ABC 17/07/15
LUIS VENTOSO
· Todo sería más fácil con un PSOE, una cultura y un empresariado que diesen la cara
ESTA semana tuve la agradable ocasión de conversar en Londres con la soprano Ainhoa Arteta Ibarrolaburu, que como proclaman sus apellidos es más vasca que el Cabo Machichaco. Hablando con un aplomo tranquilo, con la mirada ancha de una ciudadana que recorre el mundo, aquella cantante triunfadora, una mujer risueña, todavía hermosa en la primera gran curva de la edad, me dijo lo siguiente: «España es un país que hemos hecho entre todos. Tenemos tantísimas cosas en común… Yo tengo no ocho, sino 32 apellidos vascos, pero creo que deberíamos mezclarnos todavía más». Y luego añadió algo: «Es imposible que España se rompa, porque nos necesitamos más de lo que creemos». Después hablamos de música y también, sin necesidad de citarlo, me puso pingando a Montoro y su malhadado IVA cultural. Es decir, expresó libremente sus legítimos puntos de vista políticos, que en su caso no concordaban con los del Gobierno.
Entre buena parte de nuestra intelectualidad no existe ese ejercicio tan natural que hizo Ainhoa de separar lo que es su país de los avatares de la refriega partidaria. En España se ha llegado a la aberrante situación de que el «buen intelectual» de izquierda, el zejista al uso, considera que hablar bien de su nación, defenderla, poner en valor de manera ecuánime sus cosas buenas, lo tizna de derechismo sospechoso. No escucharán jamás a don Pedro Almodóvar, que es la patria chica de Don Quijote, levantando su voz siempre peleona para hacer el más mínimo reproche a un separatismo que pregona abiertamente que quiere destruir su nación. Otro tanto vale para docenas de novelistas, actores, directores, deportistas o músicos madrileños, silentes ante el ataque frontal a su país, como si fuesen de Oklahoma y nada se jugasen en el envite. El problema se extrema si nos trasladamos al País Vasco, Galicia o Cataluña: solo se atreven a levantar la voz contra la regresión nacionalista quienes se han exiliado en Madrid tras ser machacados por el separatismo, tipo Albert Boadella.
La ley del silencio también impera en nuestro empresariado, incluidos muchos legendarios clásicos del Ibex 35, conferenciantes perennes, a los que asombrosamente no les merece opinión que el comunismo gobierne en Madrid y Barcelona, o que sus empresas puedan verse frenadas de manera traumática si llega al poder la coalición Sánchez-Podemos, que es la alternativa a Rajoy. Sobre el PSOE no me extiendo. Ha elegido la alocada vía de dar aire al separatismo con concesiones antiespañolas, en lugar de ir de la mano con el PP en defensa de la legalidad democrática y de la idea de España, que es la solidaria y avanzada (salvo que ahora resulte que lo «progresista» es fomentar el odio al vecino y el privilegio medieval de unos ciudadanos sobre otros).
Toda esta triste situación es de patente exclusivamente española, debido tal vez a que todavía impera un delirante paradigma que lleva a pensar que España la inventó Franco. Nada así ocurre en Francia, o en el Reino Unido, donde sus empresarios, banqueros, intelectuales y medios se pringaron hasta las cejas para salvar la Unión en el referéndum de Escocia. Y ganaron, claro ¿Mojándose? Por supuesto.