“Como simpatizante jeltzale, asisto con asombro al cada vez mayor escoramiento del partido hacia políticas que bajo el título de “progresistas” no dejan de ser reaccionarias. Las declaraciones de Joseba Agirretxea en la tramitación de la ley Trans fueron vomitivas y creo que no representan (ni siquiera a día de hoy) la ideología del Partido. ¿Cuál ha sido la respuesta? Premiarle con mantener su segundo puesto en las listas por Gipuzkoa al Congreso español”. Es el primer párrafo del artículo titulado “El Viraje” que, bajo la firma de Miguel Azaldegui, apareció este 15 de septiembre en “Aberriberri Bloga”, un blog creado por simpatizantes peneuvistas e independientes abertzales para, “superando las barreras de los partidos políticos, establecer una colaboración que refuerce los lazos internos del nacionalismo”. Un notable mar de fondo surca estos días las filas del Partido Nacionalista Vasco (PNV). Buena parte de su militancia no comprende la deriva izquierdista que denuncia Azaldegui y empieza a preguntarse si merece la pena seguir votando al partido fundado por Sabino Arana hace casi 130 años. En el estanque dorado vasco, allí donde resultaba imposible mover una ceja sin la autorización de Ajuria Enea, empiezan a aparecer profundas grietas: políticas (un movimiento revolucionario que le discute la hegemonía), económicas (un modelo de crecimiento agotado), sociales (una juventud que da la espalda a los abuelos jeltzales) y demográficas (una tasa de natalidad entre las más bajas de España).
En efecto, el PNV se ha vuelto un partido “viejuno”, lastrado por el desgaste que produce el ejercicio continuado del poder, proceso parecido al sufrido por el PSOE en Andalucía, partidos que se tornan auténticos regímenes porque, en el ejercicio de ese poder, han extendido sus raíces de forma tan avasalladora por el tejido social que fuera de ellos resulta imposible no ya prosperar o destacar, sino a veces encontrar un empleo. Un partido de gente soberbia y ensimismada y cínica, sedicentemente católica, que durante años asistió silente al reguero de sangre que tiñó esa tierra y provocó el mayor éxodo registrado en España en siglos (en torno a 250.000 personas que salieron huyendo a otras partes del país, gente entre la más pudiente y mejor preparada). Una clase a quien el paso del tiempo parece haber cogido jugando al mus en ese batzoki que hoy frecuentan militantes y simpatizantes mayores de 60 años, porque los jóvenes están en las herriko tabernas, movidos por otras emociones. Muchos años de poder abrasados por una gestión que ha perdido eficacia (la desmedida endogamia a la hora de repartir cargos), los problemas de la Sanidad, los escándalos de corrupción -el “caso De Miguel” como más emblemático, muy pequeño si se le compara con el andaluz de los ERE, pero demoledor para la imagen del partido- y la existencia de un sindicato –ELA, con más del 40% de representación-, de extrema izquierda, muy conflictivo, mayoritario en el sector público vasco, convertido en un martillo pilón a la hora de arruinar el prestigio del partido entre los jóvenes.
El PNV se ha vuelto un partido “viejuno”, lastrado por el desgaste que produce el ejercicio continuado del pod
En el pecado llevan los nietos de Sabino la penitencia. La progresiva euskaldunización de la sociedad, proceso ante el que han sucumbido con entusiasmo los hijos de la emigración castellana (Burgos y Palencia básicamente), ha dado plenos frutos políticos, pero, oh sorpresa, quien esta vez ha recogido las nueces no ha sido el PNV sino su versión nacionalista de extrema izquierda, EH Bildu, los herederos de ETA. La derrota policial de la banda hace años ha hecho perder el miedo, y el pudor, a una generación de jóvenes que ahora votan abertzale sin el menor remordimiento, porque han sido educados de espaldas a la lacerante realidad del tiro en la nuca por un PNV que no solo ha evitado entonar su mea culpa en el fatídico destino del cerca del millar de sus víctimas, sino que se ha entregado de forma tan deliberada como suicida a un exitoso proceso de blanqueamiento de sus herederos políticos, con los resultados que a la vista están: la probable pérdida de la Lehendakaritza a manos de Bildu en las autonómicas de la próxima primavera. Sí, el PNV en el País Vasco y el PSOE en Madrid han normalizado la presencia de Bildu en las instituciones y han pretendido enterrar bajo siete capas la memoria de las víctimas del terrorismo. El partido intentó dar marcha atrás cuando se dio cuenta de que el ingenio por él creado se estaba convirtiendo en un monstruo, pero ya era tarde. El lendakari Urkullu, en efecto, ha endurecido el mensaje de la “conciencia ética” con los ongi etorri, pero el elefante ya está instalado en la cocina.
