de Convergència es fruto tanto de la huida hacia adelante de su líder como de los escándalos de corrupción en un partido que antaño se erigió en uno de los bastiones principales de la gobernabilidad del Estado.

El secretario general de Unió, Ramón Espadaler, recordó ayer a sus ex socios de Convergència que «no existe el independentismo de orden, sólo el de ruptura». Es un aserto irrefutable. La desconexión con el Estado es el único camino elegido por Mas y sus socios, pese a no tener la legitimidad de las urnas. El resultado es desolador para los ciudadanos catalanes, que están siendo los más perjudicados por una apuesta política que conduce al abismo y que ha colocado al Gobierno catalán en una permanente situación de interinidad.

EL MUNDO – 01/12/15 – EDITORIAL