Manos blancas

IGNACIO CAMACHO, ABC – 30/04/14

· Navarro, ese quejica españolista, debería pedir perdón por haber recibido una bofetada en el respetuoso edén catalán.

Pere –pronúnciese Pera– Navarro debería pedir perdón por haber recibido una bofetada. Algo habrá hecho. Y sobre todo por contarlo, aunque lo haya hecho con la boca pequeña, algo apocado y tal, como temeroso de aumentar la crispación que como todo el mundo sabe no existe en Cataluña. A la señora que le atizó tendría que haberle dicho –y casi se lo dijo– lo de Calomarde, manos blancas no ofenden, y menos si son catalanas. Así habría reaccionado un caballero, todo un miembro de la honorable nomenclatura del oasis nacionalista, y si es cristiano poniendo también la otra mejilla.

Protestar, aun a media voz, es propio de quejicas españolistas, esa clase de gente gimoteante y tramposa que pretende identificar al soberanismo con un clima de intimidación y violencia, como una Batasuna con barretina. En el edén catalán todo es paz y concordia y reina una atmósfera cortés, seráfica y zen bien distinta a la bronca aspereza de Madrid, como dice el buda Guardiola. Insultar sí se insulta, pero un poquito nada más, como resabio de tantos años de dominación castellana, que ya se sabe que el español es de naturaleza faltona.

Con la independencia ni siquiera sucedería eso porque el pueblo emancipado no podría recibir malas influencias. Y si alguna criatura, hastiada de opresión, ve a algún esbirro del españolismo y se le escapa un guantazo inocuo o un desenvuelto «hijo de puta» por la calle, pues se corre un discreto velo de silencio, pelillos a la mar, y se evita la criminalización oportunista de una causa justa. Como hizo el ministro Fernández, y eso que es el que manda en los guardias, cuando fue apostrofado en las Ramblas. Ajo y agua, que los políticos democráticos han de saber tolerar la sana discrepancia.

Es más. El político profesional está exento, desinvestido de respeto en España. Su condición representativa le obliga a someterse a los denuestos de palabra u obra de cualquier ciudadano indignado. Si le tiran un huevo, si lo manchan de pintura, si le impiden a gritos dar una conferencia o lo acosan en la puerta de su casa, debe aprender a contenerse y soportar el veredicto de la conciencia popular libremente expresada. Gajes del oficio; en su sueldo va incluida la remuneración por dejarse ofender, amenazar, zarandear y hasta agredir sin levantar la voz, con la cabecita agachada. Así lo han sentenciado ya algunos jueces de la escuela elpidia, bizarros apóstoles de la despenalización del odio. El pueblo soberano tiene derecho a manifestar su contrariedad por la mala gestión de los asuntos públicos. Democracia real, lo llaman.

Salvo que se trate, en toda regla hay excepciones, de dirigentes de Izquierda Unida. Estos sí pueden, por hallarse en el lado correcto de la verdad, tildar de fascistas a quienes les interrumpan un mitin. Ocurrió en Andalucía. Los presuntos fascistas llevaban cinco años parados. Sus manos, además de blancas, estaban vacías.

IGNACIO CAMACHO, ABC – 30/04/14