DAVID GISTAU – ABC – 23/12/15
· Cuando los niños cantan villancicos en el colegio, uno se pregunta si no serán los últimos antes de su proscripción.
Los españoles acabamos de convertirnos en especímenes de laboratorio para un gigantesco experimento sociológico: el de la España interina. Con la excepción del Rey, pero incluyendo al entrenador del Real Madrid, todos los soportes de la nación son provisionales, están en funciones o resultan imposibles de constituir. Hasta el corrimiento generacional se atascó. Interinos son el presidente, los ministros y los cuadros burocráticos. Interinos son los dos parlamentos, el catalán y el nacional, de los cuales depende la resolución de uno de los problemas más graves de nuestro tiempo. Interino es el PP, cautivo de una descomposición paulatina, gangrenosa, de Rajoy que sólo a sus aduladores no huele.
Por una parte, qué hermoso momento, éste del Estado ausente, del tránsito hacia algún lugar incierto, que me recuerda el motivo por el cual Yourcenar decidió escribir sobre Adriano: muertos los dioses antiguos, todavía no impuestos los siguientes, el hombre estaba solo y era libre. Consciente de su propia poquedad, pero solo y libre. Así me siento en la escena del crimen donde, del Estado tal y como lo conocimos desde nuestro mismo nacimiento –generación del 70–, sólo quedan una silueta trazada con tiza y los guantes de goma olvidados por el camillero. Qué pena que todo no me haya pillado apenas un poquito más joven. Ésta es una época para vivirla con amigos más que con una familia numerosa. Cuando los niños cantan villancicos en el colegio, uno se pregunta si no serán los últimos antes de su proscripción (de los villancicos, no de los niños).
Para vivirla con amigos será la clandestinidad que se nos cierne y que nos convertirá a los nuevos disidentes en personajes de La Vendée. Porque el lugar incierto al que nos conduce este tránsito bien puede ser el resultado de dos presidentes, el catalán y el español, que, con tal de serlo, se vendan a una misma amalgama de tribus radicales que restaurarán el viejo paradigma ideológico de los años treinta, ése según el cual a una mitad de España le sobraba la otra mitad. Sin espacio en semejante claustrofobia de los odios folclóricos para el tercer español que iba a fabricar la Transición y que ya tenía desarrollado hasta el sentido de pertenencia europeo, tan vulnerable ante Podemos como el francés ante Le Pen. Dos parlamentos, el catalán y el nacional, con dos presidentes prisioneros de proyectos de demolición y venganza.
Y los demás tensos por culpa de una ansiedad anacrónica, como si de pronto hasta los villancicos tuvieran que ser otra vez defendidos. Fíjense que pensaba que iba a entrar, al mismo tiempo que la democracia –nacimos juntos–, en la edad del desdén y las rutinas. Y resulta que la hora me convoca para un tránsito de cosas muertas e incertidumbres que el periodista acepta como si fuera un «ticket» para el parque de atracciones. Compréndanme. No hace mucho, para hacer crónicas, el Parlamento sólo nos daba debates sobre si había o no que llevar corbata. Pídanla el día 13, verán qué risa.
DAVID GISTAU – ABC – 23/12/15