MIGUEL ESCUDERO-EL CORREO

En la vida es fundamental saber distribuir el tiempo, el afecto y la atención, también la renta. No solo hay que multiplicar el capital humano y económico, sino esparcirlo alrededor del modo más equitativo. Hay que evitar serias descompensaciones.

En ‘Las desventuras del dinero público’, Mercedes Fuertes detalla enormes rotos en las cuentas públicas, pérdidas económicas que jamás se recuperan. En su reciente ‘Panfleto contra la trapacería política’, escrito con Francisco Sosa Wagner, apunta al funcionamiento de la Justicia, donde cuatro de cada diez sentencias no se ejecutan y la factura de los errores judiciales asciende a dos millones de euros anuales. Ambos abogan por quitar al CGPJ la potestad de elegir a los jueces de los tribunales superiores y que sus plazas se den por concurso, como en el resto de la carrera judicial. Pero también por que el Constitucional radique en una ciudad pequeña, lo que permitiría a los jueces estar fuera de los focos mediáticos. Citan el ejemplo del TC alemán, ubicado en Karlsruhe (a 15 kilómetros de Francia y una ciudad, por cierto, cuya bandera es rojigualda).

Otra seria anomalía en la distribución de poderes, de la que apenas se habla, es que desde hace unos años el poder legislativo, el Parlamento, dicta menos leyes que reales decretos presenta el Gobierno, sea del PSOE o del PP. Es un abuso descarado que se aproveche para incluir reformas de matute. Y este hecho me lleva a Flaubert, el autor de ‘Madame Bovary’, quien en una carta se quejaba de los partidos políticos, falsos y ocupados sólo de lo efímero, «sin visión de conjunto y sin situarse nunca por encima de lo útil», para ellos. Pero no hay tutía.