La banca, los inversores extranjeros y los fondos internacionales se alejan de la deuda pública y retornan a los niveles de hace dos años. Los no residentes acaparan 3.000 millones menos de deuda que antes de la pandemia. Los bancos españoles mantienen una posición importante, 140.000 millones, aunque supone el nivel más bajo desde 2010. ¿Tiene sentido esta actitud de apoyar la deuda pública justo cuando la crisis provocada por la pandemia era más virulenta y retirarse ahora que la hemos dejado atrás y avanzamos, mal que bien y más lento de lo previsto, pero lo hacemos, hacia un escenario económico con mejor aspecto? Pues la lógica del comportamiento hay que buscarla en las alternativas. Antes, el exceso de liquidez tenía mal acomodo, emparedado entre una demanda escasa de inversión -sin ventas, eso de aumentar la producción no parecería muy sensato-, y la rentabilidad más negativa que ofrecía la seguridad del Banco Central Europeo.
Por el contrario, ahora, los bancos atisban que la era de la política monetaria de extrema laxitud está llegando a su fin y será sustituida por movimientos al alza de los tipos, cuyo recorrido total es difícil de predecir en estos momentos. Ya sabe que la deuda pública se materializa en productos de renta fija, cuya rentabilidad es fija solo si se tiene la paciencia de esperar a su vencimiento y, hasta entones, de fija no tiene nada pues fluctúa al vaivén que le marcan los tipos de interés. Así que, su próxima (?) subida impactará negativamente sobre todos los productos suscritos hasta ese momento, al ofrecer rentabilidades menores. En el lenguaje coloquial a eso se llama ponerse la venda antes de que se produzca la herida. Una práctica que encaja bien en la mentalidad previsora que tienen o deberían tener los dirigentes bancarios.
Así que el Banco Central Europeo y su política de apoyo se posiciona como la mejor -¿o la única?- solución capaz de saciar la sed de endeudamiento que mantienen los Estados, apabullados por las incesantes demandas sanitarias, por culpa de una enfermedad que no remite, y la necesidad de mantener esquemas de protección social para los muchos damnificados que provoca en el tejido social ¿Hasta cuando será así? Hasta que los países frugales del centro y norte de Europa recompongan sus cuentas y nos exijan a los demás que les imitemos. ¿Cuándo sucederá tal cosa? Ni idea, pero apostaría a que falta ya poco.