Los peligros que corremos

NICOLÁS REDONDO TERREROS, EL ECONOMISTA – 21/06/14

Nicolás Redondo Terreros
Nicolás Redondo Terreros

· Los egoismos nacionales han evidenciado la precaria unidad de Europa.

Nadie ha explicado mejor que Hannah Arendt el nacimiento y el triunfo de los dos grandes movimientos totalitarios del siglo XX. Fueron necesarias unas circunstancias muy especiales para convertir en una realidad la expectativa del nazismo en Alemania y la del comunismo en Rusia. Unos regímenes, republicano uno y zarista el otro, que fueron incapaces de enfrentarse a los problemas que las guerras y la crisis económica habían planteado con radical agudeza.

El empobrecimiento general de la población, la extensión del paro en amplias capas de las sociedad alemana enlazado a un campesinado esclavizado en Rusia o la humillación al descubrir que no eran lo que creyeron ser, fueron factores determinantes a la hora de crear las condiciones para una rebelión contra la tediosa e ineficaz realidad oficial, cada día más alejada de los problemas reales de la sociedad y más incapacitada para enfrentarlos con esperanza de éxito. Según se iniciaba el movimiento del descontento, rechazando el tedio impuesto por una rutina que contrastaba con los tiempos peligrosos y emocionantes vividos en el inmediato pasado, las instituciones perdían legitimidad al debilitarse su utilidad frente a las profundas crisis que soportaban las dos naciones: crisis económica, política y moral.

El descontento aumentaba

El margen que encontraba el descontento aumentaba de una forma proporcional a la debilidad de las instituciones y a la incapacidad de las expresiones políticas tradicionales para integrar las consecuencias de dicho descontento y solucionar las causas del mismo. La amplitud de la brecha entre esa expresión de rebeldía y el mundo oficial desmembró la base organizativa de las dos sociedades: las clases sociales, entendidas de manera clásica en Alemania y de estructura casi feudal en Rusia.

Y en ese vacío, en esa nada convulsa, en esa negación de la organización de las dos sociedades, apareció con fuerza incontrolable un magma integrado por indiferentes, por grupos sociales empobrecidos, revanchistas sociales, siempre predispuestos a degustar novedades, pero también por sectores que sentían humillado su orgullo nacional, para todos juntos conformar una masa social a la espera de líderes que, utilizando convenientemente la propaganda, la violencia -violencia directamente proporcional al incremento de poder: a más poder más terror- y los valores abstractos, junto a los sentimientos en una geometría social y política quimérica, pudieran dar una coherencia global a tan dispares integrantes.

No es posible olvidar que nunca se entendió el peligro que suponían dichos movimientos, que siempre hubo quienes, por debilidad o conveniencia, creyeron poder utilizar los movimientos nacientes contra sus adversarios, como incompetentes e irresponsables aprendices de brujo. Todos estos fueron factores inexcusablemente necesarios para que pudieran llegar al poder aquellos líderes, respaldados por la masa y fanáticamente convencidos de sus razones y de sus soluciones.

Pero la responsabilidad, que podemos denominar pasiva, se puede definir en términos generales por una abdicación radical de la política en aras a defender con brío y más mezquindad los diferentes intereses de los grupos dominantes. En la Europa actual la crisis económica ha provocado la aparición de amplios sectores empobrecidos en diferentes grados, que no encuentran cobijo ni protección en la burocracia europea. La Unión se dirige con rapidez hacia un protagonismo menguante en el concierto internacional, sin jugar por ejemplo un papel determinante en Ucrania o en la ribera sur del Mediterráneo, sacudida hace unos años por aquella «primavera árabe», desaparecida hoy entre guerras, torturas y acciones terroristas.

Es un hecho la fractura de la precaria unidad europea conseguida, debido a egoísmos nacionales representados por gobiernos insolidarios que no tienen una perspectiva global y que se sienten prisioneros de sectores sociales cada vez más amplios que radicalizan más y más sus mensajes nacionalistas, hasta lograr ensombrecer los proyectos comunes. La ausencia de una política europea es un denominador común en el proyecto europeo, representada en las dudas que se tienen a la hora de confirmar a Juncker, ganador de las últimas elecciones europeas por la facción conservadora, en la presidencia de la Comisión.

Condiciones objetivas

Podemos concluir que se dan las condiciones objetivas para que aparezcan las masas con su irreflexiva contestación a todo lo existente. Los líderes nacionales también están ahí. En cada país, en la extrema derecha xenófoba, en los grupos anti-sistema o en los movimientos revolucionarios han aparecido líderes fuertes, que no parece que vayan a desaparecer de la misma forma que aparecieron, sorprendiéndonos a la mayoría. Y la propaganda para sus ideas hoy, en este mundo dominado por las nuevas tecnologías, es más barata que nunca, está a disposición de quien quiera y tiene una influencia como nunca la ha tenido en una sociedad dominada por la cultura de lo efímero pero que paradójicamente permite evadirse del consumo rápido a quienes tienen la obcecación del fanático.

Todos ellos están en la oposición, y la violencia que ejercen es mayoritariamente verbal, como siempre; lo que les hace parecer en ocasiones necesarios, atractivos, simpáticos, justificados y para nada peligrosos… como siempre. Y en esta primera etapa no son pocos los poderosos que les prestan su poder mediático o económico, les legitiman con su aplauso o su aquiescencia tan paternal como irresponsable… también como siempre.

No creo que vayamos a volver inevitablemente a la política europea de los años treinta del siglo pasado, nada es definitivo y todo es remediable. Si hemos aprendido algo es que la historia no está escrita, que depende de lo que hagamos, de lo que decidamos, de las opciones que tomemos. Pero se están dibujando unas posibilidades tenebrosas en nuestro horizonte y no está de más llamar a quienes tienen responsabilidades públicas a la moderación y a la necesidad de que de una vez por todas hagan política con mayúsculas.

Nicolás Redondo, presidente de la Fundación para la Libertad

NICOLÁS REDONDO TERREROS, EL ECONOMISTA – 21/06/14