Molenbeek, santuario terrorista en el corazón de Europa

EL MUNDO – 16/11/15

· Molenbeek es un problema gigantesco, según el premier belga.

· Bélgica tiene «un problema gigantesco con Molenbeek». La afirmación no es de los vecinos ni de la derecha flamenca. Es la constatación de una realidad en palabras del primer ministro del país, el liberal Charles Michel. Lo afirmó el sábado por la noche en la televisión local.

«Casi siempre que pasa algo [vinculado con el terrorismo] está relacionado con Molenbeek. Se han tomado muchas iniciativas contra la radicalización pero necesitamos poner el acento más en la represión», añadió Michel. Cualquiera que pase más de unos meses en Bruselas sabe que el país tiene un problema con Molenbeek y el radicalismo. Molenbeek es una de las 19 comunas de Bruselas, uno de sus distritos o agrupación de barrios más problemáticos. Es la segunda más pobre y la segunda más joven de toda la capital. Se encuadra en el oeste de la ciudad, en una amplia área que alberga a más de 95.000 personas. El porcentaje de extranjeros es superior al 27%. La tasa de paro roza el 31% y la de los jóvenes supera el 40%.

Al barrio se llega tras caminar apenas unos minutos desde la iglesia de Sainte-Catherine y poco más desde la Grand Place. Limita al norte, más o menos, por el parque Elisabeth y por el este con el canal de Charleroi, inaugurado hace casi dos siglos y que evoca el pasado industrial de lo que se conocía como Petit Manchester. Una parte histórica y ahora estigmatizada. Con algunas zonas tranquilas, residenciales. Y un núcleo masificado, con una densidad de población disparada de mayoría musulmana. Las zonas que acogieron en los 60 y los 70 a miles de marroquíes y norteafricanos y hoy son un quebradero de cabeza.

Las autoridades han mirado para otro lado durante mucho tiempo, mientras la situación empeoraba y el clima se volvía más irrespirable. De una manera u otra, la lista de los principales atentados europeos del siglo XXI, y el glosario de sus autores, conduce una y otra vez a Molenbeek. El 11-M, los atentados de Londres. El ataque al museo judío de Bruselas. Charlie Hebdo. Aquí vivieron los autores o las familias de buena parte de los yihadistas que han ido a combatir a Siria e Irak.

El domingo por la mañana la comuna está tranquila. Día gris y de mucho viento hay más periodistas que nunca en busca de historias y explicaciones. Hay vecinos que evitan las cámaras, y grupos de adolescentes que las buscan para reventar los directos de las televisiones y tratar de amedrentar a los curiosos. El mercado está abierto y lleno. No es una zona feliz ni animada. Más deprimida que amenazante, más abandonada que perseguida y harta de ser vista con una mezcla de compasión, condescendencia y temor.

«Voy a limpiar Molenbeek. No podemos aceptar esta situación más tiempo, tenemos que ver cómo atajar el problema, cómo erradicarlo de una vez por todas», amenazó la víspera el ministro federal de Interior, el nacionalista flamenco Jan Jambon. El Ejecutivo cree que Molenbeek no está avanzando, a diferencia de otras zonas del país con problemas similares de radicalización.

Hay un problema de recursos, de falta de voluntad, de miedo y de división política. Uno enorme, estructural. «Bruselas es una ciudad relativamente pequeña, de 1,2 millones de habitantes, pero tenemos seis departamentos de policía y 19 autoridades municipales diferentes», se lamentaba Jambon hace apenas unos días en un foro organizado por Politico. «Han dejado morir Molenbeek y más policías no van a arreglarlo. Mire a su alrededor, no hay esperanza», explica un jubilado nacido en las afueras de Rabat.

Es en Molenbeek donde Fouad Belkacem, el líder de Sharia4Belgium, hoy condenado a 12 años de cárcel, captó a decenas de jóvenes para la guerra santa en Siria. Pero el barrio no es una banlieue. Françoise Schepmans, la burgomaestre de la comuna, defiende estos días en todas las radios y televisiones que el barrio es «normal» y que los sospechosos y terroristas detenidos en los últimos años «no viven aquí, la mayoría de las veces están de paso». Pero es consciente de que todos, o casi, acaban pasando por ahí. De que su comuna es un santuario donde se sienten seguros, impunes.

Mehdi Nemmouche, el asesino que en 2014 hizo una masacre en el Museo Judío. Igual que Ayoub El-Khazzani, que intentó una carnicería este agosto en un tren en Thalys, y su hermano, condenado en 2009 en Marruecos por intentar un atentado. O Abdelhamid Abaaoud, conocido como Abou Omar Soussi, que se unió al IS. La Fiscalía abrió el año pasado casi 200 dosieres sobre terrorismo.Y las fuerzas del orden no han logrado penetrar hasta el corazón del movimiento yihadista. Son una minoría, pero difícil de controlar, registrar y combatir.

Molenbeek no es, todavía, una zona prohibida, donde no se pueda pasear, comprar o incluso entrar. Hay varias salas de conciertos muy conocidas y populares. Hay calles peligrosas y los jóvenes saben que por la noche es mejor evitar pasar, como en cualquier capital. Los terroristas y sus cómplices no dominan, pero la radicalización no la niega nadie. Hay imanes que captan combatientes, células durmientes, según avisó ayer el ministro de Exteriores. La deriva era lenta pero se ha acelerado y no hay a la vista fuerzas para frenarlas.

EL MUNDO – 16/11/15