PEDRO JOSÉ CHACÓN DELGADO / Profesor de Historia del Pensamiento Político en la UPV/EHU, EL CORREO 13/08/13
· Los ‘nuevos tiempos’ no pueden significar seguir igual que antes, solo que sin violencia.
Los que ya vamos cumpliendo años, aunque nos sigamos considerando jóvenes, recordamos todas las fiestas de nuestra vida en Euskadi con las consabidas consignas en la calle a favor de la liberación de Euskal Herria, el «que se vayan» a las Fuerzas de Seguridad del Estado y la amnistía a los «presos políticos», presos que están en la cárcel, recordémoslo una vez más, no por sus ideas sino porque han matado, secuestrado o ayudado a hacerlo en nombre de su política. Asistíamos y, quien más quien menos, contribuíamos a una imposición en toda regla de una determinada ideología que se hizo dueña de nuestras calles desde hace ya demasiado tiempo.
No ha habido fiesta en el País Vasco durante el verano y hasta ya entrado el otoño, cuando llegan mis Sanfaustos de Basauri, sin la consabida intromisión de la política, pero no de modo anecdótico o coyuntural, que también, por causa de los cotidianos sucesos provocados por el terrorismo, sino de modo estructural, intrínseco, convertidas las fiestas y el espacio festivo en plataforma de ideologización y adoctrinamiento, como este año mismo, que previo al comienzo de fiestas en Donosti ya hemos tenido la correspondiente manifestación de la izquierda abertzale «contra el Estado corrupto español». Y así toda la vida.
¿Quién ha estado utilizando durante décadas nuestras fiestas, que son de todos, para imponernos su ideología al resto de los vascos? ¿Quién no nos ha dejado nunca en paz con su particular forma de entender nuestra historia, nuestra política y nuestros sueños colectivos, si es que existe algo así? ¿Quién se ha empeñado hasta hoy en demostrarnos que lo suyo era una guerra de liberación de un pequeño pueblo oprimido a la que todos teníamos que aportar nuestro granito de arena, sobre todo en fiestas, teniéndonos que acordar entonces de todos los que están sufriendo lejos de Euskal Herria por haber luchado por nuestro pueblo, pero olvidándonos de paso, eso sí, de todos los que han sido asesinados alevosa y cobardemente por la liberación de ese pueblo?
Ahora tenemos un delegado del Gobierno que ha recurrido el acuerdo de determinados municipios, como Llodio o Bilbao, para que personas afines al mundo abertzale sean protagonistas de las fiestas y marquen desde su inicio lo que la gente tiene que demostrar y expresar públicamente en esas fiestas. ¿Alguien se imagina a día de hoy que ese papel lo ejercieran víctimas del terrorismo? La novedad, obviamente, no es que este año se sigan manipulando nuestras fiestas. La novedad es que haya quien denuncie esa manipulación. Porque en las fiestas del País Vasco la exteriorización de la forma de pensar en política ha sido siempre la misma, como apoteosis de la que domina la calle durante todo el año.
El delegado del Gobierno ha asumido, con todas las consecuencias, la responsabilidad de su cargo para denunciar lo denunciable. Y sabe que, al darle la razón los juzgados, se expone a que su persona sea objeto de chanzas populares durante las fiestas de este año, cuando no de insultos, demonizaciones y hasta confabulaciones amenazadoras en su contra. Es lo que tiene la inercia de una cultura del terrorismo de cuarenta años, que a muchos les está costando un esfuerzo sobrehumano reconducirla hacia comportamientos mínimamente democráticos.
Las fiestas son la manifestación más jovial y desinhibida de la cultura. Pero por supuesto son cultura, deben ser cultura y en la inmensa mayoría de los organismos públicos que las organizan están incluidas en sus respectivas áreas de cultura. Y la cultura vasca es algo que está muy por encima de quienes quieren manipularla y convertirla en algo uniforme y unidireccional. La izquierda abertzale está acostumbrada a pensar que la suya es la única y verdadera cultura vasca, por la sencilla razón de que no ha tenido, y va para cuarenta años, ningún referente en el País Vasco que le diga otra cosa. Y de ese modo se ha apropiado, desde los medios de comunicación con los que influye decisivamente sobre su gente, de figuras señeras de esa cultura, como Azkue o Campión, por señalar solo a dos de los titanes de la cultura vasca a quienes considera precursores de sus propios postulados, cuando en realidad están, en aspectos teóricos esenciales, en sus completas antípodas.
El delegado del Gobierno en Euskadi, conocido ahora solo por impugnar actos contra la legislación vigente, casi todos en el terreno de lo simbólico, que es donde la cultura manifiesta su poder, debería desplegar, con los medios adecuados, una acción cultural propia que pusiera de manifiesto que existe una cultura vasca forjada desde bastante antes de la Guerra Civil, que para nada responde al proyecto rupturista de quienes ahora la manejan a su antojo, que era capaz de defender el euskera y a la vez valorar como propia la obra de Cervantes o de Velázquez y que reivindicaba la historia para ensalzar el papel de los vascos en un proyecto común de siglos que se llama España, junto con andaluces, catalanes o gallegos, proyecto político que ahora también busca su confluencia con el resto de Europa.
Los ‘nuevos tiempos’ no pueden significar seguir igual que antes, solo que sin violencia. La cultura, tanto en su vertiente festiva como en la seria, resulta crucial para demostrar que todo va a ser distinto a partir de ahora. Y si aquí no hay otra institución que lo intente, la Delegación del Gobierno en Euskadi podría –¿por qué no?– iniciar la ingente tarea de restituir el esplendor aletargado de la poliédrica cultura vasca, demasiado escorada ahora hacia una sola de sus múltiples expresiones. Porque, como concluyó Telesforo de Aranzadi uno de sus mejores artículos en la revista ‘Euskal-Erria’ de San Sebastián: «Zuhaitz bakoitza ezagutzen da bere fruituagatik, ez bere sustraiagatik (a cada árbol se le conoce por su fruto, no por su raíz)».
PEDRO JOSÉ CHACÓN DELGADO / Profesor de Historia del Pensamiento Político en la UPV/EHU, EL CORREO 13/08/13