EVA BORREGUERO – EL PAIS – 23/01/16
· Cualquier solución al yihadismo requiere revisar la dimensión belicista de los textos sagrados que inspira a la minoría terrorista. Europa podría proporcionar el marco para acomodar al mundo islámico a los tiempos que vivimos.
En su autobiografía, Victor Kemplerer escribió que las palabras configuran el pensamiento. Es la versión actualizada de la concepción vigente en la China clásica de que la incapacidad para encontrar las designaciones adecuadas es la puerta del caos. Algo de esto viene sucediendo a partir de los atentados de París, cuando pudimos observar cómo entre jefes de Estado, políticos y líderes de comunicación ha prevalecido un tenso mutismo a la hora de dar con las palabras adecuadas para nombrar la identidad de los terroristas y las causas de su actuación.
No hay que ir muy lejos para buscar los ejemplos: en los pasados debates electorales, todos los recursos fueron buenos para evitar cualquier término que incluyese el adjetivo islámico. Claro que a Obama le pasó lo mismo. Abundan eufemismos vagos y difusos, tales como las expresiones “terrorismo internacional” o lucha de “civilización contra barbarie” y al mismo tiempo se alude al carácter yihadista de los atentados. Consecuencia: en medio de una maraña de palabras, se instala un vacío de significación susceptible de ser ocupado por los mensajes simplistas de los grupos xenófobos, mucho más eficaces, o por una sensación generalizada en la opinión pública de encontrarse ante un fenómeno indescifrable.
Difícilmente se podrá elaborar un diagnóstico acertado de la amenaza presente si no somos claros, en el sentido orteguiano, al determinar su raíz. El origen de los grandes atentados de París, Estambul y antes de Mumbai se encuentra en el conflicto que tiene lugar en el seno del islam entre una ideología, el islamismo radical, y la modernidad. Conflicto que coloca a este islamismo en una situación de contienda declarada unilateralmente contra los musulmanes liberales y contra Occidente; esto es, una guerra entre quienes quieren islamizar la modernidad y los que intentan modernizar el islam. La ideología islamista busca aherrojar la vida pública y se nutre de un tajante rechazo a los valores democráticos occidentales: la libertad de expresión, cauce a su juicio de la blasfemia y la libertad sexual de las mujeres y de los homosexuales. Se alimenta del antisemitismo y del odio a Occidente, y explica los males que acechan a todos los musulmanes en clave de conspiración o humillación.
El paquistaní Hussain Haqqani ha precisado que eso no nace el 11-S, y representa una constante que reaparece en el mundo islámico cada vez que, tras siglos de dominio, se ha enfrentado a una crisis de pérdida de poder, como la que tuvo lugar cuando la modernidad cuestionó algunas de sus premisas. Lo que sí resulta novedoso es la dimensión que ha alcanzado, dentro de la globalización, donde gracias a las redes sociales su ideología se difunde por un ámbito transfronterizo difícilmente controlable. En la actualidad el islamismo radical, como cualquier propuesta subversiva, proporciona una vía de empoderamiento a los jóvenes, tanto europeos como del mundo musulmán, que se enfrentan a una crisis de identidad y a la amenaza real de marginalidad en sus sociedades.
El objetivo del radicalismo es establecer un orden teocrático gobernado por la ‘sharía’.
Aun admitiendo que los errores de Occidente alimentasen semejante crisis, la responsabilidad es compartida. Nos lo recuerda el escritor Kemal Daoud al afirmar que el Estado Islámico tiene una madre, la invasión de Irak, pero también un padre, Arabia Saudí. De ser aquella la causa, cabría justificar una respuesta similar por parte de la población cristiana de Oriente Próximo, sometida a un acoso permanente y amenazada de extinción.
Resulta innegable que la deriva del islamismo radical es de carácter religioso, pues su objetivo consiste en establecer un orden teocrático gobernado por lasharía. Para legitimar el uso de la violencia se apoya en la lectura literal de los fragmentos violentos de los textos sagrados. Lecturas selectivas estas que en cualquier caso son tan plausibles como las de otro sesgo que realizan tantos musulmanes. Esta deriva resulta posible porque sin una autoridad centralizada en el islam suní, a diferencia del cristianismo con la Iglesia, la referencia última es el Corán, posibilitando una interpretación literal, que por otra parte es la más clara y directa.
¿Por qué es importante insistir en esta cuestión? Desde luego, no para entrar en un concurso de violencia entre religiones, sino porque a largo plazo cualquier solución a este conflicto está supeditada a revisar la dimensión belicista de los textos sagrados que inspira a la minoría yihadista. Ello implica contextualizarla en su dimensión histórica, respetando la construcción teológica de valor universal. Hay un grupo creciente de musulmanes progresistas que abogan por esta vía, como Mohamed Charfi, Hirshi Ali, Maajid Nawaz, Irshad Manji, o Ali A. Rizvi, por citar algunos. Pero también existe un creciente número de voces en los países islámicos que demanda apertura y pluralismo.
Por ello es responsabilidad de todo Gobierno combatir al islamismo radical. Conocerlo, investigarlo y analizarlo. Designar sus conceptos constituyentes, desde los más permisivos a los más beligerantes, como la acepción bélica de la yihad. En medio se encontraría la subordinación de la mujer, el discurso del victimismo o la persecución de las doctrinas heréticas. En este repertorio de ideas y conceptos, no todos apelan directamente a la violencia, pero aun así proyectan una visión del mundo que divide a la sociedad en categorías excluyentes; antesala inevitable para el proceso de radicalización.
Es responsabilidad de todo Gobierno combatir el islamismo radical y señalar su presencia.
De igual modo es necesario señalar la presencia de ese radicalismo allí donde se exprese: de las mezquitas a la Red. Aislar sus contenidos, denunciarlos y contrarrestar la narrativa radical. Lo ideal sería implicar en esta labor a los sectores activos, en especial musulmanes, de toda la sociedad.
El islamismo radical es el obstáculo, y no una religión, el islam, ni un colectivo, los musulmanes, instrumentalizados por aquel. Si silenciamos el componente doctrinal de este conflicto entre islam y modernidad, socavamos el esfuerzo y sacrificio de individuos como Taslima Nasrin, de Bangladesh, condenada al ostracismo desde hace décadas por criticar a los fundamentalistas, o Raif Badawi, quien por crear en Arabia Saudí un blog para debatir cuestiones de política y religión, fue condenado a 1.000 latigazos.
Son muchos los activistas de los países musulmanes que están arriesgando sus vidas por disfrutar de los mismos derechos y libertades que nosotros gozamos aquí y que reivindicamos en esta lucha de la “civilización contra la barbarie”. Europa podría proporcionar el marco desde el que facilitar a los musulmanes progresistas la apertura de un debate que contrarreste el relato del islamismo radical y permita acomodar al mundo islámico a los tiempos que vivimos. Esta sería la aportación a la umma, la comunidad de los creyentes. Un islam plural, abierto y tolerante, como deseamos nosotros, y desea buen número de musulmanes.
Eva Borreguero es profesora de Ciencia Política en la Universidad Complutense de Madrid.