La militancia, sumida hoy en la perplejidad que produce la pérdida del monopolio nacionalista, acusa a la cúpula de haber hecho dejación en las ikastolas, convertidas en punta de lanza del movimiento revolucionario, de haber abandonado los movimientos sociales, e incluso de haber servido en bandeja el control de los medios de comunicación públicos, convertidos en altavoces de cualquier reivindicación “woke” que se precie. ETB está controlada por trabajadores y mandos intermedios de la izquierda abertzale, probable razón de sus pobres cifras de audiencia, y el diario Deia, órgano oficial del partido, se ha convertido en un esperpento centrado en el clickbait. Incapaz de manejarse en las redes sociales, el futuro del PNV parece hallarse en un callejón sin salida, negado a la hora de conectar con los votantes más jóvenes. El problema podría ser incluso mucho más grave. En efecto, falto de un corpus doctrinal sólido y coherente, democrático (a nadie en su sano juicio se le ocurriría reivindicar hoy la figura de un racista como Sabino), el PNV ha comprado la soga con la que podría un día terminar ahorcado al entregarse a una absurda competición “progresista” con Bildu. Disputar el liderazgo “izquierdista” al mundo abertzale no parece la estrategia más adecuada. “No es que las convicciones del PNV dependan de la coyuntura, es que son la coyuntura misma”, escribía Jon Juaristi ayer en ABC. Al escorarse a la izquierda, el partido abandona el territorio que le es propio dejando en la orfandad a un cada vez mayor número de militantes y simpatizantes.
El PNV ha comprado la soga con la que podría un día terminar ahorcado al entregarse a una absurda competición “progresista” con Bildu
Problema añadido, difícil de entender fuera del País Vasco, es que el PNV es percibido cada día más como un partido vizcaíno, con creciente pérdida de influencia en Álava y Guipúzcoa. Lejos del “motto” nacionalista, empeñado en vender un monolitismo identitario sin fisuras, la realidad geopolítica del País Vaco la conforman tres provincias que viven muy de espaldas, mundos cerrados, con la peculiaridad de que las tres tienen el mismo peso parlamentario (25 escaños), con independencia de su población. Dicho esto, nada más errado que dar por muerto al PNV antes de tiempo. Ni muerto ni desahuciado. La extraordinaria capilaridad del partido, sus conexiones con el empresariado, sus abundantes recursos, le convierten en un formidable enemigo para la izquierda abertzale. Tras el cese definitivo de la actividad terrorista, EH Bildu ganó las elecciones en Guipúzcoa ante un PNV que parecía noqueado… Pues bien, el PNV ha vuelto a ganar en esa provincia y gobierna, en coalición, tanto la Diputación como el Ayuntamiento de San Sebastián. Su peso en la política vasca es tal que bien podría perder las próximas autonómicas sin menoscabo de su poder, siempre y cuando siguiera conservando las Diputaciones, como es el caso, que es donde está el dinero.
Conviene aclarar también que el tradicional nivel de vida del País Vasco está asociado en el imaginario popular a la buena gestión del PNV. Y en el País Vasco se sigue viviendo muy bien y comiendo mejor, un bienestar que se beneficia de la desaparición de ETA y que está propulsado por un sistema fiscal propio, el famoso Concierto, que posibilita generosas pensiones y ayudas sociales –el País Vasco es el paraíso de las subvenciones- y del que es parte fundamental ese tejido de pequeña y mediana empresa con vocación exportadora presente en comarcas y pueblos, testigo del acrisolado espíritu emprendedor de sus naturales. El modelo, sin embargo, da síntomas de agotamiento, afectado por problemas estructurales muy fuertes, tal que el deterioro de la gestión, la creciente conflictividad social, la pérdida de la cultura del trabajo y una crisis demográfica galopante. Los grandes nombres de la industria, los Sendagorta, Toledo, Galíndez, etc., hace tiempo que se fueron y su reemplazo se antoja improbable en una región necesitada de una profunda regeneración del tejido empresarial. Ni rastro hoy del viejo elitismo ligado a esos grandes apellidos industriales y bancarios que poblaron Neguri y alrededores, las doncellas con cofia, los uniformes perfectos, los hijos educados en Inglaterra, los mejores clubs, una clase sin igual emparentada con los Wicke, Gruber, Lipperheide, Smith, Jacquet, Erhardt, Delclaux, Wakonigg… apellidos mezclados con lo más fino de la sociedad vasca, todo finito, todo gone with the wind.
