Vicente Vallés-El Confidencial
- En cuestión de horas terminará esta campaña salpicada de conceptos como libertad, comunismo, fascismo o democracia, que se utilizan como si fueran puñales lanzados por artistas circenses
No es insólito ni peregrino que se utilice el término ‘campaña’ para referirse a ese periodo en el que los partidos políticos se esfuerzan con pundonor por conseguir el voto de los ciudadanos. Ante la evidente virulencia y acritud que destilan las campañas, se optó por trasplantar a la política esa expresión militar que, en su origen, define el tiempo que dura una operación bélica. Quien fuera presidente de Estados Unidos, Franklin Roosevelt, lo evidenció en su discurso ante la convención del Partido Demócrata en 1932, cuando sentenció que “esto es más que una campaña política; es una llamada a las armas”. Hay quien se ha tomado al pie de la letra en la campaña electoral de Madrid esta invocación figurada, metiendo en sobres balas y navajas. Otros, los candidatos y sus adláteres, han asumido el lenguaje guerrero y agresivo sin acertar a establecer un límite, si es que hubieran tenido esa intención.
En cuestión de horas terminará esta campaña salpicada de conceptos como libertad, comunismo, fascismo o democracia, que se utilizan como si fueran puñales lanzados por esos artistas circenses que colocan a un ingenuo asistente al espectáculo de espaldas a un tablón, aterrorizado ante la duda de si la punta de acero terminará clavándose en la madera o en su nariz. No busquen grandeza ni argumentos elaborados, porque en estas elecciones el objetivo de los candidatos y de sus partidos es sobrevivir.
No busquen grandeza ni argumentos elaborados, porque en estas elecciones el objetivo de los candidatos y de sus partidos es sobrevivir
La presidenta Isabel Díaz Ayuso se enfrenta al riesgo más absurdo para un gobernante al que todavía le quedaban dos años más de mandato: adelantar las elecciones y obtener un resultado que no le permita seguir gobernando. Sería dañino para su carrera política. Tan dañino como para Pablo Casado, que eligió a Ayuso contra la opinión de buena parte de su partido. Por el contrario, si Ayuso gobierna con el apoyo de Vox, Casado habrá de buscar la fórmula para hacer compatible esa colaboración con la somanta verbal que lanzó contra Santiago Abascal (“no queremos ser como usted”, le dijo) en la extemporánea e infecunda moción de censura presentada por la derecha trumpista en octubre. A su favor jugará un elemento determinante para el futuro: confirmar que, al contrario que en Cataluña, en Madrid los votos que pierde Ciudadanos desembocan en el PP. En clave interna, Casado reforzaría su liderazgo, y una reelegida presidenta Ayuso alcanzaría la categoría de baronesa VIP, incluso por encima de otros presidentes autonómicos populares que han marcado toda la distancia que han podido con la lideresa madrileña y con sus elecciones.
Para Pablo Iglesias, las urnas del martes ya tuvieron su efecto con solo ser convocadas. En un arrebato cargado de ese inquebrantable frenesí que caracteriza al líder de Podemos, decidió descabalgarse del pedazo de cielo que había tomado casi por asalto –siguiendo sus propias instrucciones– porque, en realidad, la vicepresidencia del Gobierno no la consiguió en las urnas. De hecho, Sánchez salvó a Iglesias ofreciéndole una silla en el Consejo de Ministros cuando Podemos había obtenido su peor resultado electoral. Desde esa atalaya, condicionó durante un año el mensaje del Gobierno. Y desde su sorprendente candidatura en Madrid ha sabido condicionar también el mensaje del PSOE en campaña. Sin embargo, Mónica García –semidesconocida para el gran público hasta que se convocaron las elecciones– incluso aspira a liderar la izquierda madrileña, y lo hace después de haber respondido con determinación al intento de Iglesias de ser aclamado como el mesías redentor: “las mujeres estamos cansadas de hacer el trabajo sucio para que en los momentos históricos nos pidan que nos apartemos”. García no aceptó tutelajes con suplemento de testosterona. E Íñigo Errejón está dejando que se enfríe hasta la noche del martes la venganza latente con su antiguo compañero de revoluciones pendientes.
Si Ayuso derrota a Sánchez perdería ante alguien a quien se desprecia e infravalora en Moncloa
El 4 de mayo será, también, una cita definitiva para Ángel Gabilondo, que un día decidió entrar en política, pero que aún no ha conseguido que la política entre en él. Y esto, lejos de ser una crítica es un elogio. En el reservo está Pedro Sánchez, que es eso que Aristóteles definió como un ‘animal político’. El presidente nunca renuncia a una apuesta, aunque sea tan temeraria como la fracasada moción de censura de Murcia, con las consecuencias que pueda tener ahora en Madrid y en la legislatura nacional. Si el PSOE gobierna en Madrid después del martes, Sánchez alimentará su aureola de imbatibilidad. Pero si se produce un fracaso de la izquierda, Sánchez habrá perdido frente a Ayuso –todas las derrotas son dolorosas, pero esta vez perdería ante alguien a quien se desprecia e infravalora en Moncloa– y el presidente no podrá evitar que se inicie el debate sobre si hemos entrado en un cambio de ciclo político. Y ese es el peor debate posible para quien trata de alargar su estancia en el poder.