ISABEL SAN SEBASTIÁN-ABC

  • El doble rasero de Montero en el caso de la niña Olivia pone al desnudo sus vergüenzas con descarnada elocuencia

De todas las perversiones resultantes del uso y abuso del eufemismo como arma de confusión masiva, la más repugnante es, sin duda, la que pretende justificar el asesinato de un hijo ocultando semejante monstruosidad bajo denominaciones tales como ‘suicidio ampliado’ u ‘homicidio por compasión’. ¿De verdad hay algo compasivo en prevalerse de la fuerza contra una criatura indefensa que confía ciegamente en ti? ¿Qué clase de ‘suicidio’ es el que preserva la vida de su autora mientras trunca la de su víctima? ¡Se me revuelve el estómago!

Matar a un hijo es la máxima abyección que pueda cometer un ser humano, hombre o mujer, dado que la maldad no tiene sexo, ni género, ni edad, ni color político. Matar a un hijo supone alcanzar el escalón más bajo de la degradación moral, independientemente de cuáles sean los pretextos aducidos para perpetrar tal vileza. ¿Venganza, desesperación, odio, debilidad? Tanto da. Denominar ‘violencia vicaria’ a esa exhibición de brutalidad y cobardía es ennoblecer con palabras altisonantes un acto imperdonable. Emplear cortinas de humo lingüísticas con el propósito de difuminar la gravedad extrema de semejante atrocidad. Y si asquea en lo más hondo el empeño de ciertos ‘expertos’ por comprender lo incomprensible apelando a presuntas claves psicológicas, siempre que hablemos del filicidio en femenino, por supuesto, mucho más repele la descarada utilización partidista que se hace de esos niños muertos. ¿Verdad, señora Montero? Su vara de medir cambia en función de que este delito execrable arrime agua al molino de su ministerio o, por el contrario, contradiga su discurso oficial. Su indignación alcanza el paroxismo condenatorio cuando el asesino es un hombre, mientras se amansa y silencia hasta rayar la exculpación en caso de que la infanticida sea una mujer. Se puede ser sectaria, extremista, populista y demagoga; está en la naturaleza de Podemos. Pero aplicar un doble rasero tan escandaloso a un caso como el de la niña Olivia pone al desnudo sus vergüenzas con descarnada elocuencia.

Matar a un hijo con el propósito de infligir daño a una pareja merece la misma censura, sean el padre o la madre quienes empuñen el arma homicida. La estadística nos dice que las cifras son similares. La existencia o no de violencia previa entre los cónyuges, las denuncias, las condenas o las injusticias sufridas por uno u otra carecen de la menor relevancia, porque el único foco que importa es el que alumbra a la víctima; a ese ser inocente despojado de su inalienable derecho a vivir precisamente por aquél o aquélla cuya principal responsabilidad era preservarlo. La ley ha de mostrar idéntica severidad, sea quien sea el asesino. No merece volver a ver la luz del sol. Su único futuro es la cárcel, en el régimen más duro posible. En cuanto a los políticos y opinadores que establecen distinciones, se retratan a sí mismos como cómplices de esta barbarie.