Mas: la democracia, C’est moi

ABC 20/07/15
ISABEL SAN SEBASTIÁN

· Cataluña no es propiedad de los catalanes, sino de todos los españoles

LUIS XIV, conocido como «el Rey Sol», ha pasado a la posteridad por las rotundas palabras con las que demostró el concepto patrimonial que tenía de su país, al que consideraba no ya una propiedad privada, sino una emanación de sí mismo: «L’ État, c’est moi». El Estado soy yo. El presidente Artur Mas, y por extensión el movimiento separatista congregado alrededor de su mesiánica persona, manifiesta una actitud muy parecida, no sólo en lo concerniente a Cataluña, sino a la democracia toda, percibida como una patente de corso librada en favor de sus pretensiones.

El presidente Artur Mas ha perdido el poco sentido del ridículo que llegó a mostrar a principios de su deriva enloquecida hacia ninguna parte, lo cual le lleva a comportarse como un embaucador de feria, dotado en cualquier caso de un notable poder de seducción. Claro que si el «condottiero» catalán perpetra las provocaciones que perpetra, insulta los símbolos nacionales y, con ellos, a todos los que los sentimos como propios, mostrando su sonrisa ratonil ante una sonora pitada al himno seguramente orquestada bajo su batuta, se cisca en la legislación vigente celebrando un referéndum expresamente prohibido por el Tribunal Constitucional, pone a prueba la paciencia y educación del Rey yendo a decirle sin pudor que se dispone a quebrar, al margen de cualquier legitimidad democrática, la Nación cuya unidad simboliza don Felipe… Si el Gran Timonel de los separatistas desafía de ese modo las normas del Estado de Derecho merced al cual ocupa un despacho en el Palau de la Generalitat, es sencillamente porque puede. Porque quienes deberían impedírselo se lo permiten. Porque todas y cada una de sus ofensas al marco constitucional que nos ampara le han salido gratis e incluso han resultado ser rentables para la comunidad que gobierna, dado que el coste financiero de su aventura está siendo sufragado a escote por el conjunto de los españoles a través del Fondo de Liquidez Autonómica que Montoro puso graciosamente a su disposición, a costa de castigar a regiones inequívocamente leales, como Madrid. Dicho de otro modo; hasta la fecha no ha recibido el Conducator un solo palo, y sí incontables zanahorias de un Estado débil y acomplejado que parece incapaz de reaccionar, sin asumir que para cuando intente hacerlo la marea será ya incontenible.

Ni siquiera Ibarretxe en sus mejores tiempos alcanzó semejante grado de irresponsabilidad y desvergüenza. Claro que el lendakari vasco tuvo al menos el coraje de presentar su difunto «plan» de independencia en el Congreso de los Diputados, donde la fuerza sumada de PP y PSOE le paró los pies en seco. Eran otro PSOE y otro PP más combativos, más conscientes de su irrenunciable obligación de proteger la legalidad española ante cualquier amenaza, menos asustados ante el avance de la demagogia populista y más dispuestos a correr riesgos.

El presidente Artur Mas, caudillo de la gloriosa cruzada independentista catalana, se ha lanzado a la batalla al grito de «nosotros votamos, nosotros decidimos». Ha pervertido el sentido de la expresión «decisión democrática» limitándola al acto de depositar una papeleta en una urna y despojándola de un elemento tan consustancial a su naturaleza como el ámbito de aplicación de la decisión en cuestión, crucial en la determinación del espacio exacto de vigencia de los derechos de unos y otros. Ha confundido la democracia con su persona o su parroquia, ignorando que el Artículo Primero de la Constitución Española, el sentido común y la Historia afirman que «la soberanía nacional reside en el pueblo español». O sea, que Cataluña no es propiedad de los catalanes, sino de todos los españoles pasados, presentes y por venir.