ABC – 05/07/15 – JON JUARISTI
· El no griego a la UE haría bascular el país hacia un bloque autoritario bajo la hegemonía de Rusia.
Esta noche sabremos el resultado del referéndum griego y podremos hacernos una idea medianamente fiable del futuro del país heleno y de la Unión Europea en su conjunto, pero ya tenemos la certeza de que la propuesta plebiscitaria ha consumado una división interna de la nación que catalizará cualquiera de las dos inevitables crisis políticas que se deriven del resultado de la consulta. Esta división sólo en parte es consecuencia de la iniciativa de Tsipras. Tiene más que ver con una ambigüedad histórica que podría resumirse en la cuestión de si Grecia pertenece o no a Europa occidental; es decir, a la Europa de las democracias liberales.
Los griegos se jactan todavía de haber inventado la democracia, pero ni la mayor parte de la Grecia antigua fue como la Atenas democrática ni la democracia ateniense se parecía a la democracia liberal. Es cierto que la emancipación nacional griega suministró una rica mitología al liberalismo heroico del XIX, y una parte importante de la población se identificó y se identifica con esos mitos (de forma análoga a lo que sucede en las repúblicas latinoamericanas, pioneras del nacionalismo liberal), si bien otro sector muy numeroso jamás lo ha hecho. Se dirá que algo parecido pasa en España, y es verdad, pero la geografía suaviza las tendencias antiliberales en nuestro caso y en el griego las fortalece. La historia reciente de Grecia, desde la caída de la dictadura militar y de la monarquía, favoreció su integración en la Europa de las democracias liberales, pero tanto su situación geográfica como su identidad cultural y religiosa alimentan lo contrario, es decir, un nacionalismo antiliberal (y antioccidental).
Tanto si gana el no como si lo hace el sí, el enfrentamiento social está servido, aunque el sí propiciaría medidas inmediatas de la UE tendentes a lenificarlo. Pero si el resultado del referéndum fuera negativo, el país bascularía hacia el bloque de lo que se ha dado en llamar modernitarismo, opción de los regímenes modernizadores autoritarios, como el de Rusia y el de buena parte de los antiguos países comunistas de religión ortodoxa, que se apoyan en las iglesias autocéfalas y en los partidos nacionalistas. Un bloque que está actualmente construyéndose bajo la hegemonía de Rusia (a sangre y fuego en Ucrania) y que integraría de mil amores a Grecia, país no eslavo pero fundador de la cristiandad ortodoxa.
El nacional-populismo del Gobierno griego, que provoca el rechazo de las democracias occidentales, casa muy bien con el de Putin o el de los nacionalistas del Gobierno serbio. Una Grecia fuera de la UE y de la OTAN colmaría probablemente la necesidad paranoica de seguridad del régimen ruso, obsesionado por la pérdida de su antigua «zona de influencia» (países de mayoría luterana o católica del pacto de Varsovia: Alemania Oriental, Países Bálticos, Polonia, Chequia, Eslovaquia y Hungría), hoy en el bloque occidental. Es posible que un intercambio de cromos por el estilo (Ucrania y Grecia a cambio del apaciguamiento de Rusia y acaso del compromiso de asumir parte de la deuda griega por los patrones modernitaristas, Rusia en solitario o asociada con China) no disgustase demasiado a la UE.
Los más perjudicados serían, por supuesto, los demócratas griegos. Los americanos torcerían el morro; no así el Gobierno de Israel, que se fía más de Putin que de Obama. Los nacional-populistas españoles aplaudirían, pero una Grecia modernitaria no les daría para muchas alegrías turísticas. Montar fiestas del orgullo gay, por ejemplo, resultaría francamente peligroso, y enseñar las tetas en una iglesia ortodoxa, para qué os voy a contar, activistas mías.
ABC – 05/07/15 – JON JUARISTI