JOSÉ IGNACIO TORREBLANCA-EL MUNDO

ME HAN asustado más las palabras de Maisa Rojas, científica del grupo de expertos sobre el cambio climático (IPCC), que las de Greta Thunberg. Thunberg habla desde sus emociones personales, de su infancia, presente y futuro como víctima del cambio climático. Rojas, climatóloga, habla desde la ciencia y la razón sobre la irreversibilidad de la acidificación de los océanos y sus consecuencias. Desconozco cómo afecta personalmente el cambio climático a la Doctora Rojas, chilena. A lo mejor pasó toda su infancia navegando con su abuelo: de ahí su amor por los océanos. O a lo mejor ni sabe nadar y para ella el mar no es más que una fórmula química objeto de estudio científico. Ni idea. No critico a Thunderg. Más bien temo que su sobreexposición mediática le haga más daño que el propio cambio climático. Pero dado el déficit de atención que padecemos, hubiera preferido que esos tres minutos de gloria viral mundial hubieran sido para que la Doctora Rojas hiciera entender a la opinión pública por qué la acidificación de los océanos es tan grave.

Uno no sabe si resignarse o rebelarse antes esa necesidad ineludible de que toda causa esté huérfana si a las razones no podemos sumarle las emociones. De hecho, fíjense en la contradicción: hasta aquí esta columna no trata del cambio climático sino de las emociones que despierta Greta Thunberg y escribo, raro en mí, en primera persona. Es el signo de los tiempos: la emoción amplificada por las redes sociales y la razón oculta pugnando por emerger detrás de ese ruido.

El cambio climático va a ser profundamente injusto en sus consecuencias, pues los más pobres lo sufrirán antes y más acusadamente, y tremendamente complicado de gobernar. Desde el punto de vista científico es correcto llamarlo cambio. Pero desde el punto de vista político lo correcto es describirlo como un conflicto. Tendrá consecuencias geopolíticas, porque enfrentará a unos países con otros, pero también políticas, porque dividirá y polarizará aún más a nuestras sociedades. Ese conflicto climático va a ser tan profundo como duradero y el reparto de los costes va a ser tan difícil como asimétrico. Vamos a necesitar mucha buena ciencia, pero también mucha buena política. Pero, visto lo visto en Nueva York esta semana, tan prevenidos vamos a tener que estar contra el cambio climático como contra los milenaristas que, en la estela de Greta Thunberg, agitarán la idea del calentamiento global como castigo moral a una sociedad corrupta al grito de «Penitenciagite». Arrepentíos, pecadores climáticos. El mundo se acaba. Y así.