Ignacio Marco-Gardoqui-El Correo
Desde el año 2000 el PIB y la población vasca han perdido peso en relación al conjunto de España. Aquí despreciamos a la demografía, nos miramos demasiado el ombligo y los demás también espabilan
En el periódico del pasado jueves y entre el título ‘Euskadi pierde peso económico en España desde hace 19 años’ y el artículo de Manu Alvarez que lo explicaba todo, se dibujaba un gráfico con dos curvas terribles. Una mostraba la participación del PIB vasco en comparación con el total español y la otra hacía lo mismo con la población. Con la primera nos enterábamos que desde el año 2000 no hemos alcanzado nunca un porcentaje igual o superior al mítico 6,24%, que los negociadores del Concierto pactaron como referencia para las relaciones financieras del Cupo, hace ya unas tres glaciaciones. Con la segunda comprobábamos que la población vasca era del 5,14% del total en el año 2000 pero en la actualidad es sólo del 4,65%.
Ambos datos están relacionados y entre los dos nos proporcionan materia suficiente para sustentar sobre ellos un debate que no hacemos y que debemos afrontar sin dilación. ¿Quiere esto decir que la economía vasca y su población evolucionan peor que la española? Lo segundo sin duda. Lo primero necesita matices. Seguro que usted tiene la impresión de que los vascos disponemos de una economía sólida, basada en que somos punteros en la industria y en los servicios, que disfrutamos de un sector público eficiente y que nuestro Estado del Bienestar es el mejor de nuestro entorno. ¿Es eso cierto o queda desmentido con estas estadísticas? Es cierto, pero sucede que todas las afirmaciones positivas se basan en cálculos elaborados en términos ‘per cápita’ y cuando multiplicamos esos datos por una población decreciente el total nos sale mal. Podríamos decir que los vascos vamos bien, pero que Euskadi va muy mal.
La evolución de ambas variables, el PIB y la población, tiene además muchas otras derivadas. Una, si somos el 4,65% de la población española y aportamos el 6,24% es evidente que ahí hay un componente de solidaridad con el resto del Estado que los detractores del Concierto olvidan siempre. Otra, si suponemos el 6% del PIB y aportamos el 6,24% del gasto estamos regalando al resto del Estado un montón de dinero cada año que no reclamamos. Otra más: si nuestro PIB era del 6,24% cuando firmamos el Concierto y hoy es el 6% ¿se puede seguir creyendo en el dogma, nunca puesto en duda, de que autonomía y autogobierno son sinónimos de bienestar y que cuanta mayor cuota consigamos de lo primero más obtendremos de lo segundo? Creo que no. Creo que la conclusión es que aquí despreciamos a la demografía, que es terrible, que nos miramos demasiado el ombligo y que los demás también espabilan.
Hay más derivadas. El invierno demográfico al que apuntamos llegará pronto y lo hará cargado de compromisos de pensiones, de sanidad y de dependencia. En el mejor de los casos, quizás podamos ahorrar algo en pañales y en educación, pues habrá pocos niños y niñas, pero el saldo será inasumible. Necesitamos imperiosamente más ingresos fiscales para sostener los incrementos de gasto que vendrán. Está claro que muchos se quedan tranquilos y confían en subir los impuestos para obtenerlos. Pero es una vana esperanza. En primer lugar porque habrá menos gente para aportarlos y en segundo, porque si subimos mucho la presión fiscal es muy probable que se acelere la tendencia, que ya existe, al desplazamiento hacia otros lugares con una fiscalidad más confortable. Una tendencia que se practica más cuanto más se sube en la escala de la renta. Además, claro está, de que una presión fiscal elevada presiona hacia la asfixia de la economía. Me parece que la mejor solución es tratar de aumentar el PIB, es decir generar más riqueza. ¿Están en eso los tres partidos que han apoyado los presupuestos esta misma semana? ¿Está en eso Podemos? Sería una excelente sorpresa…
Otra cuestión interesante es conocer cuál es la razón por la cual los gobiernos vascos y los partidos nacionalistas no proponen nunca la modificación de los términos pactados, una vez comprobada la mala evolución de los mismos. ¿Es una muestra de prudencia política para evitar la apertura de melones complejos? ¿Es la constatación de que lo perdido en el enunciado lo recuperamos luego en las negociaciones posteriores del Cupo? ¿O es un arrebato de solidaridad con el resto del Estado? No tengo ni idea, pero le aseguro que me encantaría conocer la respuesta.