No se trata de cariño, ni de discursos bonitos, ni de manifestación de sentimientos, sino de algo más frío, pero más sustancial: la garantía de que el proyecto político de ETA no va a configurar el futuro de Euskadi y de España. Si lo hiciera, sería la gran derrota de las víctimas. Ésa es la cuestión, el problema y la desazón de la gran mayoría de ellas.
Es comprensible la preocupación que la posible salida de algunos de los más sanguinarios asesinos de ETA ha producido en amplios sectores de la sociedad española. Los presos de ETA no son presos comunes. No han sido condenados por asesinar movidos por los celos, la codicia o alguna otra pasión. Han sido condenados por asesinar por motivos políticos, por querer imponer por medio del asesinato un proyecto político, por considerar que determinadas personas no tenían lugar en su proyectada Euskadi ideal.
La intencionalidad política agrava cada crimen cometido por ETA. Se ha visto con claridad en los últimos sucesos de Azkoitia: no hay en los asesinos ninguna conciencia del mal, hicieron lo que debían hacer. Y en ese deber, no había lugar para Ramón Baglietto más que como liquidado, como asesinado.
Sería absurdo pensar que en estos momentos no hay ningún problema, cuando la excarcelación de algunos de los más sanguinarios asesinos de ETA está a la vista. Y existe un problema independientemente de que la ley obligue a la acumulación de las penas, e independientemente de que esa ley haya sido aplicada también bajo los gobiernos del PP. Existe un problema porque es ahora cuando se plantean esas excarcelaciones y la aplicación de la ley se ve en el contexto de unas posibles negociaciones con ETA, cuando la aplicación de la misma ley se ve en el contexto conformado por la idea de que la política puede ayudar al fin de la violencia, al fin de ETA.
De la misma forma, y con la misma firmeza, hay que afirmar que los problemas no se resuelven vía exageración, vía desmesura, vía simple confrontación partidista. Los problemas deben ser confrontados en su propio núcleo, con vistas a su superación en la medida de lo posible. Y a ello no contribuye ni la exageración ni la ignorancia. Ni afirmar que alguien, el Gobierno de España o el PSOE, actúa desde la intención de dar razón a ETA, ni hacer como si el problema fuera ficticio, cómo si sólo existiera en la mente de los crispadores profesionales.
SI ALGUIEN se tomara el trabajo de contactar con las víctimas, y muchas no quieren más que poder llorar dignamente a sus muertos más allá de lealtades partidistas, podría comprobar su desolación en estos momentos, la sensación de que van a ser, de nuevo, los paganos de los proyectos políticos.
Las víctimas de los asesinados están asustadas. Las víctimas de los asesinados, en su gran mayoría, se sienten abandonadas. La mayoría de las víctimas de los asesinados perciben claramente que el discurso de algunos políticos que hablan de la necesaria cercanía para con ellas, del cariño que merecen, de que en esta situación toda la sociedad y los militantes de cada partido tienen que mostrar más que nunca su sentimiento por las víctimas no llega al fondo de lo que necesitan: que ETA sea derrotada políticamente; que el fruto de las negociaciones, del diálogo, de la mesa de normalización, de los tratos entre los políticos no termine legitimando el proyecto político que sirvió de motivación para que más de 800 personas en España fueran asesinadas.
No se trata de cariño ni de cercanía ni de discursos bonitos ni de manifestación de sentimientos. Se trata de algo más frío, pero más sustancial: de la garantía de que el proyecto político de ETA no va a configurar el futuro de Euskadi y de España. Si lo hiciera, sería el gran triunfo de ETA y la gran derrota de las víctimas, de los asesinados. Ésa es la cuestión, el problema y la desazón de la gran mayoría de las víctimas.
Aunque estén divididas. Aunque no siempre acierten en la formulación de su desazón. Aunque parezca que están manipuladas por partidos políticos. Aunque molesten. Aunque más de una de sus manifestaciones esté fuera de lugar. Aunque no pocas veces nos cueste entender cuál es la razón de su frustración y de su desasosiego: existe algo en su protesta que tenemos que atender. Todos los ciudadanos, pero preferentemente los políticos. Detrás de muchas expresiones inadecuadas de los representantes de las víctimas existe un fondo que los políticos sólo pueden desatender a costa de la moral de esta historia terrible de terrorismo de ETA: el final de la historia no puede consistir en que lo que quiso ETA, lo que sirvió para justificar, y motivar en primer término, la liquidación física de todos los asesinados por ella, termine siendo el proyecto político que triunfa.
LA MAYORÍA de las víctimas perciben que mucho de lo que está sucediendo apunta en esa línea. No es su responsabilidad ver otra cosa. Es la responsabilidad de los políticos demostrar que esos miedos no tienen fundamento alguno. Sería una perversión de la democracia que los políticos exigieran de las víctimas una responsabilidad que es la suya mientras que ellos no se esfuerzan por diluir las sospechas que pudieran apuntar en la dirección de reforzar los temores de las víctimas.
Joseba Arregi, EL PERIÓDICO DE CATALUNYA, 13/2/2006