Una sociedad vuelta sobre sí misma, que sigue tolerando, cuando no celebrando, la vuelta a casa de los asesinos de ETA sin haber hecho examen de conciencia, y un PNV que no ha expiado la responsabilidad contraída en los años de plomo con “sus” hijos de puta, que sigue encerrado en el silencio cómplice y ni menciona siquiera la posibilidad de vuelta a casa de la multitud que tuvo que emigrar por culpa de las pistolas. La estrategia del partido de Urkullu, Ortuzar, Esteban y compañía parece centrada en estirar el chicle de su formidable protagonismo en el vida de los vascos, aunque ello requiera contorsiones ideológicas imposibles de digerir por una mente normal al lado de un tipo como Sánchez y su banda. La jugada maestra del citado, normalizando a EH Bildu como un partido más en Madrid, ha privado al PNV de su carácter diferencial frente a los abertzales. El PNV es ahora un partido viejo en el País Vasco, que en Madrid compite con Bildu por el favor de un piernas, y que ya no puede vender en exclusiva y en clave local las ventajas de apoyar la gobernabilidad de España. Con el riesgo añadido de que Bildu se alce ganador el año que viene de las elecciones vascas, con Sánchez y el PSE manejando la llave de la Lehendakaritza en una u otra dirección.
La jugada maestra del citado, normalizando a EH Bildu como un partido más en Madrid, ha privado al PNV de su carácter diferencial frente a los abertzales
Desconectado de buena parte de la sociedad, prisionero de un lenguaje caduco y un mensaje rancio, la nomenclatura peneuvista sigue aferrada a los fantasmas que alimentaron el imaginario del fundador, sigue anclada en mensajes que a la altura de 2023 suenan salidos de la más profunda de las cavernas. Lo hemos oído estos días en Madrid, con motivo de la fallida investidura de Núñez Feijóo: “La terca realidad es que hay una nación vasca, consciente de sí misma, que quiere seguir existiendo (…) Sí, los vascos y vascas tenemos un idioma propio, y ese idioma no proviene del latín. Ni siquiera es indoeuropeo, ni está emparentado con ningún otro idioma. Es la lengua más antigua de Europa. Somos una nación. Ya lo creo que lo somos. Y nuestro idioma, hablado a ambos lados del Pirineo, es una prueba irrefutable”, recitó el miércoles en la Carrera de San Jerónimo Luis Aitor Esteban Bravo, portavoz del grupo vasco en el Congreso. Y sí, no hay prueba más evidente que mirarte a ti, Aitor, y reparar en tus apellidos para saber que eres, sois, una nación, y una nación mejor, de más calidad, con más quilates que las que te rodean, que ese es el aroma supremacista que destila tu añoso discurso. Los nietos de Sabino Arana han mutado en apolillados abuelos. “Quienes se sientan en el EBB (Euzkadi Buru Batzar) están contentos. Tenemos LGTBQYI+, ayudas, subsidios y pensiones que se comen lo recaudado; han disparado el gasto y han puesto a cientos de amigos en puestos de responsabilidad con sueldos de seis dígitos. Enhorabuena. Mi recomendación es invertir o abrir negocios en Europa del Este, sin dudarlo. Allí irán nuestros hijos a currar”, escribe otro simpatizante jeltzale en el Aberriberri Bloga. Con EH Bildu dirigiendo la política desde Ajuria Enea y el sindicato ELA manejando las empresas vascas, ese horizonte fin de siècle podría estar a la vuelta de la esquina.