JOSÉ ANTONIO ZARZALEJOS-EL CONFIDENCIAL
- Estados Unidos ha vivido el primer intento de golpe de Estado de su historia. Pero desde el poder, como estábamos advertidos que intentaría Donald Trump
“Las democracias pueden fracasar a manos no ya de generales, sino de líderes electos, de presidentes o primeros ministros que subvierten el proceso mismo que les condujo al poder. Algunos de estos dirigentes desmantelan la democracia a toda prisa, como hizo Hitler en la estela del incendio del Reichstag en 1933 en Alemania. Pero, más a menudo, las democracias se erosionan lentamente, en pasos apenas apreciables”. Esta profética reflexión está escrita en la página 11 del ensayo ‘Cómo mueren las democracias’ (editorial Ariel), de los profesores Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, publicado en 2018, apenas 20 meses después de que Donald Trump alcanzase la presidencia de los Estados Unidos en 2016.
Durante sus cuatro años de mandato, la democracia más referencial de Occidente, la que presentaba la iconografía más auténtica de los derechos y las libertades, la que disponía de la Constitución escrita más antigua de todas (1787), aquella que proclama ‘Nosotros el pueblo’ como fuente de legitimidad de sus previsiones, ha sido pisoteada por el radicalismo extremista y autoritario de los partidarios del todavía presidente Trump, que no han aceptado el resultado de los comicios del pasado mes de noviembre que dieron una holgada victoria a Joe Biden. Ayer, en el Capitolio, el legislativo de los Estados Unidos debía certificar la mayoría de votos electorales que proclamaban electo definitivamente al candidato demócrata. Cuando se redactan estas líneas, en la noche del 6 de enero, tal convención ritual y de profundo sentido democrático ha sido impedida por una barahúnda de ciudadanos exaltados —una “turba”, según Biden— convenientemente instruidos por el propio Trump y sus muchas terminales políticas y mediáticas. Una catástrofe democrática.
Las imágenes del asalto al Capitolio son las propias de un intentado golpe de naturaleza fascista. Porque en palabras del intelectual italiano más acreditado en el estudio de ese movimiento político, Emilio Gentile, “es fascista aquel que concibe la política no como un enfrentamiento pacífico entre adversarios, sino como un conflicto basado en la antítesis irreductible amigo-enemigo”. Por eso, los acontecimientos que se están produciendo en la capital de los Estados Unidos son una reverberación en el siglo XXI del fascismo del siglo XX, porque, además, ofrecen toda la escenografía que acompaña la sublimación del antagonismo irracional basado en criterios ideológicos dogmáticos: violencia, ‘partidización’ de los símbolos, desacato a las reglas de compromiso en el juego político y deslegitimación del adversario mediante las técnicas conspirativas que tanto sirvieron a las dictaduras de la centuria pasada y aun de la presente.
Donald Trump, con la malversación de la tecnología de la comunicación y la zafiedad oratoria, ha conseguido aquello de lo que nos advertía Paul Bernan, ensayista y analista estadounidense, que en un amplio texto en ‘Letras Libres’ (octubre 2016, n.º 181) escribía: “Se ha presentado como un estafador que desea ser visto como un estafador, y que quiere que te reconozcas como su víctima”. Tanto él como otros pensadores están de acuerdo en que el republicano ha hecho emerger los peores demonios que habitan, latentes, en la sociedad norteamericana: impiedad, xenofobia, racismo, brutalidad y nacionalismo nativista, hasta conseguir que —en palabras del sociólogo Douglas Massey— “el partido de Abraham Lincoln se haya convertido en el del nacionalismo blanco”.
La primera línea del ensayo titulado ‘Cómo mueren las democracias’ era la siguiente: “¿Está la democracia estadounidense en peligro?”. La respuesta, al principio intuida y ayer confirmada, es una sobrecogedora afirmación. Y al estarlo, como estamos viendo en las imágenes en todas las televisiones y leyendo en todas las crónicas, lo están todas las de los países que son Estados de derecho en los que rige la separación de poderes que se somete al imperio de la ley y en los que se respetan los derechos y libertades individuales y colectivos. Lo que ocurre en Estados Unidos —la mayor potencia del mundo en todas las variables que sirven para medir esa condición— nos está ocurriendo a todos, porque Donald Trump, sea causa o efecto de lo que ha venido ocurriendo allí y de lo que está sucediendo ahora, ha creado una perversa escuela de autocracias. Tiene discípulos y seguidores en el continente americano, pero también en Europa.
Estos tiempos convulsos, en los que un desastre sanitario se anuda a una crisis económica y a una transformación muy radical de los usos y costumbres sociales, nos remiten al periodo de entreguerras del siglo pasado, un tiempo que, salvando las distancias, creó el caldo de cultivo para la emergencia de las dictaduras llevadas en volandas por unos electorados inoculados por el temor y la incertidumbre que se entregaron a los designios que marcaban los ‘hombres providenciales’.
Lo que está ocurriendo en Washington evoca con lejanía pero, igualmente, con aproximación, la marcha sobre Roma de los fascistas italianos en noviembre de 1922. La historia no se repite, pero presenta episodios ‘déjà vu’. El golpe a la democracia norteamericana lo es a todas, y quienes se encojan de hombros o asuman con indiferencia este histórico 6 de enero de 2021 pierden la ciudadanía moral. En cuanto a España, extraigamos al menos un aprendizaje de estos sucesos, haciéndolo en palabras de los profesores Levitsky y Ziblatt: “Bajo el desmantelamiento de las normas básicas de la tolerancia mutua y de la contención, subyace un síndrome de intensa polarización partidista”.
Tolerancia y contención. Dos principios que están siendo aviesamente dinamitados con la hipocresía que mostró Trump en un vídeo —no apareció en directo en TV— en el que persistió en la afirmación de que las elecciones han sido fraudulentas y aconsejó desmayadamente a sus partidarios —entre halagos a su comportamiento— que se retirasen. Utilizó el definitorio lenguaje de los tiranos cuando tantean perpetrar todo un golpe de Estado.