EL MUNDO – 08/10/15
· Merkel y Hollande cargan de forma conjunta en la Eurocámara contra los nacionalismos y los populismos Critican a quienes quieren una UE «a la carta», quedándose sólo con lo bueno.
No fue el día para la épica, la retórica de alto nivel, para los discursos que emocionan. Por primera vez desde 1989, el presidente de la República francesa y la canciller de Alemania intervenían de forma conjunta ante el Pleno del Parlamento Europeo en Estrasburgo. Entonces fueron Kohl y Mitterrand; ayer, Merkel y Hollande. Entonces, Europa apenas reaccionaba tras el derribo del Muro de Berlín. Hoy, las grietas del continente se vuelven a abrir por el Este, por la crisis de refugiados, por la falta de gobernanza económica y por las retóricas populistas y nacionalistas.
La cita de ayer era muy esperada, pero el resultado fue agridulce. Fueron Hollande y Merkel los que quisieron explicar al Parlamento su visión de lo que el líder liberal, Guy Verhofstadt, llama una «policrisis». Económica, de empleo, social, de refugiados. Con Schengen en peligro, sin estrategia para Siria, con la guerra de Ucrania a las puertas de la UE, con cientos de miles de personas vagando por las carreteras y con desafíos secesionistas como el de Cataluña, que amenazan con fragmentar la unidad de Europa.
«El nacionalismo es la guerra. El debate ya no es más o menos Europa, sino que está entre la reafirmación de Europa o el fin de Europa», dijo el presidente francés. «No podemos volver a pensar en nacionalismos, todo lo contrario. Necesitamos más Europa, no menos», respaldó Merkel minutos después. Un discurso claro contra el nacionalismo, en un día en que el Rey estaba también en la Eurocámara y en plena crisis política en Cataluña.
Francia y Alemania saben que es necesario «dar un paso al frente y no hacia atrás», ser más fuertes para asegurar la soberanía. El problema es que no logran definir qué hacer y cómo. Tienen la certeza de que el nacionalismo, «el soberanismo» que rezuma desde los extremos de la Eurocámara, sería mortal para la Unión, pero fueron incapaces de definir su proyecto con precisión.
Los partidos mayoritarios lamentaron la falta de compromiso, de voluntad de avanzar. «La libertad es algo humano, no político. Europa no se construye con retórica, sino con hechos», les reprochaba el líder socialista, Gianni Pittella. «Sean valientes, cumplan», les pidió el líder popular, Manfred Weber. Porque si no lo hacen, si no hay una puesta política de verdad, un esfuerzo de integración, de crecimiento conjunto, de compromiso, «serán los norteamericanos y los chinos los que dicten los baremos económicos; serán Asad y Putin los que decidan sobre la paz y la estabilidad en Europa. Como Putin ya hace ahora financiado a los partidos de extrema derecha de esta Cámara», advirtió Verhofstadt.
Hollande citaba a Mitterrand y añadía cosecha propia elevando la voz entre los abucheos de los euroescépticos: «En 1989 soplaba un viento de libertad que derribaba muros y daba esperanza a las naciones. El mensaje era construir una unión política ampliando el mandato de los padres fundadores». Apoyaba acto seguido Merkel: «Ha merecido la pena. Somos más fuertes con la ampliación. No se ha mermado la diversidad, ahora tenemos más Europa. Hemos aprendido las lecciones».
Los refugiados fueron, en segundo plano, los protagonistas del día. En el discurso de Felipe VI, que se declaró «sobrecogido», y en las intervenciones de los dos líderes europeos que han apostado con más fuerza por el trabajo conjunto para resolver crisis como la de Ucrania, Grecia y ahora la de los cientos de miles de personas que piden asilo por las guerras y persecuciones en Siria, Afganistán o Eritrea
El argumentario de la líder alemana es nítido: «Nunca habrá muros lo suficientemente altos para detener a los refugiados. Por eso necesitamos una solución real». Ambos líderes dieron respaldo a los esfuerzos de la Comisión para el reparto de refugiados. «El procedimiento de Dublín está obsoleto. La idea era buena, pero no es viable. Me pronuncio a favor de un nuevo sistema de distribución. Europa es una unión de valores, de derecho y responsabilidad», defendió la canciller. «Europa no se puede abstener, no puede escapar a los acontecimientos mundiales», dijo, dando una colleja dialéctica a los países que quieren «una Europa a la carta»: quedándose lo bueno y dando la espalda cuando más falta hace.
«El camino para los que no están convencidos de Europa es salir de Europa. Salir del euro, salir de Schengen e incluso salir de la democracia. Así de simple. No hay otro y éste es terrible», espetó el líder francés a Marine Le Pen y Nigel Farage. Con más contundencia que nunca. Con más enfado que convicción.