Tonia Etxarri-El Correo
Con el estado de alarma declarado, no es tiempo de reproches ni de elecciones
Al fin, Pedro Sánchez tomó las riendas y mandó parar. Con, al menos, tres semanas de retraso y después de haber sorteado las trampas puestas por su socio Pablo Iglesias. El vicepresidente segundo se saltó su cuarentena presentándose en el Consejo de Ministros con ansias de imponer su presencia en la gestión del Estado de alarma y exponiendo a un gabinete frágil y desorientado. Durante la jornada del sábado, mientras los ciudadanos se adelantaban a los políticos disparando el consumo por miedo ante tanta incertidumbre, las decisiones del gobierno tardaron en llegar. El coronavirus seguía propagando su contagio a ritmo frenético (se duplicaron las cifras de fallecidos en un solo día) mientras el Gobierno de Pedro y Pablo se enfangaba en un pantano de desaveniencias. España es el segundo país de la UE con más contagiados por el coronavirus.
Y no está el panorama para políticas de laboratorio ni concurso de competencias. No hay tiempo para reuniones bilaterales con el lehendakari Urkullu ni con Torra el «inhabilitado». Así es que ayer todos los presidentes autonómicos participaron en la vídeoconferencia múltiple de Sánchez que, con los galones del mando único, les concretó el plan de choque del estado de alarma ultimado en tiempo de prórroga.
Un plan que aparta a los ministros de Podemos del control de esta crisis y que restringe competencias autonómicas en Sanidad, Interior o Transporte. Cierto. Pero más restringida se habría visto nuestra salud si no se refuerzan las directrices desde un mando único coordinado. La situación es excepcional. Y se necesita altura de miras. Al lehendakari y al presidente de la Generalitat les queda la vía del desahogo y la protesta. Pero habrá que colaborar.
En parecida situación se encuentra el PP por otros motivos. Muy crítico con un Gobierno que no ha sabido reaccionar a tiempo y que, lejos de impedir la manifestación masiva del 8 de marzo, la fomentó a pesar de que, desde la Unión Europea, se aconsejó que no se celebrara por el riesgo que conllevaba una concentración de tantas personas. Al igual que el mitin de Vox. Pero Pablo Casado arrimará el hombro. Porque ve a Sánchez noqueado y sabe que ahora no es tiempo de reproches. Ya habrá oportunidad de hacer balance de la cadena de irresponsabilidades. Cuando pase la pesadilla. Porque la pandemia ha puesto las cosas en su sitio. Ha desnudado el ‘tótem’ de la propaganda para dejar en evidencia que, detrás de la pantalla, no ha habido liderazgo. Se ha visto a un Gobierno atropellado por la avalancha de un problema para el que no estaba preparado. Porque no solo no lo vio venir cuando brotó en China y llegó hasta Italia, sino que perdió un tiempo precioso relativizando el problema.
Hoy Urkullu se reunirá con los principales partidos políticos vascos. Con el estado de alarma declarado, las elecciones autonómicas están en cuarentena. Como las gallegas. El coronavirus ha roto los esquemas. Si la semana pasada existían dudas sobre la conveniencia o no de mantener la convocatoria electoral del 5 de abril, esas dudas ya se han ido disipando. Se habían barajado cálculos de todo tipo. Que la presión ejercida por el presidente de la Xunta, Núñez Feijóo, para aplazar las elecciones se debía a su temor a que buena parte de su electorado, gente mayor, se quedara en casa. Sensu contrario, que el PNV se resistía a aplazar la fecha porque las encuestas le auguran mejores resultados que en los pasados comicios ya que ni la mala gestión del desastre del vertedero de Zaldíbar ni la demoledora sentencia por la corrupción del ‘caso De Miguel’ le iban a pasar factura.
Pero ya no sirven ni encuestas ni sondeos. Con el miedo en el cuerpo y la restricción de movimientos, volvemos al punto cero. Si hay voluntad política y, una vez oída a la Junta Electoral que se reunirá mañana martes, deberían buscar la fórmula jurídica consensuada y esperar a que los votantes puedan acudir a las urnas cuando se sientan seguros.
El estado de alarma limita nuestros movimientos. No deja de ser una contrariedad en un país que no es tan disciplinado como China porque, afortunadamente, no está sometido a un régimen de súbditos. Pero hay que aprender de los errores. La sanidad debe estar por encima de todo. Después ya vendrá la economía, con las consecuencias. Y la política. Con sus elecciones.